Por Nelson Díaz.
A cien años del nacimiento de Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz del Campo, el 14 de marzo de 1922 en Montevideo, el Día de Patrimonio de este año (1º y 2 de octubre) está dedicado a nuestra China Zorrilla. Se sucederán homenajes, semblanzas y recuerdos de una mujer de un talento y trayectoria excepcional. En Dossier convocamos a varias personalidades de la cultura para homenajearla.
Es extraño verlo con la perspectiva de los años acumulándose. En 1985 se estrenó Esperando la carroza, dirigida por Alejandro Doria, con un elenco increíble y talentoso regenteado por China Zorrilla desde su papel de Elena. Ella ya tenía una extensa y reconocida carrera actoral.
Quien teclea estas líneas tenía entonces dieciocho años. Era el regreso de la democracia, después de años de oscuridad. Esperando la carroza me partió la cabeza. En cierto sentido, su humor corrosivo, sus personajes y sus diálogos la hacían para mí una irreverente película punk.
La digresión personal viene al caso porque este año se conmemora el centenario del nacimiento de una actriz de personalidad única.
El talento de la vida misma
Dossier consultó a la directora nacional de Cultura, del Ministerio de Educación y Cultura, Mariana Wainstein, quien se refirió al legado cultural de la actriz: “Cualquiera que recuerde a China Zorrilla –haya tenido o no la fortuna de conocerla en persona‒ no puede dejar de sentir esa genuina admiración que siempre despertó a fuerza de talento y, a la vez, esbozar una sonrisa al evocar ese entrañable y contagioso sentido del humor que caracterizaba su personalidad, a través de la cual supo interpretarse a ella misma, inconfundible, desbordante y, a la vez, ser un poquito cada uno de nosotros”.
Wainstein rememora que China “empezó su carrera siendo todavía muy joven. Fue una verdadera adelantada para su generación y para su tiempo. Se aventuró por el mundo tejiendo sus sueños en una época en la que las mujeres no gozaban de la igualdad de oportunidades que hoy poseen, y mucho menos en solitario”.
Es cierto que China nació en el seno de una familia que dio grandes nombres a nuestra cultura, recuerda la directora del MEC, “pero supo ganarse su lugar, sin embargo, por su propio esfuerzo, entrega y notable inteligencia, hasta erigirse, con justo derecho, como uno de los mayores referentes de las artes escénicas de nuestro país”.
Para Mariana Wainstein, celebrar su centenario es una fiesta: “Tal vez porque la imaginamos presente y perennemente juvenil, compartiendo sus anécdotas, reuniendo a sus amigos, siendo el alma de la fiesta, como solía ser”.
Son tantas y tan prolíficas las facetas de China Zorrilla que, para homenajearla, el museo Zorrilla reúne en una muestra a seis grandes artistas visuales: Federico Arnaud, Olga Bettas, Jaqueline Lacasa, Santiago Grandal, Francisco Lapetina y Florencia de Palleja, quienes desde sus respectivos universos creativos intentan interpretar alguna etapa de la vida y obra de China, con fundamentación conceptual del filósofo Horacio Bernardo y la curaduría de Magdalena Cerantes.
Por supuesto, desde la Dirección Nacional de Cultura se sucederán homenajes y reconocimientos. “En coordinación con el Instituto Nacional de Artes Visuales, la exposición incluye a cuatro dramaturgas (dos de Montevideo y dos del interior) y a cuatro actrices uruguayas que representarán monólogos conmemorando a China en los jardines del museo”, adelanta Wainstein.
Simultáneamente, el museo Zorrilla inaugura El rincón de China, con objetos, mobiliarios, trofeos, indumentaria y otros elementos que han sido donados por su familia para que habiten ese lugar suyo por herencia y mérito.
Mientras dure la exposición se presentará Canciones para mirar, una serie de talleres para niños aludiendo al ciclo que China y Perciavalle llevaron adelante con música de María Elena Walsh.
