Al maestro con cariño
La retrospectiva de Guillermo Fernández en el MNAV conforma un sentido homenaje a un artista nacional que ha dejado huellas imperecederas como artista y como ser humano. Este emotivo recuerdo permanece en los que fueron sus alumnos y en sus familiares quienes, particularmente su hijo, se comprometieron en esta instancia para seleccionar la obra que el museo presenta. Esta obra , ordenada cronológicamente, permite apreciar sus comienzos en la disciplina. Señalemos, antes que nada, que Guillermo Fernández fue esencialmente un dibujante nato, y este sentido del dibujo no lo abandonó nunca. Es cierto que como pintor sus logros en la forma y el color no son menores. De ello da cuenta su serie de pinturas abstractas datadas de la década del setenta. Su concepto de dibujo permanece fiel a la idea de estructura que comienza a trabajar hacia el año 1951, a su ingreso en el Taller Torres García. Con la compañía de artistas como Julio Alpuy, Augusto y Horacio Torres, José Gurvich y Francisco Matto, Fernández realizó varias exposiciones, en las que fue incorporando la ortodoxia torresgarciana bajo la idea de la estructura y el color característico de esta escuela. Fernández encontró más adelante su propia expresión pictórica en composiciones liberadas del canon estricto torresgarciano y comenzó a investigar sus propias relaciones de color. Hacia el año 1961 inauguró su propio taller. Las funciones docentes fueron para Fernández de gran importancia, fue profesor de Enseñanza Secundaria y de la Escuela de Artes Plásticas para niños, la cual dirigió hasta 1960. Su peculiar capacidad de comunicación, así como su gran conocimiento en la materia, le granjeó muchos afectos de parte de sus estudiantes. Guillermo Fernández fue un maestro cuyos logros como dibujante y pintor lo colocan como un referente en el arte nacional. La serie de sus retratos, a menudo lindando con la caricatura, otras veces recordando en algo a Daumier, lo presentan como un artista agudo y observador, con el talento suficiente como para traducir en forma plástica el carácter de sus personajes. Su técnica de tinta a la aguada le confiere una gran espontaneidad a esta serie donde la mancha negra es una verdadera protagonista de esta aventura creativa que obviamente está en directa relación con la empatía del artista y sus modelos. Son dignos de destacar los retratos de Juana de Irbarbourou, de Paco Espínola, de Horacio Quiroga, entre otros, en los que la sensibilidad de Fernández selecciona los medios austeros con la mayor eficacia. Una serie de libreta de notas del artista desde sus primeros años demuestra su afición al dibujo, diríamos sistemática. La muestra también incorpora una serie de volúmenes, en los que los principios torresgarcianos fueron aplicados y demuestra –como lo hace Fernández– que estos principios pueden ser “universales”. Nos referimos al canon de la medida y la estructura. Las composiciones últimas de Fernández siempre se remiten a una estructura que define su dibujo, pero su trazo particular adquiere, en estas, la fuerza de un carácter personal que el artista impone con un brochazo, con una línea, con una mancha. Varios animales están representados con este criterio, y particularmente su “búho” expresa fielmente el carácter del maestro que, con unos pocos trazos de potente presencia de la tinta, es capaz de definir un verdadero microcosmos plástico, donde el misterio y la incertidumbre se cuelan y se proyectan desde la propia figuración.