Por Gabriela Gómez.
Al revisar la extensa obra literaria de Benedetti surge que sus intentos con la dramaturgia fueron pocos y solo tuvo dos estrenos: Ida y vuelta (1958) y la más conocida de todas Pedro y el Capitán (1979, México; 1985, Montevideo). Integrante de la llamada Generación de la Dictadura, Invisible o Fantasma, también fue integrante de la Generación del 45 donde se destacaron los también dramaturgos Andrés Castillo, Carlos Maggi, Antonio Larreta, Jacobo Langsner y Ángel Rama.
Las primeras tres piezas de Benedetti tienen como tema la clase media uruguaya, con un realismo preponderante como forma de expresión heredada de la tradición del teatro rioplatense. En Pedro y el Capitán, brutal encuentro entre torturador y víctima, el registro cambia totalmente para conducir al público hacia una realidad que, en el caso de los espectadores uruguayos, resultó chocante. La proximidad tanto histórica como escénica de los hechos relatados, produjo el enmudecimiento y paralización de la platea y tuvieron que pasar algunos años para que se produjera la asimilación de estos hechos que eran revelados en el teatro, en su mayoría de manera simbólica. El éxito mundial de esta obra fue desplazado por el desconcierto y desprecio tanto de la crítica como del público de Uruguay, por lo que se realizaron solo unas pocas funciones.
Dentro de la gran producción literaria de Mario Benedetti, se encuentran en muy pequeña cantidad sus obras dramáticas. De este tema ya se han encargado de estudiar, entre otros investigadores, los profesores Pablo Rocca y Roger Mirza, desarrollando su implicación tanto en la historia del teatro nacional como en la percepción histórica de nuestra sociedad. Este interés no es extraño, ya que estamos hablando de uno de nuestros autores más leídos, que se destacó prioritariamente por pintar la realidad sin tapujos de un Uruguay previo y posterior a la dictadura instalada por el golpe de Estado de 1973 y que duró hasta 1985.
Siempre es interesante y necesario realizar una relectura de los autores que representaron en diferentes modos y propuestas artísticas al Uruguay o al Montevideo de aquellos tiempos, a través del teatro como en este caso, y a lo largo de toda su historia. Sin dudas, tenemos que ubicarnos en lo que era nuestro país en aquellos años y las percepciones de entonces acerca de la sociedad y la política contemporáneas, puntos que están presentes en la mayor parte de la obra de Benedetti y que se replican en su dramaturgia.
La actitud crítica era otra, sin dudas. Estábamos parados en el siglo pasado y el ala izquierda del pensamiento nacional tenía muchos y muy buenos escritores, poetas, periodistas y dramaturgos. Hay mucho material que así lo demuestra y esto resulta evidente, por ejemplo, en una novela que se hizo icónica titulada con la frase aviso a la población (así, sin mayúsculas y como un panfleto) de la poeta y narradora Clara Silva. En esta novela, publicada por la editorial Alfa en 1964, ya está presente un realismo descarnado que aparece desde el primer capítulo: ʻuna piltrafaʼ, donde la autora haciendo uso de una poética realista, grave y en tono lacónico relata una realidad de pobreza, desamparo y miedo de un hombre sometido al poder policial y a la muerte. Esta sordidez e impersonalidad fue repetida años más tarde en Pedro y el Capitán, la obra más difundida de Benedetti, con el agregado de la representatividad y el efecto paralizador que supone que se produce en el espectador ante la inmediatez escénica y el tema que desarrolla.
Primeras obras dramáticas
La primera incursión de Benedetti en el género teatral fue con Ustedes, por ejemplo, publicada en 1953 en la revista Número, pieza en un acto que nunca fue estrenada, por lo que algunas cronologías no la destacan aunque ya se percibía a través de ella la actitud crítica del autor con respecto al ámbito intelectual del que era parte y que por lo tanto conocía de primera mano. La obra transcurre en Montevideo y plantea el análisis de una postura cultural complaciente contra la que también se había declarado Benedetti en su libro El país de la cola de paja y que fuera tema de otros críticos de esos tiempos, como Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal. La trama de Ustedes, por ejemplo gira en torno de una reunión de escritores en la casa del editor de una revista que termina con el anuncio por parte del editor del cierre de la publicación, donde se remarca la actitud de complacencia y sometimiento de los escritores, caricaturizando una clase intelectual solícita e indulgente.