La directora nacional de Cultura dijo a Dossier que “como parte de este importante acontecimiento, y en conjunto con el área de Economía Creativa, se realizará el lanzamiento de la Ruta Cultural de los Zorrilla, un circuito que integra el museo, el taller de su padre, el consagrado escultor José Luis Zorrilla, la casa Montero Bustamante, la de la propia China en la calle 21 de Setiembre y la estatua de su abuelo, el poeta de la patria, Juan Zorrilla de San Martín, en la rambla, entre otros puntos de interés”.
“China vuelve a la casa de estilo andaluz de su abuelo, en la que alguna vez jugó de niña, y hoy es uno de los museos más queridos por los uruguayos. Aunque físicamente ya no esté con nosotros, no tenemos duda de que desde algún lugar y de la forma que sea, no faltará a este encuentro: nada más y nada menos que su cumpleaños número cien. Desde la Dirección Nacional de Cultura, y gracias al trabajo colaborativo de distintas unidades de gestión, nos alegra y nos enorgullece poder rendir este merecido homenaje, que al fin y al cabo es una forma de celebrar la vida, puesto que China supo ser de muchos modos la vida misma”, reflexionó Mariana Wainstein.
China en la Comedia Nacional
Por Gabriel Calderón*
La presencia de China Zorrilla en la Comedia Nacional durante once años fue importante tanto para la artista como para la vida institucional del elenco, que siguió marcado por sus enseñanzas y su huella actoral en las obras.
Dos improntas claras dejaron su presencia, su arte y la estela de teatralidad en su pasaje por la Comedia Nacional. Por un lado, su profundo y conocido humor. Las anécdotas al respecto se apilan en los libros y ella fue su principal difusora. Ese carácter parecía congeniar con la máxima de Margarita Xirgu, defensora de la idea de que “no es necesario descender para agradar”. En reiteradas oportunidades, China ha defendido su humor y su desenfado, libre de groserías y de insultos. Era una mujer fuerte pero no severa; rigurosa y a la vez flexible en todas las circunstancias y contextos. Su humor, su risa y su encanto eran su herramienta letal, implacable, de la cual era imposible defenderse. Esa cualidad llega a su máxima expresión en aquella anécdota del estreno de la obra Fin de semana (también conocida como La fiebre del heno, de Noël Coward), que dirigió y protagonizó en la Comedia Nacional. Según ella misma contaba, el fin de semana del estreno, un espectador murió en la platea, murió de risa. Su relato del hecho hizo que inmediatamente la obra se volviera un suceso, porque la gente iba a llenar la platea y probar la eficacia de la mortal broma.
Hay otras características de China menos visibles que, sin embargo, han marcado profundamente la tradición de la Comedia. La que se podría mencionar de entre todas fue su profundo amor a la cultura de compañía estable. La posibilidad de encontrar, solo en la estabilidad del grupo, un lenguaje particular, que ya no sería de los individuos que lo conforman, sino de la amalgama y la “contaminación” artística que se da al actuar unos con otros repetidamente. En una entrevista en Nueva York (a donde viajó siendo actriz de la Comedia para buscar nuevos autores) daba cuenta de las particularidades del elenco, defendiendo una y otra vez la singularidad artística de una compañía pública, de su ciudad y su país, que buscaba dialogar con el mundo sin perder su identidad.
Esa ambición de salir al mundo, que luego la llevó a Buenos Aires y a ser una de las actrices más importantes de Iberoamérica, sin dejar de amar lo local, lo particular y lo singular de nuestra ciudad, marcaría para siempre a un elenco que aún la piensa, la admira y la toma como referencia.
*Director de la Comedia Nacional, dramaturgo, actor y director.
Las tablas, el ojo y la pluma
Por Valentín Trujillo*
Cuando se nombra a Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz del Campo, conocida popularmente como China, todo el mundo piensa en el teatro y en el cine. La célebre actriz uruguaya, cuyo centenario se festeja este año y cuya figura será homenajeada durante los días del Patrimonio del próximo mes de octubre, estuvo desde su más tierna juventud vinculada a las tablas. Son muchas las obras y las películas que la inmortalizaron como una de las actrices más relevantes del siglo XX en el Río de la Plata.
