DOSSIER CRÍTICO / TEATRO
Por Bernardo Borkenztain
Miedos privados en lugares públicos
Toda esa gente solitaria
“Lives in a dream.
Waits at the window,
Wearing the face that she keeps in a jar by the door,
Who is it for?”
Paul McCartney
Denevi lo hizo de nuevo. Luego de Éxtasis (Mike Leigh, 2012) y su contraparte, La fiesta de Abigail (Mike Leigh, 2013), nos trae una nueva obra de autor inglés que encierra, en un formato humorístico, una corrosiva crítica a nuestra sociedad y a lo peor que tiene: ese vicio de exhibir las vísceras en los foros públicos mientras se condena a los seres queridos a la soledad. En efecto, en esta obra de 2004, Ayckbourn prevé de manera escalofriante una realidad que se configuraría, redes sociales y celulares mediante, unos pocos años después, con la ecumenicidad y virulencia de un virus del apocalipsis. En una época en la que la gente tiene más prisa en comunicar sus emociones y los aspectos más cotidianos que en vivirlos, esta obra nos trae seis –quizás siete, con toda la carga simbólica de ese número– personajes que no pueden expresar ni vivir (no solamente sus sentimientos sino tampoco sus miedos) de otra manera que no sea fuera de sus ámbitos afectivos, de donde viene el tema de la obra.
La propuesta es la de una obra coral, en la que las vidas de los diferentes personajes se entrecruzan e inciden unos en las de otros, con invariable ineficacia a la hora de sacarlos de la desdicha en la que todos están inmersos. Dan (Emilio Pigot) y Nicole (María Mendive) son una pareja que pese a su infelicidad está buscando un nuevo departamento para comprar. Stewart (Julio Calcagno) es el agente inmobiliario al que recurren y que trabaja con Charlotte (Ileana López), una solterona que vive conflictivamente su fe cristiana y la expresión de su sexualidad, la que sólo logra de manera vicaria (con disfraces o exhibicionismo mediante videos). Imogen (Mariana Lobo) es otra solterona, hermana de Stewart, con quien convive en la casa paterna, mientras juegan al scrabble, juego que se vuelve simbólico de su mutua enajenación al tener como objetivo componer palabras que no comunican nada. Por último, Ambrose (Pepe Vázquez), un homosexual más o menos en el clóset, trabaja en el bar en el que Dan pasa todos sus días emborrachándose en lugar de buscar trabajo, mientras hace malabarismos para cuidar en su propia casa a su padre convaleciente, Arthur (voz en off), quien lo desprecia por su sexualidad.
Ninguno de los personajes puede compartir sus sentimientos con sus seres cercanos (algo que ya el título nos adelanta, obviamente), y a veces ni siquiera consigo mismo. Dan no logra ni siquiera reconocerse a sí mismo la razón de su baja (que vive como deshonrosa) del ejército, lo que provoca que su padre haga tiempo que no le habla. Nicole no puede compartir su infelicidad con su madre (al hablar por teléfono le miente sobre su relación). Charlotte vive su religiosidad (Dios es el Padre con mayúsculas) de manera castradora y –salvo mediaciones como un disfraz– se reprime y reprime a quienes la rodean (como Stewart, que la desea). Imogen (una de las acepciones de cuyo nombre es “imagen de la madre”) reprende e insulta a su hermano cuando lo ve frente al televisor con un video erótico, mientras que él le controla las salidas como un padre haría con una adolescente.
Viviendo sus vidas bajo mandatos paternos tan opresivos, solamente con mediaciones externas como el alcohol, disfraces o una página de citas por internet, pueden los personajes intentar romper el cerco que los constriñe. Pero no hay escape para el que huye de lo que lleva dentro. Ni siquiera cuando Nicole intenta recomponer su relación o Stewart iniciar una con Charlotte, enfrentando a sus demonios en el proceso, su valentía evita que se estrellen contra el cerco que los demás le ponen enfrente. Todo esto se presenta de manera consistente y sin fisuras, y con el soporte de muy buenas actuaciones entre las que destacan el dominio de la palabra de Pepe Vázquez y la ya conocida vis cómica de Calcagno, con su dominio del teatro físico.
En cuanto a los aspectos técnicos de la obra, se hace imprescindible destacar cómo se integran y dan un marco fluido y funcional a toda la puesta. Denevi siempre elige la música con el mismo puntilloso cuidado que pone Woody Allen en sus películas, siempre subraya, enmarca o destaca los momentos y transiciones con trazo finísimo. La luz de Guerrero marca las escenas de forma cinematográfica, con fundidos a negro (fade out) para terminar las escenas y luego proveer una iluminación súbita (fade in) del sector del dispositivo escénico a habitar que refuerzan la sensación fílmica de la puesta.
La escenografía merece un párrafo aparte. Dividida en los diferentes sectores que habitan los personajes, presenta siete zonas que se distribuyen por la planta tanto en lo vertical como en lo horizontal. Al frente y a los extremos del escenario, el bar del hotel donde trabaja Ambrose y la oficina inmobiliaria en la que lo hacen Charlotte y Stewart. Más atrás y al centro, el living de Stewart e Imogen (alternativamente los apartamentos que infructuosamente él le muestra a Nicole), más atrás el comedor de la casa de Ambrose y Arthur. Elevados y a los lados, la casa de Dan y Nicole y el bar de citas donde se conocen Imogen y Dan. Aún más atrás, literalmente fuera de la escena, el dormitorio de convalecencia de Arthur. Vemos que los lugares más públicos a los que alude el título de la obra están más cerca de los espectadores, mientras que el grado de privacidad los aleja hasta que el reducto de la intimidad por excelencia ni siquiera está a la vista.
Esta traslocación de lo público y lo privado tiene una contraparte teatral en el sentido de lo ‘obsceno’, que significa lo que ocurre fuera de escena, y que en esta obra, magistralmente, dirige los hilos del destino y las vidas de los personajes. Y en esta obra, eso tan terrible que está fuera de la escena tiene un solo y terrible nombre: padres. Aún más terrible: todo este patetismo de los personajes, por la magia de Ayckbourn y Denevi, llama al espectador a la risa. Y un segundo después, al estremecedor pensamiento: ¿de qué se ríe uno cuando se ríe?
Maestría en las actuaciones, buena integración entre el elenco, rubros técnicos maravillosamente resueltos y la firme batuta de Denevi. Por si todo esto fuera poco, solamente poder ver a Pepe Vázquez y a Julio Calcagno en escena es un privilegio que justifica cualquier ida al teatro. Pero no en este caso, porque eso no es todo: aún hay más. Siempre hay más…
Título original: Private fears in public places.
Texto: Alan Ayckbourn.
Dirección: Jorge Denevi.
Elenco: Julio Calcagno, Pepe Vázquez, María Mendive, Mariana Lobo, Ileana López y Emilio Pigot.
Vestuario: Diego Aguirregaray.
Iluminación: Eduardo Guerrero.
Escenografía: Carolina Suárez Vigneau.
Producción: Julieta Denevi.
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