Por Gabriela Gómez.
Fernando Gabriel Enciso Balparda (Montevideo, 1958), más conocido como Petru Valensky, ha tenido el privilegio de participar de una parte muy importante de la historia del humor de nuestro país. Su carrera comenzó en los cafés concert de los boliches gay de Montevideo, hasta que fue elegido por Omar Varela para formar parte de uno de los espectáculos que fueron vanguardia del teatro nacional: la obra de teatro besteirol ¿Quién le teme a Italia Fausta?, que estuvo en cartel durante veinticinco años y fue vista por más de trescientos mil espectadores.
Además, es uno de los testigos de uno de los últimos clásicos del humor de la televisión uruguaya, ya que fue convocado por Julio Frade para ser parte de Decalegrón y trabajar así con los mejores cómicos rioplatenses para agregar otro perfil a su carrera de actor y humorista. Siempre sonriente y agradecido por las oportunidades y los momentos increíbles que vivió a lo largo de su carrera, Petru ya es un monumento nacional, reconocido por todos, desde el teatro a la televisión, por su simpatía y su talento.
Leyendo tu biografía la palabra que más se ve representada es libertad.
Sí, totalmente. Siempre se consideró en mi familia, y yo también en lo personal, que el valor más preciado de un ser humano es la libertad. En todo sentido: de expresarse, de opinar, la libertad de conducirte, de cómo ir por la vida, ese es el máximo valor que podemos tener los seres humanos. Yo lucho por eso, totalmente. Mi padre siempre decía que cada uno era dueño de hacer de su culo un pito mientras no moleste a nadie. Él entendió siempre eso de tener libertad mientras no jodan al prójimo. Y mi mamá, también. Me dejaban hacer, crear, dar mi opinión.
Ahora están instaladas ciertas conductas de agresión al diferente, como el acoso, ¿de joven te pasó algo así?
No lo padecí, para nada. Es más: yo fui compañero en todos los años de preparatorio, en el Liceo 15, de María Inés Obaldía y la vida nos unió después en el trabajo, en Canal 10. Siempre recordábamos que tenía mi pareja –yo era chico, tenía quince años– y era impresionante el respeto de mis compañeros. Hasta ahora nos seguimos viendo con algunos de mis excompañeros y nos acordamos de eso: de la libertad que teníamos. Llegué a vivir esa agresión durante la dictadura, con las detenciones, porque no podíamos hacer café concert, pero tampoco era bullying, porque hubo “respeto”: el día que me liberaron me pedían entradas para las esposas. Es muy gracioso.
¿Cuándo te detuvieron?
El 12 de enero de 1982, a las dos menos veinte de la madrugada. Estaba haciendo un espectáculo en un boliche de la calle Cuareim, estaba haciendo un tema de Mireille Mathieu y se prendieron las luces. Entraron los milicos de verde y mirá lo que pasó por mi cabeza: “Pero ¿qué parte del espectáculo es esta?”. Cuando se prendieron las luces nos pidieron que fuéramos a Jefatura, y nos metieron en el subsuelo, en la calle San José. Ya sabía que no se podía hacer café concert, era la parte dura de la dictadura, ya se estaban por ir. No nos dieron explicaciones y te fichaban como pederasta pasivo o activo y te ponían un número. Ese número lo tuve hasta 1995, años después de la democracia, porque iba a la calle San Martín a pedir el certificado de buena conducta para que me dieran el pasaporte. Estuve retenido 48 horas y después fue como una semana y pico yendo a firmar. Fue horrible, después que pasaron esos días me quedé en casa encerrado, a oscuras, no quería ver a nadie. Sentí mucha vergüenza durante muchos años hasta que me di cuenta de que no tenía que sentir vergüenza.
¿Cómo eran en los boliches de café concert en esos años?
Estaba Controversia, Arcoíris, Espejismos y otros más. Hacíamos unos shows increíbles, era un furor que había, yo todavía extraño esos años. Con Jorge Elías nos conocimos en Controversia y él fue el primero en hacer Italia Fausta. La inauguró conmigo y con Estela Mieres. Al año ganó una beca del Goethe y se fue a Europa. Entonces entró [Luis] Charamello y estuvimos veinticuatro años con Luis. Fue un momento de explosión para hacer ese tipo de espectáculos, yo conocía a los dueños de Controversia y entonces ellos vieron los espectáculos que hacíamos. Después decidieron hacer espectáculos los domingos después de que cerraban las puertas. La gente estaba uno arriba del otro. Hacíamos cosas increíbles: hubo sketches que ya no se pueden hacer: ‘La Petruchita’, ya no se puede hacer; las canciones de Boris Vian adaptadas por Nacha Guevara como ‘Johnny, maltratame’, ya no se puede hacer; ‘Es mi hombre’, tampoco. Hay muchas cosas que ya no se pueden hacer. En aquella época era muy común, pero ahora estarían prohibidos.