Se la conoce mucho menos en su faceta de cronista, pero lo cierto es que ejerció el periodismo a través de una serie exquisita de columnas que publicó en el diario El País entre febrero y mayo de 1960. La historia fue así: China viajó a París y Londres con el fin de ver mucho teatro en las capitales europeas y visitar amigos. Pero, además, China dejó por escrito las impresiones del viaje, los personajes que conoció y trató, así como retrató situaciones y vivencias con un gran poder de observación y un estilo suelto, irónico por momentos, con comentarios cargados de humor y sarcasmo, y también de emoción genuina y reverencia a varios popes con los que se cruzó. Desfilan por sus crónicas Samuel Beckett, el cine de Robert Bresson, John Gielgud, Jean Genet y Louis Jouvet, entre otros tantos. Aparte del mundo artístico, describió personajes anónimos, situaciones cotidianas, estados de ánimo y un abanico de emociones muy sugestivo. China demuestra en los textos la destreza de la observación y el ritmo de la buena prosa. Leer las columnas, que fueron publicadas por Ediciones de la Plaza en 2013 bajo el título Diario de viaje, es una delicia que recomiendo como hermosa forma de recordar una faceta poco conocida de la gran China Zorrilla.
*Director de la Biblioteca Nacional.
Genio y figura de una personalidad universal
No creó una escuela de actuación, no formó sucesores ni discípulos, no dejó una doctrina ni una plataforma teórica que fundamentase su arte singularísimo, pero predicó con su luminoso ejemplo y dejó trazado un camino de ética intachable, de calidad superlativa, de compromiso con el público y de búsqueda perpetua de la excelencia, que constituye su principal legado para las nuevas generaciones, trasciende largamente los límites del escenario y abarca las fronteras de la vida misma.
Por Álvaro Secondo Escandell*
Una de las acepciones del verbo legar es “transmitir ideas, arte, testimonios, cultura, de generación en generación”; como si se pasara el testigo en una carrera derelevos o postas. China Zorrilla ha conjugado a la perfección esa acepción de legar. No solo ha transmitido ideas sino, sobre todo, cualidades a la siguiente generación y a las sucesivas.
Tengo el recuerdo nítido, de mi infancia y primera juventud ‒digamos la década de 1960,‒ que había en el país unas pocas figuras descollantes que, sin solución de continuidad, estaban presentes cuando era necesario recibir y agasajar, formal o informalmente, a cualquier (gran) personalidad que llegase al país, en visita oficial o extraoficial. Esas personalidades extraordinarias que nos visitaban, podían ser jefes de Estado, excelentísimos señores diplomáticos, dirigentes de empresas o instituciones públicas o privadas, artistas excepcionales de cualquier disciplina, dignatarios de toda alcurnia, estrellas de cine de diversas magnitudes, ases del deporte o reinas de la belleza, pero allí abajo, al pie de la escalerilla del avión (después en las salas VIP) seguramente estarían, entre otros, dos grandes representantes de la mejor sonrisa uruguaya, de la simpatía y la empatía de los habitantes de estas playas remotas al oriente del río Uruguay, de la inteligencia bien entendida (no la intelligentzia): Concepción China Zorrilla y, quizá, Eduardo Víctor Haedo.
Ese podría ser uno de los primeros rasgos a destacar en el legado de la luminosa personalidad de la actriz: su capacidad de simpatizar (del griego sympatheia, armonía de sentimientos recíprocos), de algún modo seducir a primera vista, a su interlocutor, su público.
