¿De qué estamos hablando?
Y sí, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de componer, de investigar, de cultivar el pensamiento crítico, de enseñar, de agitar el medio cultural en América Latina?
La pregunta, que amplía el planteo del título de estas líneas (ver aclaración al pie de la nota), parece fuera de lugar. De estos asuntos ya nadie quiere hablar. En plena exaltación de la mera circulación de “productos culturales”, de cualquier proceso etiquetado como “pos”, una pregunta así parece una regresión a los sesenta, a los setenta. ¿Es así? No.
Lo que sí entraña la cuestión de marras es un intento de zafar del homenaje marmóreo, de la glosa grandilocuente, al recordar a dos figuras que fueron fundamentales para la creación contemporánea en la región y para la formación de muchos compositores, críticos, periodistas, musicólogos.
A Graciela Paraskevaídis (1940-2017) y Coriún Aharonián (1940-2017) los unía un proyecto de vida y de pareja que engarzaba con un compromiso con el hacer música por estos lares del planeta. Graciela falleció en febrero; Coriún, hace pocas semanas. Los dos hicieron de esa inquietud por el hacer y el pensar musicalmente un combate. Y en ese combate encararon la composición en el campo llamado música contemporánea (música nueva, música culta, o como quieran llamarle), desarrollaron un pensamiento crítico que despertó duras oposiciones, “movilizaron la cosa”, “agitaron las aguas” en tiempos políticos e históricos difíciles, bucearon en el estudio y análisis de las músicas populares, en las cultas, en las tradicionales. Y en sus pensamientos sobrevolaban y calaban hondo los nombres de Cage, Varèse, Tosar, Nono, Revueltas, Ayestarán, Vega…
En sus composiciones se jugaron por un lenguaje que fisurara las comodidades, los epigonalismos, trabajando, ambos, con una gran economía de medios sonoros (sea con instrumentos tradicionales, sea con recursos electroacústicos), con el silencio, con estructuras adiscursivas, con flujos sonoros construidos de intensa expresividad, con la repetición (un concepto de repetición distinto, muy distinto a los minimalismos “clásicos”). Con esos elementos, con esos recursos, sus lenguajes tenían marcadísimas diferencias y a la vez conectaban con otras inquietudes creativas que marcaron a una importante generación de compositores latinoamericanos desde mediados o fines de los sesenta.
Y los dos también asumieron (se pusieron la camiseta) en proyectos pioneros como el Núcleo Música Nueva de Montevideo o los Cursos Latinoamericanos de Música Contemporánea.
Sus trayectorias están profusamente documentadas. Sus ensayos, investigaciones, críticas, libros, están ahí, al alcance de toda lectura, al igual que los discos que reúnen parte de sus obras. Repasarlos, hacer sumarias descripciones, no tiene mucho sentido. Eso se parecería mucho a un obituario. Escucharlos merece tiempo y discusión. Eso sí vale la pena. Es el mejor recuerdo para dos figuras que fueron dínamos culturales, polémicos, complejos, discutibles, pero siempre comprometidos.
* El título de esta nota fue tomado de la obra homónima para clarinete bajo, fagot y violonchelo, compuesta por Coriún Aharonián en 2006.