Columna Fisura sónica
Por Alexander Laluz
Marling, Fandermole, Di Yorio
(Anti)virales
A sus jóvenes 29 años, Emerson Spartz se convirtió en virólogo, o, quizá más claro aún, en el virólogo más importante a escala planetaria. Su especialidad no tiene ninguna relación con los campos de la medicina o de la biología. En sus microscopios virtuales no están los temidos organismos que desde su descubrimiento, a fines del siglo XIX, atormentan consultorios y hospitales. Nada de eso. Su trabajo es crear medios internáuticos. Y por la voracidad con que bucea en las redes de alta velocidad a la caza de contenidos viralizables, el prestigioso New Yorker le otorgó ese título: virólogo. Esto es: cazar cualquier cosa que tenga la capacidad de volverse infecciosa y, por tanto, importante. En semejante bolsa puede caer de todo. Personas, músicas, videos, textos. Lo que sea. Cierto, tal filtro es un disparate. La cantidad de clics que registre un contenido no es condición necesaria para que inmediatamente se convierta en “importante”. De hecho, si restringimos el mapeo de opciones a lo musical, a este buen hombre se le están escapando muchas fichas. Demasiadas. Lo importante depende, siempre, de un cuadro de valores que difícilmente tenga alguna conexión con productos musicales de rápida digestión, de obviedad extrema, paralizados por un plástico estético insufrible. Tales “cosas” sólo viven de y por la consigna de computar millones y millones de clics y no pensar, sólo cliquear. Como escribió Martín Caparrós: “Mil millones de moscas son la viralidad casi perfecta”.
¿Qué cosas se pierde la obsesión por la viralidad? Un ejemplo, la británica Laura Merling, que semanas atrás tocó por primera vez en La Trastienda, en Montevideo. Una chica rubia, jovencísima, que compone, canta, toca la guitarra, y cuando hace todo eso el mundo sonoro se puebla de imágenes que disparan la percepción a los confines de la imaginación. Otro ejemplo, el santafesino Jorge Fandermole. Calmo, cercano, entrañable, Fandermole también reafirma el valor de la canción como una trama de infinitas posibilidades significantes, en un elogio a la percepción inteligente. Y él también pasó por Montevideo para presentar el material de su último trabajo, Fander, y de ese concierto todos salimos transformados. Otro más, Horacio Di Yorio, compositor, tecladista y arreglador uruguayo, que acaba de presentar su segundo disco, Alta definición; un jugador en la cancha de la fusión, que maneja la técnica con la soltura de un especialista, y que se despachó con un nuevo material muy disfrutable.
Mi estimado Spartz: se te escaparon estas fichas y, no por casualidad, sus contenidos sí que son importantes, aunque estén vacunados contra lainfecciosa viralidad internáutica.
Uno de acá nomás
Antes que nada, la información. Oriundo de Pueblo Andino (Santa Fe, Argentina) y radicado en Rosario, Jorge Fandermole pasó por Montevideo. Se presentó el sábado 9 de abril en la sala Zitarrosa con el repertorio de su último trabajo discográfico, el álbum doble Fander (Shagrada Medra, 2014), ganador del premio Gardel al mejor disco de folclore alternativo, más una selección de canciones de discos anteriores y algunas más recientes e inéditas, y su actuación fue en formato trío con Marcelo Stenta en guitarra, Fernando Silva en bajo y violonchelo y Juancho Perone en percusión. Este concierto inauguró el ciclo Guitarreros 2, que forma parte de la nueva temporada de actividades culturales de la Universidad Católica. Otro dato importante: pese a la extensa trayectoria e importancia de Fandermole en la canción popular de la región (sus creaciones han sido revisitadas por músicos como Liliana Herrero, Juan Carlos Baglietto, Mercedes Sosa, entre otros), este fue recién su segundo concierto en Montevideo; el primero fue en noviembre del año pasado, en el marco de la quinta edición del festival Música de la Tierra. Punto.
Lo importante: Fandermole es un tipo sencillo, sin la aparatosidad de un ejemplar del sistema de estrellas de la canción, que juega sus mejores cartas en la música. Lo demás es accesorio.
El secreto de su sencillez está en el foco central de su trabajo: la música. Refinado compositor, cantante y guitarrista, el artista santafesino legó algunos de los títulos más valiosos del cancionero regional mediante un trabajo artesanal. La canción, dice, es el centro de esta historia. “Prefiero que la canción se sostenga en su forma básica, y que con el instrumento armónico y la voz pueda resolver íntegramente la composición. Así quedo conforme. El resto es elección tímbrica, arreglos. En una época sostuve la importancia de la terminación de la obra sobre lo sonoro, la manipulación de lo tecnológico. No me dio mucho resultado. Se me iba modificando la idea propioceptiva del que compone y canta. Por ejemplo, ‘Yarará’, que es una de las canciones con más desarrollo instrumental, de todas formas la puedo resolver solo, con voz y guitarra, en su forma íntegra, con todas sus partes”. Nada más que agregar.