El carisma irresistible de China
Siempre me pareció admirable la capacidad de algunos músicos de ejecutar una partitura a medida que la van leyendo por primera vez. De algún modo, la capacidad que tenía China (quien además poseía un enorme talento musical y era una excelsa pianista) de simpatizar y empatizar con personas desconocidas desde el primer contacto me resultaba muy parecida a la ejecución musical a primera vista.
Alguien que la conoció y la quiso enormemente, Carlos Perciavalle, contaba que en Nueva York, donde vivieron y trabajaron juntos durante varios años, iban a bailar a boliches nocturnos. “China se ponía siempre un collar con una vuelta de perlas, un vestido de algodón muy sencillo que se hacía ella misma, porque le encantaba hacerse su ropa ‒cuenta Perciavalle‒ y llegábamos a los lugares donde estaban, por ejemplo, las modelos más famosas del mundo, las más divinas. Todas estaban aburridas como unas ostras; pero China, en cambio, a los pocos minutos estaba rodeada de todos los hombres buenos mozos, contándoles cuentos, riéndose a carcajadas, divirtiéndose a más no dar. A mí no me quedaba más remedio que sacar a bailar a las modelos, que eran enormes, Twiggy, Verushka y otras celebridades de la moda de aquel entonces”.1
Cierto es, también, que ese potente magnetismo no era una exclusividad de China, sino una característica familiar, incluida en el ADN, que constituyó y constituye un sello identitario de los Zorrilla.
En 1910, el abuelo de China, don Juan Zorrilla de San Martín, fue elegido ‒¿cuándo no?‒ por el gobierno para representar al país en las celebraciones que se llevarían a cabo en Santiago por el Centenario de la Independencia del hermano país trasandino. Unos años antes había admirado a España, a Iberoamérica y a buena parte de Occidente con El mensaje de América, su notabilísimo discurso pronunciado en la explanada del Monasterio de la Rábida, en Huelva (España), después de inaugurado el monumento conmemorativo del descubrimiento de América, el 12 de octubre de 1892. Y unos años después ‒entre muchos otros eventos que protagonizó‒ emocionaría a los uruguayos con su encendida despedida a los restos de Rodó en la explanada de la Universidad.
En las actividades y reuniones previas a la celebración del Centenario de la Independencia de Chile, Carlos Morla Lynch, un destacado escritor y diplomático chileno, se admiraba de la contagiosa simpatía del “poeta de la patria oriental”. Decía de Zorrilla: “Era un hombrecito de cincuenta años, vivo como una ardilla, barbudo, contento todo el tiempo, contentísimo, tipo divertido, simpático, exento de complicaciones y ajeno a todas esas pequeñas farsas y comedias de que está llena la vida”2. Don Juan Zorrilla de San Martín tenía la gracia natural de las personas dotadas de los mejores atributos para el relacionamiento social, cualidades que heredó intactas su nieta. En efecto, China era, respecto a las actividades sociales (y a muchas otras), tan dotada y vocacional como su célebre abuelo.
Casi cien años después ‒noventa y cinco, en puridad, lo recuerdo fotográficamente porque yo estuve ahí‒ celebramos el sesquicentenario del nacimiento de don Juan Zorrilla de San Martín en el museo dedicado a su memoria. El presidente Tabaré Vázquez, invitado de honor al evento, anunció que llegaría unos minutos tarde porque tenía un compromiso en el interior.
Había dispuesto todo, sin embargo, para llegar lo antes posible al homenaje a Zorrilla, incluida la vuelta a Montevideo en helicóptero. Efectivamente, unos minutos después de iniciado el acto, escuchamos el ruido característico de un helicóptero aterrizando en el cercano helipuerto de La Estacada, entre las penínsulas de Trouville y Punta Carretas. Muy pronto irrumpió en el salón, saludado por toda la concurrencia, el presidente, que llevaba unos pocos meses en la primera magistratura.
Un secretario le alcanzó una carpeta; él se calzó los anteojos e intentó empezar a leer. Digo “intentó” porque no bien desplegó el papel y se dispuso a pronunciar el discurso, reverberó estentórea en el salón la voz teatral de China Zorrilla:
‒¡Ah, no, Tabaré! Nada de discursos… A ver, contanos, en vez de leer, por qué te pusieron Tabaré.
