Por Pablo Trochon.
Si bien Zúrich no es la capital suiza, sí es la ciudad principal y ostenta la mayor densidad poblacional, que asciende a casi medio millón de habitantes. En ella se entrecruzan las épocas, emperadores, intelectuales como Erasmo de Rotterdam, Paracelso, Nietzsche, Jung, los premios Nobel. Con una calidad de vida de las mejores del mundo, este enclave –habitado desde el siglo XV a. C.– es un polo empresarial y bancario de gran relevancia en el mundo entero, que comprende a una de las bolsas de valores más importantes de Europa. Ello, sin embargo, no quita que también se destaque por su cultura, festivales, museos, arquitectura y la vida al aire libre.
Altstadt. El bellísimo casco histórico es un área peatonal perfectamente conservada, con cientos de tiendas y restaurantes entre las fachadas tradicionales y coloridas de edificios medievales y renacentistas. Sus callejuelas empedradas brotan desde la antigua muralla medieval, llevando a cuestas las iglesias Grossmünster, Peterskirche y Fraumünster, la torre Grimmenturm, las casas gremiales de la calle Limmatquai, ruinas romanas y el Cabaret Voltaire. Un detalle singular son los azulejos con nombres sobre las puertas, que habría hecho colocar Napoleón para que los soldados encontraran sus casas cuando volvían ebrios.
Langstraße. Distrito intenso y multicultural de la ciudad, que durante el día aloja un puñado de restaurantes, tiendas y artistas, y que por la noche presenta una escena under a pura electrónica y con rincones muy singulares de genial ambientación e interesante fauna alternativa multitodo, entre los que se recomiendan los boliches Longstreet y Perla-Mode. Es sede, además, del Festival Caliente!, el evento latino más grande de Europa.
Leberkäse. Esta delicia de la cocina bávara consiste en un paté de hígado de cerdo, con apariencia y solidez de budín, que, pese a ser una bomba calórica, debe ser una parada en nuestro recorrido por la gastronomía suiza. Compuesto además por carne de ternera, tocino y cebollas se suele servir con pan, pepinillos en vinagre y mostaza dulce.
Üetliberg. Este mirador ubicado en la cumbre de una montaña de 870 metros, al cual se accede tras veinte minutos de tren, ofrece magníficas vistas de la ciudad, el lago y los Alpes, si el día está despejado. Si no, la proverbial niebla de Zúrich, que queda por debajo de la cima, ofrece la sensación de estar sobre un mar de nubes. En invierno un buen plan es disfrutar de sus senderos, que se convierten en pistas de trineo.
Pasear por el lago. Este imprescindible foco de encuentro y solaz, especialmente en verano, consiste en un enorme ojo de agua de origen glacial que puede navegarse en barco visitando playitas, pueblos, villas de lujo, entre las que se destaca Rapperswil, conocida como la ciudad de las rosas por sus jardines tupidos de rosales. Luego, a la tardecita, se puede recorrer la orilla, entre los artistas callejeros, para admirar ejemplos de la arquitectura medieval, como los pináculos de las iglesias Fraümunster y St. Peterkirche, y la torre del observatorio Urania.
Visitar el Museo de la FIFA. Ofrece una exposición con varias zonas interactivas, en la que se explica la historia de la institución, se exhiben cientos de camisetas de selecciones, fotografías y objetos significativos para la historia del fútbol masculino y femenino, y de los mundiales. Incluye una entretenida zona de juegos con desafíos, como marcar goles, eludir rivales o patear con potencia. Las entradas compradas por internet tienen 50 por ciento de descuento.
Multiple 24h-ticket. Excelente opción que permite viajar libremente en tren durante un día por solo cincuenta euros, pues de lo contrario los precios para pasear por un día son muy elevados. Aprovechando esta facilidad se pueden visitar dos de las gemas suizas. Comunicadas por un camino de ensueño de montañas muy verdes y pueblitos coloridos con graneros enormes, se encuentra Bern y Luzern, donde podemos almorzar a la vera del lago o visitar su muralla y sus torres.
Cabaret Voltaire. Merece su propio apartado porque es la cuna del dadaísmo, movimiento cultural de vanguardia, señero del arte del siglo XX, comandado por el gran Tristan Tzara. En apenas seis meses, durante 1916, fue semillero de reuniones entre intelectuales que se fueron decantando en la gestación del concepto de antiarte, pero así como surgió, cerró sus puertas. Cien años después, ha recuperado su espíritu promotor de las artes y hoy se puede asistir a charlas, exposiciones y performances.
Atardecer en Lindenhof. Las vistas del río Limmat y el casco histórico son una buena excusa para finalizar el día tomando algo en una plaza cuyo origen se remonta al siglo II. Fue un fuerte romano, un palacio (construido por el nieto de Carlomagno) y sitio del juramento de la Constitución helvética en 1798.
Degustar chocolates. Irse de Suiza sin haber probado una de sus especialidades es imperdonable, y uno de los lugares más chic para hacerlo es la Confiserie Sprüngli. Recomendamos ajustar el bolsillo, no pensar y sumergirse en la experiencia sensitiva de esta tienda.