Con cuatro discos como solista –Paquetito de tangos, Perra, Calle y Tríptica, grabado en vivo en el Solís–, además de diez años en la Tabaré River Rock Banda, la cantante festejó dos décadas de música con Niña manzana, un espectáculo que se presentó el 19 de octubre en la sala Hugo Balzo. En plena madurez creativa, habló con Dossier del camino recorrido, los proyectos y el cruce de géneros musicales. Balance provisional de una vida signada por el arte y la resiliencia.
Es inquieta. Locuaz. Luminosa. Y perseverante. Después de diez años (nueve años y cinco meses, para ser más precisos) y varios discos con la Tabaré River Rock Banda, Mónica Navarro decidió cortar el cordón umbilical en 2007 y asumir un desafío. El resultado fue Paquetito de tangos, un disco de quince canciones, editado ese mismo año, en el que desde el territorio del dos por cuatro dialoga con otros géneros musicales. Por entonces, la prensa se refería a Navarro solista como “la ex vocalista de…”. El opus supuso un sacudón a la modorra tanguera y se llevó el Graffiti 2008 a mejor álbum de tango. Pero tuvo que venir Perra (2010), su segundo trabajo en solitario –y no tanto si se tiene en cuenta a Horacio di Yorio y Eduardo Mauris, músicos y arregladores, parte del “núcleo duro” del combo– para que se la reconociera como “la Navarro” a secas.
El germen de todo eso hay que rastrearlo en su infancia, a miles de kilómetros de su barrio natal y por el lado materno. “La familia materna era como súper Macondo. Mi vieja tiene siete hermanos. Son de San Miguel, un pueblito de Corrientes que no existe ni en los mapas. Yo le digo ‘Pueblo Navarro’ porque los médicos son mis tíos, los maestros son mis primos…”.
Familia numerosa. Reuniones multitudinarias. Pero en San Miguel había poco para hacer, excepto tocar música como pretexto para juntarse en torno a una melodía. “Lo hice como espectadora hasta la adolescencia. Ahí empecé a cantar. Se usaba mucho salir de serenata; nos juntábamos con mis primos y salíamos a dar serenatas. Terminábamos con terribles pedos. Es que después de una serenata se estilaba que la persona a la que iba dirigida la canción invitara a tomar algo. Y casi siempre era vino”, se ríe. Cantaban folclore, género que, según sus palabras, siente como “intravenoso”, y enseguida aclara: “El tango de alguna manera lo adquirí, pero el folclore lo llevo en el ADN. Ahora me voy a sacar las ganas de hacer algo de folclore. Leí un libro de Horacio Ferrer, en el que dice que como el tango nació en la ciudad y el folclore es de tierra adentro, el tango tiene muchas ínfulas. Se va mezclando con otras cosas y, para bajarlo a tierra, está el folclore”.
Folclore, rock, tango, tres géneros que, en apariencia y dada cierta estructura de los cultores de la ortodoxia musical, no deberían aparearse, ni siquiera coquetear entre ellos. “Nunca pensé mucho en la transición de géneros. Lo viví como algo natural. Cantar, hacer música, sea rock o lo que sea, es un solo camino. Cada vez me confirmo más en el lugar del ningún lugar. Si tengo ganas de cantar un standard de jazz, ¿cuál es el problema?”, se planta, desafiante, la Navarro.
El lado oriental
Un casting en Buenos Aires la incorporó al elenco de La lección de anatomía, la obra de Carlos Malthus, polémica y recordada por el desnudo completo de sus actores en los primeros dos minutos en escena. Pronto vino la gira por Montevideo y las funciones en La Gaviota. La compañía teatral pensaba que iba a ser un fin de semana, dos a lo sumo. Pero fueron tres, cinco, ocho, el interior del país. “Fue en el 89. Estuvimos como nueve meses yendo y viniendo. Siempre iba a ser la última función, pero resulta que se agregaba otra y otra y otra. Hacíamos dos los sábados y a veces dos también los domingos”, recuerda. “Con mis compañeros de elenco estábamos fascinados con Montevideo. Recuerdo que estaba por egresar un grupo de actores de La Gaviota, en el que estaban César Troncoso, Roberto Suárez, María Dodera, todos unas bestias. Mirábamos los exámenes de egreso y nos encantaba”, dice entusiasmada.
La movida montevideana de entonces tenía, lejos de una red social, una red de boliches en la que convergían músicos y actores. Se reunían, hablaban de teatro y de música, se pasaban discos y libros. Era la vida vista a través del cristal del arte. Uno de los centros era Pupa’s (18 de Julio y Gaboto), famoso por las empanadas y por algunos de sus parroquianos. “Había un tipo sentado, leyendo, vestido de sobretodo negro y me decían bajito [pone voz susurrante]: ‘¿Viste ese tipo que está ahí? Es Eduardo Darnauchans’. Yo no tenía ni idea de quién era el Darno”.