¿Qué opinás de eso?
Siempre se camina por una línea, al borde del precipicio, pero por ejemplo en ‘Johnny, maltratame’, se está hablando de los femicidios, de la violencia del hombre contra la mujer, y eso antes era humor. Antonio Gasalla, que era “la Petruchita”, era una niña que la madre se acostaba con los productores, la fajaban y la hacían hacer cosas. Pienso, a la distancia, que era mucho. He tenido que variar el humor, en realidad había dejado de hacer esos temas hace mucho tiempo. Tenía veintiún años cuando empecé, pero esos sketches no funcionan. Incluso en Youtube hay todavía un video de Antonio Gasalla con Tortonese, que es terrible, y el propio Tortonese me decía: “Ya no se puede hacer”. Era acerca de un tipo que le pegaba a ella, que la metía adentro de un refrigerador porque le había hecho mal la comida. Es impensable ahora. Cómo cambió y en poco tiempo. En el espectáculo de ¿Quién le teme a Italia Fausta? estaba el sketch del marido que le pegaba y en los últimos tiempos ya no se hacía tampoco.
¿Cómo fue tu paso del café concert al teatro con ¿Quién le teme a Italia Fausta?
Fue cuando vino Omar Varela, que estaba en Río de Janeiro y me ofrece hacer Italia Fausta. Él no me conocía pero le habían contado acerca de los shows que hacíamos en Controversia. Nos vio a Jorge Elías y a mí, y dijo: “Ellos dos son para hacer Italia Fausta”. También se convocó a Estela Mieres, que tenía que hacer de mimo y fue un éxito.
¿Te acordás del día del estreno?
Estaba en casa, me acuerdo de que era un día de calor insoportable y le dije a mi compañera de apartamento: “Mirá, o estamos en cartel una semana o estamos mucho tiempo”, porque era una cosa nueva, que nunca se había hecho acá; la famosa “besteira”, que es el café concert, en teatro. Yo tenía la experiencia y el entrenamiento de hacerlo en los boliches, pero no en una sala grande y para todo público. Fue impresionante. Fue un éxito que no se puede comparar. Ganamos mucho dinero, los autores también. El primer público que empezó a concurrir fue el público gay. Porque, claro, lo único que se había hecho con un perfil algo parecido fue la Troupe Ateniense, el Loro [Ramón] Collazo había hecho algo parecido con Orquesta de señoritas, pero como lo que hacíamos nosotros, no. Me acuerdo de que el director del Anglo le dijo a Omar Varela: “¿Siempre va a venir este público?”. Y Omar le dijo: “¿Le está dejando plata?”. “Sí, claro”. “Entonces no pregunte”, le respondió Omar.
¿Cómo reaccionó la crítica?
Al principio fue muy resistido por algunos críticos. No había críticas o eran terribles. Incluso en la entrega de los premios Florencio nos entregaron un “reconocimiento” a Italia Fausta y les dije: “Gracias por este premio consuelo de kermese”. Y cuando nombraron a las nominaciones el Teatro Solís entero se paró para aplaudir, fue muy fuerte.
Pero después fuiste reconocido por la crítica en Estados Unidos.