Su segundo registro en el género lo realizó en 1958 con El reportaje, obra teatral editada por el semanario Marcha y luego reeditada en 1968 por la editorial Alfa en un volumen doble titulado Dos comedias y que incluye también la pieza Ida y vuelta.
El reportaje es una pieza (que nunca fue representada) en un acto, con “un presente y tres evocaciones”. También transcurre en Montevideo, en una “época actual”, mientras que las evocaciones se suceden, respectivamente, diez, treinta y quince años antes. Se trata de ocho personajes, aunque tres de ellos son el escritor Jaime Valdés con tres edades: niño, joven y adulto de cuarenta años. Las escenas se desarrollan en el estudio de Valdés, quien se encuentra conversando con Suárez, un crítico literario acerca de la novela recientemente publicada y sus futuros proyectos narrativos: una “novela del empleado público, con un título chocante, como ‘Enterado archívese’”. (Esto nos recuerda otros trabajos de Benedetti con temas similares, como Poemas de la oficina y la reconocida Montevideanos, donde el mundo del oficinista y el ámbito de las oficinas públicas ocupan el centro del relato). Ante una llamada telefónica que le propone un reportaje a raíz de su nueva novela y con la ayuda del crítico que entiende que su obra es autobiográfica, Valdés recuerda tres momentos cruciales en su vida que están reflejados en su obra. De nuevo, lo que está en juego es la postura moral del personaje evocada en tres ocasiones y etapas: la primera está ubicada diez años atrás, en el recuerdo del patrón de Valdés que intenta convencerlo para que delate a dos compañeros que junto con él fueron los instigadores de una huelga en la empresa, prometiéndole beneficios a cambio de la traición, provocación a la que Valdés no se somete. El segundo recuerdo nos lleva a conocer a un Valdés niño de nueve años quien asiste como “un testigo mudo pero con los ojos bien abiertos y espantados” a la grave discusión y posterior separación de sus padres y división de sus bienes, en que el niño es parte de esta repartija, un objeto más.
En el tercer recuerdo, de nuevo con un Valdés joven, aparece una mujer con la que mantiene una relación sentimental esporádica, ya que solamente se ven los días jueves y por lo tanto apenas se conocen. Luego de una serie de confesiones acerca de la vida amorosa del escritor a pedido de su compañera, que incluye el relato de una antigua relación que terminó trágicamente, Valdés se siente denigrado: “Yo tenía una horrible conciencia de no ser tomado en serio […] Un día no pude más y la golpeé… […] La golpeé, la humillé. La obligué a cometer acciones que eran denigrantes en nuestra relación. Tenía que verla alguna vez en una postura horrible, en una actitud absurda, reprochable”. Luego de esto, la mujer se suicida.
Este recorrido en flashback sirve para justificar todos los males del personaje central en su infancia y de nuevo nos retrotraen a los relatos de Montevideanos, elaborando lo que desarrollaría Benedetti en toda su obra: la simbología de una moral en crisis.
Ida y vuelta, su primer estreno, es el otro texto incluido en el volumen titulado Dos comedias, escrita en 1955 y estrenada en la Sala Verdi en 1958 por la Compañía de Actores Profesionales Uruguayos, bajo la dirección de Emilio Acevedo Solano. Había obtenido un segundo premio en un concurso convocado por el teatro El Galpón y un tercer premio de las Jornadas de Teatro Nacional organizadas por la Comisión de Teatros Municipales de Montevideo. La acción transcurre –como en las obras anteriores– en Montevideo, donde un autor teatral quiere mostrarles a los espectadores una serie de ideas que le rondan la cabeza con las que intentará escribir una comedia. La intención es comprobar de antemano si este argumento y personajes serán aptos para conformar una obra, aunque insiste que se trata de un boceto y que su intención es comprobar qué efecto podría producir en el público a la vez que pondrá a prueba si vale la pena ponerla en escena.
