Intensidad esteña
Nicolás Molina viene del este, de Rocha. Lleva con conciencia las tramas complejas de símbolos que hacen a las comunidades que desde el Montevideo macrocefálico, dominante, ombliguista, suelen desconocerse. Su música engarza con esas tramas, es música de su lugar, nutrido de vivencias de su comunidad. Comenzó hace algunos años con el proyecto Molina y Los Cósmicos, con el que sacó dos discos, El desencanto (2014) y El folk de la frontera (2016), con los que definió un perfil estilístico muy personal en la escena indie local y logró abrir varios espacios de difusión fuera de fronteras.
Con la idea de profundizar en su planteo estilístico y de bucear en un universo de sentidos personal, afectivo, Molina se la jugó por Querencia, su nuevo disco. Un proyecto que decidió firmar sin Los Cósmicos, asumiendo toda la responsabilidad por esa carga íntima de experiencias que se anuda en sus narrativas.
Allí, en ese cruce de músicas y poéticas, habita un misterio. Molina ha contado públicamente alguna de esas historias, como la vinculada a la muerte de su padre. No obstante, sin esos datos concretos, de la música y de las letras, algo de ellas emerge con claridad. La oscuridad, el dolor y la tensión están ahí enhebrando significados, enhebrando misterios que se funden con el paisaje rochense. “Hoy es un buen día para ver / el sol fuera de mi habitación, / y me dispongo a salir, / pero es todo oscuridad, / el sol ya no está […] y el tiempo, el tiempo se fue, / y es lógico que no va a volver. / Es algo que se escapa de la piel, / es todo oscuridad / es todo eternidad”. Así canta en ‘El gran día’, con voz susurrada, áspera, casi al borde de un ruido contenido, componiendo un plano que se funde en una leve, mínima textura con rasgos folk, que termina de armar un entorno brumoso, oscuro. Algo se intuye de ese misterio ya en la introducción de ‘¿Qué pasó?’, que se enfatiza después en la primera estrofa: “Dando vueltas por mi pueblo, / esperando no sé qué, / voy borrando de mis recuerdos / lo que pasó ayer”.
Querencia es, sin duda, el título (casi) perfecto para una selección de canciones que llevan al sonido una idea para nada bucólica, ni inmaculada ni idealizada,del territorio que uno habita. Es la proyección de la querencia con todo su barro, su mugre, su dolor, sus imperfecciones, pero que es la querencia propia, a la que uno pertenece y la que juega como variable de definición personal. Es la querencia que se tiene que asumir con coraje para poder contarla y para poder cantarla, sin convertirla en un folletín telenovelesco. Molina lo logra. La asume y la convierte en canciones que necesitan escucharse fuera de los saltos histéricos por las listas de reproducción; son canciones que reclaman tiempo para que incomoden, para que fluyan y dejen una pintura de un denso paisaje interior.
El disco fue grabado entre Aguas Dulces, Paso del Bañado y Montevideo. La mezcla estuvo a cargo de Craig Schumacher, en Tucson, Arizona, Estados Unidos, y la masterización fue realizada en Buenos Aires por Warrior.