‒¡Oh! ‒dijo Tabaré‒. Yo sabía que estando China en la sala esto no iba a ser fácil… Entonces tomó una silla, la puso al revés y se montó en ella a horcajadas, como hacen los muchachos, apoyó sus codos en el respaldo y dirigiéndose a China, dijo:
‒Muy bien, China, hablemos.
Durante los quince o veinte minutos siguientes, quienes estuvimos allí fuimos testigos de una especie de prodigio. China y el presidente entablaron un diálogo maravilloso, lleno de ingenio, de luz y de afecto recíproco, como si estuviesen solos en el mundo. De algún modo nos volvieron invisibles y mudos a todos los testigos. Quienes los rodeábamos éramos los privilegiados espectadores de un pingpong fabuloso con una pelotita vivísima pero transparente. El presidente, que había llegado con un plan preestablecido y formal, terminó jugando otro papel muy distinto y, sin dudas, mejor o, al menos, más simpático.
Algo parecido cuenta el ex presidente Sanguinetti: “[China] irrumpía en casa como una tromba, sin previo aviso. Después contaba en algún programa de radio o televisión que había encontrado a Marta regando las plantas… y pequeñas historias de vida doméstica que parecían asombrosas en casa de alguien que había sido presidente de la República”.
“Cada vez que me mencionaba me ponía en los cuernos de la luna”, dice Sanguinetti, recordando los encendidos elogios que le dedicaba China públicamente, al punto que cierto día le preguntó: “¿Por qué, en lugar de tanto elogio, alguna vez no me votás?”.3
Entusiasmo insensato
China tenía, por supuesto, el don de la persuasión, como suele tenerlo la gente que disfruta de un “entusiasmo insensato” y contagioso (así nombró la curadora, Magdalena Cerantes, a la exposición que hicimos en ocasión del centenario de China), tal como ella solía decir de sí misma. También, en ocasiones, hablaba de su “optimismo insensato”.
Podía cambiar las opiniones, los planes, las ideas de sus interlocutores y llevarlos, amablemente atados en las redes invisibles de su carisma, hacia los territorios de su dominio absoluto. Esa era una de las características más notables de China. Así lo hacía también, sin duda, con los espectadores de sus obras de teatro, sus monólogos, sus audiciones de radio y televisión y sus películas. Establecía con cada uno ‒así fuesen cientos o miles‒ una relación personal, íntima, unívoca, empezando por uno, pero ampliando su influencia en círculos concéntricos crecientes, hasta abarcar e interesar a toda la audiencia. Cada espectador sentía, aunque estuviese en la fila dos de la platea, en el palco presidencial o en lo más alto del “gallinero”, que China le hablaba a él.
Por supuesto, el gran legado de China Zorrilla –vaya novedad– deviene de su condición de actriz, de sus memorables papeles en teatro, cine y televisión.
Álvaro Ahunchain, el director del Instituto Nacional de Artes Escénicas, uno de los más eminentes “teatreros” de nuestro país y uno de los que mejor expresan su sabiduría en sus ensayos, crónicas y editoriales, dice respecto a China: “¿Cómo no enamorarse de su sentido del humor, su magnetismo, esa capacidad única de actuar desde su propia verdad, en lugar de hacerlo desde una mera mímesis? Hay una escuela de actuación que postula la naturalidad como condición imprescindible para hacer creíble un personaje. Es lo que llamo ‘falso naturalismo’. Quienes lo practican hablan sin énfasis, reduciendo la gestualidad al mínimo, porque creen que con eso son más verdaderos. ¡Mentira! La clave no está en sacar al personaje para afuera con mayor o menor intensidad. Lo importante es que salga de muy adentro. Y en tal sentido China transitó todos los caminos que le vinieron en gana: desde la austera expresividad de una mirada que lo dice todo, hasta la sobreactuación más exorbitante y disparatada”.