Así, entre salas llenas, boliches y conversaciones hasta la madrugada, el amor golpeó a la puerta (en este caso, el camarín) y decidió quedarse. El fruto fue Victoria, su única hija, de 17 años. Eran tiempos difíciles. En Buenos Aires el acceso laboral a una obra era por medio de casting. En Montevideo dependía de los contactos y la pertenencia a ciertos grupos. Sutil pero grueso detalle que Navarro no tuvo en cuenta. El resultado fue un año y medio dando vueltas por teatros y compañías mientras trabajaba como empleada en una mediería, como vendedora de ropa y como secretaria. Con el grupo El Sótano hizo Kaspar, de Peter Handke, y decidió retomar sus estudios en Teatro Uno, con Alberto Restuccia y Luis Cerminara. La música volvió al ruedo con La Tabaré, la emblemática banda uruguaya que incluye entre sus características la incorporación de elementos teatrales. “Eso está buenísimo. Con La Tabaré aprendí que no debía compartimentarse el teatro y la música. Aprendí que uno podía tener elementos teatrales cantando y también podía divertirse haciendo las cosas de verdad. Un aprendizaje que agradezco muchísimo”.
Territorio animal
Un concurso en FM Gardel la acercó al tango, que (acaso por aquello de que, pasados los treinta, se comienza a valorarlo) le partió la cabeza. Tanto como para hacer un Pilsen Rock ante decenas de miles de personas y, un día después, cantar para diez personas en un boliche cercano a la Universidad. El resultado fue Paquetito de tangos –una selección de canciones basada en su gusto– y el alejamiento ¿definitivo? del rock. “Ahora, por suerte, hay muchos músicos jóvenes que se acercan al tango. Ves muchachos con rastas tocando el bandoneón. Eso quiere decir que el tango se juntó con el tiempo que le toca contar”.
Si Paquetito de tangos fue un disco iniciático, un puzle de canciones creado a partir de la intuición, Perra, editado en 2010, denota la búsqueda de una idea conceptual, plasmada desde la carátula en blanco y negro y el documental de gestación en tonos ídem grabado por Pablo Chamaco Abdala. En blanco y negro fue también ese período de su vida. En 2008 se le diagnosticó cáncer de mama primero, y de piel después, en el seno derecho. Sesiones de quimioterapia y radioterapia. La extracción del pezón derecho. Y vaciamiento y reconstrucción del seno izquierdo. “¿Te molesta hablar del tema?”. “No, ni ahí. Al contrario. Te voy a decir por qué no me molesta y nunca me va a molestar hablar del tema. Una vez estaba en Tienda Inglesa y vi a una chica pelada. A esta altura una saca cuando la pelada es por onda o por quimioterapia. Me dieron ganas de darle ánimo. Decirle algo, no sé, ‘mirá, loca, me creció el pelo, vamo’ arriba’. La miré, la miré, pero no me animé. Pasaron los días, entré al Facebook y veo que esta mina me había escrito. Decía que no sabía que yo había tenido cáncer, pero que cuando la miré, ella sintió que le quería decir algo. Qué bueno es poder comunicarse más allá de la palabra. Estar ahí, porque el amor rueda”.
Es claro que el hilo conductor de Perra es la vida y la muerte. Así se vivió y se respiró su gestación en el estudio de grabación. Una atmósfera tensa y emotiva, con la sensibilidad latente a punta del lagrimal en cada palabra, en cada acorde, en cada fraseo. “Fue muy demencial en sensibilidad. Nadie decía nada, pero todos mis compañeros lo sabían. Estaba grabando el disco y a la vez angustiada porque unos días después me operaban. De pronto, me largaba a llorar. Todas las letras, todas las palabras parecían haber sido escritas para mí. Y las cosas copadas y las no copadas te colocan en un lugar de comprensión de la vida alucinante”.
Convivir con una enfermedad que se sabe mortal conlleva al replanteo de la existencia. Lejos de la pregunta-lamento ¿y por qué a mí?, Mónica se lo planteó como un aprendizaje. “Durante un tiempo estuve muy soberbia. Pensaba: ‘¿entendés que yo entendí que me puedo morir y que vos todavía no lo entendiste?’. Me sentía superior. No todo fue romántico. Estuve muy mala, aprendí a envidiar desde lo más profundo. Pensaba: ‘tu vida sigue y la mía no’. Yo estaba sentada, mutando”.
Cuando el cáncer volvió por segunda vez, la perra estaba ahí, pronta para ladrarle y ahuyentarlo. Ahora se toca el pelo crecido, se la ve saludable, entusiasmada, escribiendo textos para futuras canciones. Pero –lo dice con convicción– debió aprender a disfrutar de este presente. “Cualquier manchita en la piel enseguida la relacionás con el cáncer. Uno deber ser consciente de lo ocurrido, pero no puede estar todo el día pensando en eso. Quiero disfrutar de la salud, de estar bien. Ya está. Si me toca irme, quiero irme cagándome de la risa. De verdad lo digo”.