Sin lugar a dudas, Benedetti aplica aquí las técnicas de Bertolt Brecht del “distanciamiento”, donde los espectadores dejan de serlo para razonar sobre lo puesto en escena, adquiriendo una perspectiva sobre los sucesos que se narran y desarrollar una opinión crítica, “comprometida” con la sociedad a la que pertenecen. Este proyecto de obra está integrado por dos personajes: Juan y María, “un hombre y una mujer tan corrientes y tan montevideanos –dice el autor– que da lástima escribir sobre ellos”. El autor concluye en que estos personajes son demasiado comunes y montevideanos como para ser parte de una obra teatral, ya que “nuestros temas son chiquitos… como para sonetos”, y que son los grandes temas los que importan a las grandes obras por lo que desecha esta idea bocetada y se aboca a la redacción de una obra basada en un argumento de Homero.
Pedro y el Capitán
Tras el golpe de Estado de 1973, Benedetti se exilió, en principio, en Argentina y luego de una breve estadía en Perú, de donde fue expulsado por razones políticas, se refugió en Cuba y más tarde en España. Durante su exilio en Cuba escribió su obra de teatro más recordada y representada. Pensada en un principio como una novela que llevaría de título “El cepo”, terminó siendo una obra dramática. Fue editada en México en 1979 y ese mismo año fue estrenada por el elenco del teatro El Galpón, que se encontraba exiliado allí, bajo la dirección de Atahualpa del Cioppo. El estreno en Uruguay tuvo que esperar a 1985 con el regreso del elenco al país.
Al momento de ser escrita, habían pasado más de veinte años de su última producción como dramaturgo, su situación en el mundo era otra y otro el contexto histórico. La pieza fue anunciada en una entrevista con Jorge Ruffinelli, en 1973, en la que se le preguntaba sobre sus nuevos proyectos. Benedetti habló de una novela “que tal vez se llame ʻEl cepoʼ, [y que] va a ser un diálogo entre un torturador y un torturado, en donde la tortura no estará presente como tal aunque sí como la gran sombra que pesa sobre el diálogo. Pienso tomar al torturador y al torturado no solo en el diálogo que se realiza en la prisión o en el cuartel, sino mezclados con la vida particular de cada uno”.
Pedro y el Capitán es un tenso diálogo entre víctima y verdugo que se desarrolla en una sala de interrogatorios. En palabras de Benedetti, “es una indagación dramática en la psicología de un torturador. La distancia entre ellos es, sobre todo, ideológica y es quizá ahí donde reside la clave de otras diferencias, que abarcan la moral, el ánimo, la sensibilidad ante el dolor humano, el complejo trayecto que media entre el coraje y la cobardía, la poca o mucha capacidad de sacrificio, la brecha entre traición y libertad, la verdadera tensión dramática no se da en el diálogo, sino en el interior de uno de los personajes: el Capitán”.
Pedro y el Capitán es una obra en cuatro actos y se desarrolla en un solo lugar: una sala de interrogación y torturas. No se explicita el lugar, pero sin dudas se trata de Montevideo o alguna de las ciudades latinoamericanas que estaban padeciendo la dictadura, la prisión física y sicológica, la tortura y el dolor, a principios de los años setenta. Pedro, el preso, y su interrogador, el Capitán, son los dos únicos personajes. El militar intenta que Pedro delate a otros compañeros frente a la resistencia del preso ante la tortura. En las primeras escenas el Capitán intenta parecer más humano, que está “por el argumento”, no por la fuerza bruta, y es así que se plantea lo que Benedetti llama “una indagación dramática en la psicología del torturador”.
Esta idea, que según el autor intentaba “despertar la conciencia crítica del espectador no solo ante la representación, sino a través de esta, ante su propia vida”, no fue fácil de asimilar por el público uruguayo cuando fue estrenada en Montevideo. Considerando las más de doscientas funciones que se ofrecieron en México, además de haber recorrido el mundo y ser traducida al alemán, danés, francés, inglés, noruego, sueco… en nuestro país estuvo muy poco en cartel. Seguramente la proximidad de los tiempos produjo esa parálisis y el silencio de los espectadores que menciona Ruben Yáñez (quien representaba al Capitán) al finalizar la representación, además del contacto directo con una experiencia que había dejado muchas heridas en los ciudadanos. Aunque los dramaturgos uruguayos habían utilizado el arte dramático para traer a la escena esta etapa tan dolorosa, en su mayoría se había hecho de manera simbólica, sin llegar a bloquear al espectador.