“Esta nieta realizará mis sueños”
Fue una actriz genial desde muy niña. Solía crear y protagonizar, junto a sus también geniales hermanas, obras de teatro dedicadas a la familia, en francés, claro, su lengua infantil, que representaban en la casa solariega de su abuelo, hoy el museo Zorrilla, quizás alrededor de la fuente de lo que llamamos hoy “el patio andaluz”.
Cuentan que su abuelo la tomaba en brazos y decía: “Esta nieta mía realizará mis sueños de actor que no pude concretar”.
“Nada de lo humano le fue ajeno” a China, menos que menos la política, aunque nunca se involucró en partidismo alguno. Fue una amante de la paz y la justicia. Su proverbial generosidad la inducía a dar según el precepto evangélico: “Que tu mano izquierda ignore lo que dio la derecha”. Esas inclinaciones pacifistas y filantrópicas le valieron, quizá, la incomprensión de un gobierno autoritario, de triste memoria, que prohibió sus actuaciones en el país. Restaurada la democracia fue de inmediato rehabilitada y protagonizó un retorno apoteótico con la histórica puesta en escena de Emily, sobre vida y obra de la enigmática poeta estadounidense.
Ni una palabra de reproche o agravio escapó de la boca de China, espíritu grande que no entendía el concepto de revancha ni resarcimiento de índole alguna.
Tengo para mí que las personas somos como prismas que descomponemos la luz que recibimos y enviamos distintos colores a nuestro derredor. Por eso es tan importante el punto de vista de quien nos rodea. Algunos recibirán, desde sus lugares, nuestros mejores y más brillantes colores. Otros recibirán colores opacos y deslucidos. Pero hay seres excepcionales que proyectan solo luces brillantes hacia todos lados. China fue uno de esos seres. Si esto fuese un análisis político, diríamos que China tenía cien por ciento de aprobación y cero de rechazo.
Paz
Tuve el privilegio de ser recibido por China en su casa de la calle 21 de Setiembre, en una de las últimas entrevistas que concedió, acaso la última, que se tradujo en un reportaje que se publicó en varios medios.
Era China muy afecta a los tarjetones en que enviaba sus saludos o alguna reflexión a sus amigos (legiones). En algún rinconcito de ellos, sin ningún vínculo con el texto, China ponía una pequeña palabra, monosilábica, de apenas tres letras: “Paz”, escribía China y era a la vez un deseo, un ruego y un augurio. Conservo como el tesoro que es la tarjeta que ella me dio con esa palabrita mínima de significado gigantesco.
Concepción China Zorrilla fue un ser humano excepcional y una actriz eminente. No dejó una escuela de actuación. Pero legó el ejemplo de actuar con rigor y compromiso, con excelencia, del mejor modo posible.
En una de las más bellas parábolas de su evangelio, Mateo nos recuerda que Dios nos dio a todos algún talento y que espera que desarrollemos ese don lo más que podamos, en beneficio de todos. China recibió el don de la actuación, entre otros. Conforme con el mandato divino, lo cultivó como nadie, para que todos cosecháramos sus frutos en términos de alegría y admiración estética por su arte.
Si todos ejerciéramos nuestras profesiones y oficios con la ética, la destreza, la calidad superlativa y la vocación con que China ejerció el suyo, el mundo sería mucho mejor. Acaso, entonces, viviríamos como añoraba China: en paz.
*Escritor, director del Museo Zorrilla.
Entrevista de Magdalena Cerantes con Carlos Perciavalle. China: entusiasmo insensato. ISBN 978-9974-36-446-2
Francisco Álvez Francese: Zorrilla y Rodó, un diálogo interrumpido. Conferencias pronunciadas en el museo Zorrilla, octubre 2021.
Julio María Sanguinetti. China la irrepetible. Retratos desde la memoria. Penguin Random House/Sudamerican.a. 2015