El Teatro Solís se vistió de luces y jazz para presentar a la Banda Sinfónica de Montevideo en una propuesta tan original como cautivadora: Cabaret Sinfónico. Bajo la dirección del maestro Martín Jorge, la sala principal se transformó en un escenario donde la música sinfónica se atrevió a coquetear con los ritmos del cabaret, el espíritu del Broadway clásico y la picardía de la sátira musical.
El preludio de otro emocionante concierto se vivió desde la previa con la entrega de una placa en reconocimiento a Carlos Pereyra, RRPP y encargado de comunicaciones de la BSM, quién dejó las filas de la Banda para pasar a cumplir funciones en el SODRE. En sus seis años de gestión, "Caco" se ha ganado tanto el cariño de sus compañeros como el respeto en su calidad de fotógrafo, fascinando con sus capturas de integrantes y momentos de la Banda, las que dieron lugar a la muestra "La Imagen del Sonido", el pasado año en el propio Teatro Solís.
Iniciado el concierto, el repertorio fue un auténtico viaje. Sonaron las melodías de Chicago y Cabaret, de John Kander, que evocaron el bullicio de los clubes y el aire rebelde de los años veinte. También hubo lugar para Kurt Weill y su célebre “Mack the Knife”, pieza que, desde La ópera de los tres centavos, sigue lanzando guiños irónicos al poder y la moralidad. La velada se completó con la elegancia de Dmitri Shostakovich, que aportó dos joyas: el encantador Tahiti Trot, su particular guiño a “Tea for Two", y la brillante Suite para orquesta de variedades, esa misma que Stanley Kubrick inmortalizó en Eyes Wide Shut.
La elección del programa no fue casual. Kander, Weill y Shostakovich comparten una audacia en común: desdibujar fronteras entre lo académico y lo popular. Kander llevó la esencia del cabaret berlinés y el jazz al gran teatro musical de Broadway; Weill utilizó la sátira para desnudar hipocresías sociales con melodías tan simples como incisivas; y Shostakovich, desde otro escenario cultural, jugó con la parodia y el humor dentro de armonías sofisticadas. Juntos, demostraron que la música puede ser elegante, divertida y crítica al mismo tiempo, sin perder profundidad.
Más que un concierto, fue una invitación a mirar de cerca el vínculo entre lo popular y lo académico, entre la música que nació para divertir y aquella que se consagró en las salas más solemnes. Cada arreglo demostró que el lenguaje sinfónico puede abrazar el humor, la ironía y el swing sin perder su riqueza expresiva.
Pero la experiencia no terminó en el Solís. Fiel a su espíritu de cercanía, la Banda Sinfónica llevó el cabaret a los barrios con presentaciones gratuitas a sala llena el día 24 en el Cultural Crece, el 25 en el Centro Cultural Florencio Sánchez, cerrando el próximo día 29 de julio en el Club Urunday Universitario. Una manera de multiplicar emociones y demostrar que la música, cuando se abre, siempre encuentra nuevos oídos.
Cabaret Sinfónico fue, en definitiva, un espectáculo que celebró la libertad creativa y el poder de la música para romper etiquetas. Una noche para recordar que lo clásico también sabe sonreír.
Imágenes y texto: Mario Cattivelli | @illev_uy
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