Volver a la calle
En 2014 salió Calle –su disco más reciente en estudio, por el que fue nominada al Grammy Latino en la categoría mejor álbum de tango–, en el que aparecen por primera vez composiciones propias: ‘Influenza’ y ‘Línea B’. Un año después apareció Tríptica –disco grabado en vivo el 13 de noviembre de 2014 en el Teatro Solís–, que incluyó canciones de sus tres discos de estudio. “Calle es mi disco más maduro. Hay momentos que están a punto caramelo. Y ese era el momento punto caramelo de Horacio [di Yorio], de Eduardo [Mauris], de Daniel Báez [el técnico de sonido] y mío. Fue como una conjura, en la que apareció algo extraordinario, que no sabés bien qué es, pero que a su vez define algo de lo que estás haciendo. De eso me di cuenta cuando escuchaba las grabaciones. En ese disco aparecen composiciones mías, pero no hubo un proceso a priori. Yo pensaba que nunca iba a componer. Me da muchísima bronca que exista una subvaloración del intérprete. Si sos intérprete y no componés, parece que estás en una categoría menor. Es más, creo que a veces los intérpretes redimensionan la obra del autor”.
La muerte de su padre fue el disparador para escribir. Sin previo aviso, se encontró frente al papel recordándolo. Y, de repente, comenzó a pensar en canciones. Ahora, consciente de ese potencial, anota ideas, busca la palabra adecuada o una imagen que le llame la atención. Pero siempre, en la construcción de la canción, parte del texto. “Hace poco, venía caminando por la peatonal Sarandí y había una novia –era evidente que iba camino al Registro Civil– vestida muy modestamente. Ella era una mujer grande y tenía como una capita, le daba el viento y estaba parada en la esquina. La vi y comulgué con su alegría. La miré y fue como una foto. Guardé esa imagen en mi memoria. Luego puede aparecer una frase, relacionada con esa imagen, que puede terminar, o no, en una canción”, explica Navarro.
Desafío difícil escribir nuevas canciones, abordar nuevas temáticas, para un género cuyos temas clásicos tienen más de medio siglo. Sin embargo, la aproximación de músicos de otros géneros ha hecho de forma lenta, y no exenta de la crítica de la vieja guardia, haya comenzado a actualizarse. “Por suerte eso ya no sucede”, se apura a comentar. “En la escena de lo que llamamos el ‘nuevo tango’ eso ya no ocurre. Por un lado, está buenísimo que haya gente que conserve y cuide la raíz del tango. Esa gente que dice ‘el tango es esto y no lo que están haciendo’. Antes me peleaba mucho con gente que pensaba de esa manera, ahora creo que está bien. Entendí que no pasa por estar en contra o a favor. A veces, uno va por otros caminos que tienen que ver con sensibilidades y no con intelectualidades. Por ejemplo, en Argentina hay orquestas muy grandes, que vuelven a reivindicar la música como un espacio político. Dicen ‘no ganamos un mango. Tenemos a [Osvaldo] Pugliese de músico de cabecera, laburamos en otros lados, pero hacemos esto en forma de cooperativa’. Ese resurgimiento de la orquesta en forma de cooperativa me parece fantástico; si no, sería imposible bancar económicamente a veinte músicos. Lo rentable a veces es cultural. De hecho, en el último Festival de Tango Facaff (Familia del Club Atlético Fernández Fierro), que se hace en Buenos Aires y es autogestivo e independiente, eran todas orquestas. Hay un movimiento muy interesante”.
Lo interesante a lo que alude Navarro pasa también por meterse con esos textos sagrados del tango y, justamente, desacralizarlos. “En Youtube hay un video en el que el poeta uruguayo José Pepe Arenas, sobre la música de ‘La cumparsita’ dice un texto maravilloso que nada tiene que ver con ‘si supieras que aún dentro de mi alma…’, que además me parece un texto espantoso. El texto que lee Arenas sobre la música de ‘La cumparsita’ es de un poeta trans y es muy interesante. Por suerte, están sucediendo otras cosas. Capaz que me detestan con esto que voy a decir, pero creo realmente que la nueva impronta que tiene el tango son los rockeros que entraron al género. Hubo un cambio de aire. Se volvió, por fin, algo contemporáneo, que cuenta historias de hoy, y no la del farolito. ¿De qué farolito me hablan? Las nuevas generaciones conocen la luz del celular, de las notebooks y las de las lamparitas de bajo consumo. Ahora el tango tiene un relato contemporáneo con el que te sentís identificado y que puede dialogar con tu propia vida”.
Mientras se apronta para salir al aire con Nos sobran los motivos, el programa que conduce junto con Aris Idiartegaray, de lunes a viernes por Emisora del Sur, que también supuso una nueva faceta y desafío en su carrera (en el ámbito de los medios de comunicación había participado en Blíster, que se emitía en TV Ciudad), le pregunto si piensa volver al rock en algún momento. No duda un segundo en responder. “Creo que uno nunca abandona lo que fue. La mujer que soy no dejó de ser la niña de diez años que fui ni la adolescente a la que le gustaba, y le gusta, el folclore. Esta mujer que soy contiene a todas las otras. O sea, soy rock”.
Así es Mónica. Así es “la Navarro” a secas.