Ser uruguayo las veinticuatro horas del día es una carga muy pesada para mí. Necesito desconectarme de mi “uruguayisidad” cada día. Uno de los momentos ideales para eso es cuando viajo en bus. Los uruguayos sabemos que viajar en bus a cualquier parte de Montevideo insume más minutos de lo normal. Muchas veces he utilizado ese tiempo en imaginar obras de arte que, cuando llego a casa, las plasmo en el papel o en la computadora. Pero hay un aparato maravilloso que ha ido mutando con el tiempo que me permite oír música mientras viajo. Supo ser el walkman a cassette, luego el discman con CD, luego el mp3 o mp4, y ahora es mi celular. Compré unos auriculares que dan buenos tonos graves y cuando viajo en bus me evado de mi realidad montevideana. Es casi mágico. No oigo al guarda gritar que hay espacio en el fondo y que hay que correrse, no oigo a los vendedores ambulantes, ni a los que amenazan convertirse en delincuentes si no les comprás las curitas, ni al flaco barbudo que maltrata una guitarra y canta El unicornio azul de ese cubano que odio y del que, por suerte, me olvido su nombre. Solo tengo oídos para Placebo. Ideal el nombre del grupo para curarme de mi uruguayez, al menos por un rato. Imagino que viajo en un cabriolet descapotado por una carretera en un día de sol, rodeado de gente linda (no como la gorda que tengo enfrente, alimentada a guiso de porotos desde los seis meses, que no para de mandar mensajes por el celular, o el viejo que acaba de subir que no se puede mantener en pié, pero que por ser hombre ninguna de las pendejas que vienen del shopping le da el asiento, o el gordo transpirado que parece que está a punto de explotar, o el lumpen con olor a zorrillo y mamado que se la pasa hablando solo y que no sé cómo lo dejaron subir). Pero yo sigo en mi cabriolet, lleno de rock and roll. Me importa un bledo todo. Mi mente está en otro lado oxigenándose con buena música. Con música energética. Pienso que apenas llegue a mi destino escribiré esto y lo subiré a mi blog. No hay nada como dejar de ser uruguayo por un rato. Para amargarme tengo las veintitrés horas restantes…