Por Eldys Baratute.
He vuelto a Alejandría Café de las Artes, en la calle Gaboto, a disfrutar de la obra El tiempo está después (nombre que hace referencia al título de una canción de Fernando Cabrera), en su segunda temporada. Y como aquella primera vez en que la vi, en el mes de octubre, descubrí una puesta en escena que toca alguno de los resortes más sensibles de la realidad montevideana.
Cuatro ancianos viven en un residencial, cuatro ancianos que cargan con su pasado, con su historia de vida, con una infelicidad provocada por la distancia de la familia. A una ellas la mantienen exiliada dentro del Residencial, lejos de su nieta; la esposa del otro padeció de Alzheimer y de cierta forma también lo exilió; la tercera fue víctima de violencia física y psicológica por un esposo machista e infiel y, el último, se descubre con un hijo presente pero ausente.
La familia que fundas, que edificas, que proteges y que después te abandona. De eso versa El tiempo está después.
Un buen guion sostiene a puesta. Textos bien construidos, cargados de la necesaria humanidad que llevan esos cuatro individuos ¿recluidos? en un Residencial. Cuatro personajes bien caracterizados psicológicamente. Cada uno, desde su espacio, se aferra a la vida. Juanita, defendida por Mariela Fodde; Angélica, por Graciela Arambillete, como titular y algunas ocasiones doblada por Cynthia Patiño; Augusto, interpretado por Tabaré Luzardo, y Basilio defendido por el dramaturgo y director, Gabriel Rodríguez. Es exactamente Basilio el elemento disonante, el antagónico, quién por momentos provoca la ruptura de los diálogos, los espacios de risa, quién más sinergia establece con el público por ser un personaje dicharachero, inconforme, crítico, peculiar dentro del cuarteto.
El nivel de interpretación es muy logrado. Cada uno, con sus herramientas, construye personajes verosímiles y empáticos: Mariela centrada, orgánica, sirviendo muchas veces de puente entre uno y otro; Tabaré demostrando ductilidad en la escena, eufórico, resolviendo los momentos de tensión; Gabriel haciendo dominio de un texto que hace suyo, teniendo la difícil tarea de antagonizar, de ser el otro, el discorde, y al mismo tiempo tratando de no convertirse en un caricatura de viejo resabioso. Diego Castro, le aporta contención a Raúl, su personaje, a pesar de sus pocas entradas tiene parlamentos que, si no se defienden bien, pudieran sonar demasiados dramáticos, inverosímiles y él sale airoso, muestra a un hijo con matices, con humanidad. Gabriella Arambillete y Cynthia Patiño alternan entre el mismo personaje, ambas son actrices maduras, logradas que conocen los códigos del teatro y los explotan. Es un deleite verlas cuando están en segundo plano, en silencio, aún así tienen fuerza en la escena, con un gesto, un movimiento suave, un guiño hacen que la atención se vuelque hacia ellas. El director tuvo mucho acierto al convocar a esas dos actrices tan parecidas en la escena para el mismo personaje. Los otros dos actores Magui Larralde y Pablo García se quedan por debajo de los otros en el nivel de interpretación.
La escenografía bien lograda, las luces que marcan los cambios de escena, la música intencionada, el maquillaje efectivo y la referencia a clásicos de la literatura y el arte, complementan la obra.
Aunque quedan otras funciones de El tiempo está después, aún queda oportunidad de ver a estos actores crecerse en la escena, encarnar a personajes que tienen muchos deseos de vivir, de ser tenidos en cuenta, de soñar.