La exposición Mundos paralelos, del artista Carlos Presto, en la galería Diana Saravia, comprende una obra presentada en tres series, pertenecientes a la categoría de la abstracción geométrica. En esencia, las series están fuertemente cohesionadas por la estética de la no figuración, en términos de la desaparición del objeto de representación o de la figura. No obstante, se proponen otro tipo de figuras que provienen de la dimensión geométrica –definida grosso modo como figuras que pueden trazarse con regla y/o compás. Igualmente nos encontramos en el mundo de las formas, en este caso concretas y bien definidas a nivel de sus límites o contornos. Quedan así delimitadas, por lo tanto, superficies o planos que recibirán el color o eventualmente el no-color (cuestión polémica) de la paleta de blancos y negros. En todos los casos, el plano coloreado adquiere una importancia visual de primer orden. El dibujo en Presto define estas superficies y permite, aun con elementos mínimos –como si se tratara de las letras de un alfabeto– combinaciones que tienden al infinito, parafraseando el lenguaje matemático.
Las matemáticas y la geometría están íntimamente ligadas en tanto refieren a un mundo de relaciones de exacta definición, que pueden ser expresadas en teoremas, entre otros. Presto adopta una ideología estética basada en estos principios, y su pintura es exacta, precisa y concreta, al mismo tiempo que es abstracta como el pensamiento matemático. Asimismo, se coloca dentro de las especulaciones ópticas, a menudo conocidas como ilusiones, donde se comprueba la superlativa importancia de la sensibilidad visual, no sólo en el mundo de las artes, sino en la vida en general. Para lograr pinturas que jueguen con las ilusiones ópticas, Presto inaugura un vocabulario de formas originales y aporta un talento especial a sus composiciones. Esta jerarquía plástica se observa en todas sus obras, pero en las denominadas “ópticas” aparece ‒es un decir, porque el tratamiento para este logro es minucioso y fino‒ el movimiento de las superficies, que se percibe como tal. En todas sus obras abstractas existe esta condición de movimiento que se consolida desde la propia intención del dibujo, en tanto se han descartado las ortogonales que producen estatismo. La elección de las líneas oblicuas y en diagonal lleva implícita la idea del movimiento. Esta es una conclusión que surge de la propia teoría de la percepción visual. Presto es un artista analítico en alto grado. Necesita un plan exacto para su propuesta y lo logra desde el lugar del matemático, del geómetra o del científico. Su sensibilidad al color viene del otro lado del cerebro y en conjunto logra una obra magnífica, plena de poesía, pero además robustamente construida.
Presto sabe que el color tiene la condición de alterar los planos perceptivamente y para ello compone variaciones manteniendo el mismo dibujo compositivo, aunque variando la cromaticidad de los planos. El resultado visual es de dos pinturas absolutamente diferentes. Por consiguiente, el artista está demostrando plenamente la relatividad del color y que tiene el poder de convertir una cosa en otra sin modificarla en su estructura. Esta demostración tiene antecedentes históricos referenciales, aunque la diagramación en el caso de Presto es personal y, por tanto, original, lo que le confiere valor en sí mismo. No es vano el refrán que dice que todo es según el color del cristal con que se mire. Carlos Presto no sólo nos presenta una serie de pinturas de alto contenido estético ‒bello, en sentido clásico–, sino que además nos hace reflexionar sobre la propia existencia, sobre su relatividad y, en particular, sobre todos los procesos ilusorios que nos rodean por doquier. La condición de conducirnos a este lugar de reflexión es propia de los maestros, aunque este metalenguaje no figure explícitamente en su discurso creativo.