Después vino el éxito en Estados Unidos y ahí fue increíble. En el 89 nos convocan para ir a Estados Unidpos al New Theatre in Coral Gables, donde estaban todos los argentinos que se habían ido a Miami. Estrenamos y las críticas fueron fantásticas. Es más, en el Miami Herald salió una crítica que decía que la obra o los actores seguramente iban a ser nominados a los premios de la Asociación de Críticos de Arte de Estados Unidos. Pasó el tiempo, estábamos haciendo temporada en Asunción y en marzo me llamaron y me dijeron: “Acaba de ser nominado al premio ACA [como Mejor Actor de Habla Hispana], y lo ganó”. Yo pensé que era una broma y dije: “Ah, bueno, muchas gracias”, y se dieron cuenta. Me volvieron a llamar y me dijeron: “Mire, le vamos a dejar un número de teléfono, haga una llamada revertida, la pagamos nosotros, y ahí le ampliamos”. Era verdad y me dijeron si podía estar en dos días en Miami. Les dije que no podía porque estaba haciendo temporada en Punta del Este, en el Hotel La Capilla. Me acuerdo de que esa tarde me iba a hacer la función y ya sabían mis compañeros que había ganado. Lo que es la vida: acá sacaron una nota chiquitita. Había ganado el premio junto con Celia Cruz y con Olga Guillot. Los años pasaron y después también hice temporadas en Washington y el Washington Post me dedicó toda una página de reconocimiento. También fue muy gracioso, porque yo estaba en Nueva York y no me había enterado. Me llamó Nacho Álvarez que estaba en la radio Sarandí y me dijo que me felicitaba por la nota del diario, yo no sabía nada. También me llamó Emiliano Cotelo, de El Espectador, que querían hacerme una nota. Me recorrí no sé cuántas cuadras buscando el diario y cuando lo conseguí ¡vi que era verdad! En ese momento estaba haciendo café concert, que los gringos no lo conocen y les encanta.
¿Qué fue Omar Varela para vos?
Es todo, y después de haber hecho Italia Fausta hizo otro éxito de cinco años con Alcanzame la polvera, que lo hicimos con el Flaco Galli, No te vistas que no vas y Golpeá que te van a abrir, las tres escritas por Omar. Era genial. Era éxito tras éxito. Venían las señoras de Carrasco con tapados de piel y carteras Louis Vuitton a escuchar lo que se decía en el escenario. Y todo era verdad lo que se decía: se nombraban parejas, situaciones. Porque las dueñas de casa eran dos señoras de Carrasco, finas, finas, finas… y entre ellas se comentaban todo. Nos tiraban data al punto de que una pidió que se parara la mano.
También trabajaste con los mejores humoristas rioplatenses en Decalegrón.
Estuve con Almada, Espalter, D’Angelo, Frade, Pelusa Vera, Graciela Rodríguez, Nelson Lence, Mario Díaz, Pedro Novi. El 1º de julio de 1988 entré a trabajar al Canal 10, era un viernes. Me llamó Julio Frade y me dijo: “El lunes grabamos Decalegrón, ¿querés estar?”. Yo estaba en el Canal 4 trabajando con Omar Gutiérrez haciendo Teresa Tenaza, la mujer de su casa y le digo: “Déjeme preguntar, porque no sé”. Lo llamé a Omar y en esa tarde me solucionó que Canal 4 me permitiera trabajar, un caso extraordinario. Ese lunes grabamos y quedé en Decalegrón. Fue casi enseguida del estreno de ¿Quién le teme…?, porque se estrenó en febrero y en julio ya estaba haciendo Decalegrón. Estuve hasta el 2002, cuando la crisis económica, cuando bajó Decalegrón y Plop!, bajó todo. Después de esto estrené Cabaret, dirigida por Sergio Otermin, con Mary da Cuña, Martín Antía, Silvia Novarese, orquesta en vivo y todo en el Teatro del Centro. Terminaba de actuar y me iba vestido a hacer Italia Fausta por la calle San José. Fue mucha locura. Fueron años increíbles. Entonces ya empezaron las giras: Venezuela, Estados Unidos, y era todo a mucha velocidad. El éxito de Cabaret fue impresionante.
¿Cómo fue trabajar con este grupo de humoristas que se destacaron y que aún hoy no han sido superados?
Fue increíble. El ritmo era: llegabas, te daban el libreto, tenías que aprenderlo y a la cancha. Yo hacía temporada en Buenos Aires, estuve seis meses en la calle Corrientes, me tomaba Ferrylíneas y llegaba acá el domingo. Corría y grababa Decalegrón. Me acuerdo de que hacía el papel de la cajera y D’Angelo me decía: “Decí esto, decí lo otro”. Y yo lo decía y era un golazo. Eran brillantes y muy generosos. Agradezco a la vida que me haya cruzado con esa gente, eso es impagable. Ahora no se hace ese café concert, se hace stand up que es un primo hermano del café concert. Pero el café concert tiene otra estructura. Es un género hermoso y hay que entenderle el juego al humor. Eso se ha perdido. Nosotros siempre decimos con Fito Galli que nosotros decimos por lo alto lo que en el pueblo se dice por lo bajo. Eso es lo que la gente quiere escuchar.