En ese plan se presentó en Montevideo. Sin despliegues de virtuosismo acrobático, con arreglos transparentes y con creativo tratamiento de los materiales armónicos, rítmicos y melódicos, llevó a escena un extenso repertorio de canciones de sensible y artesanal factura, la mayoría de su autoría y otras compartidas con músicos como Stenta y el maestro Lucho González. ‘Alunados’, ‘Corazón bombisto’, la bellísima ‘Río marrón’, ‘Carcará’, ‘Puerto pirata’, ‘Oración del remanso’. La lista es extensa. Pero lo importante es subrayar la calidad musical y humana de la performance: un virtuosismo comunicativo que caló en la fibra más íntima del público, apelando a lo emotivo y a la vez a la percepción inteligente, al juego de ideas, a los paseos intertextuales, al equilibrio entre la comodidad de lo seguro y la inquietud que generan las resoluciones no previsibles, esas que abren otros rumbos para la imaginación. Y todo como si no costara el más mínimo esfuerzo. El secreto, insisto, es la sencillez.
Algo inquietante se cuela a través de la voz de la británica Laura Marling. Algo que quiebra la estabilidad e introduce, con descaro, una variable creativa desterrada por la invariabilidad del pop: el misterio. No es un gesto desmedido que coloca al binomio percepción-interpretación al borde de un acantilado de fondo inescrutable. Sólo es un atractivo juego compositivo. O, mejor, un juego que funciona muy bien y en el que la joven Marling se ha perfeccionado en los cuatro discos que lanzó entre 2008 y 2013 (Alas, I Cannot Swim, I Speak Because I Can, A Creature I Don’t Know, Once I Was an Eagle), y que logró un elogiado punto de madurez e inteligencia en el último, Short Movie, de 2015, que presentó el 12 de abril en La Trastienda.
Folk, rock, indie, ¿pop? No importa. Para ella, la médula de la su música son las canciones. Y punto. Nacida en un aristocrático pueblo del condado de Hampshire, del matrimonio del barón Charles William Somerset Marling y una maestra de música y jardinera, su mayor interés es que estas canciones “digan algo”. Lo demás, las especulaciones sobre un hipotético y glamoroso futuro como chica de la nobleza y las esforzadas elucubraciones de una crítica enmohecida, “son estupideces”.
Y ese “decir algo” personal no tiene que ver con lo genial y las imposturas “elevadas”, sino con el misterio: una apuesta a las incógnitas sin resolución inmediata. Nada de lo que suena, aunque tenga una apariencia sencilla, transparente, se agota en las interacciones significantes en tiempo real. Escuchar a la Marling implica un trabajo interpretativo adicional, en el que la percepción se desestabiliza en un mapa de preguntas, de inquietudes. ¿Hacia dónde va esa línea melódica de apariencia pop? ¿Qué ocurrirá con ese patrón armónico desarmado en un inquietante arpegio que choca con cada nota de la melodía? ¿Qué hay en el fondo de esa textura acústica y diáfana que coquetea con múltiples resoluciones? Nada de esto tiene respuesta inmediata. No hay certezas.
Su estilo resulta de un inteligente mix de sonidos acústicos y eléctricos que portan una genealogía musical cultivada desde su infancia, en el estudio de su padre, y en la que sobrevuelan nombres como Bob Dylan, Joni Mitchell, Neil Young, Donovan. Pero, sobre todo, la clave está en el lucimiento de una voz que matiza con gran naturalidad y precisión en un registro medio y grave, que frasea sacándole un buen partido a una paleta de tonos profundos; que puede sonar con mucho aire y crear un clima brumoso, y luego transformarse en vozarrón que cala duro en la fibra muscular. Imperdible.
Otro de estas latitudes
El estilo de Horacio Di Yorio (tecladista, compositor, arreglador, productor) podría analizarse de la forma más rebuscada, técnica y musicológica, y ubicarse en las bateas de una disquería con una estrambótica etiqueta, de esas que son largas y rápidamente olvidables. Pero semejante esfuerzo sería inútil si no se capta un detalle fundamental: Alta definición, su segundo trabajo discográfico, tiene un sonido innegablemente uruguayo. Anotación al margen: la presentación oficial de este material fue el viernes 1 de abril, a las 21.00, en la sala Zitarrosa.
Reconocer esa cualidad es muy simple. Explicarla es otro cantar. “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”, decía San Agustín sobre otro fenómeno inefable: el tiempo. No obstante, se pueden ensayar algunas ideas, aunque, está cantado, esto no sustituye la experiencia auditiva directa.
Una, la llevada candombera en las teclas (ejemplos: ‘El Power’, ‘Desfilando’, ‘Milongón de la Mama Vieja’), que vuela por encima de la regularidad métrica y la base potente de la cuerda de tambores. Otra, y que va de la mano con la anterior: los arreglos de vientos que juegan con múltiples remisiones al jazz y al funk, pero que vibran con condimentos, piques que candombizan los motivos melódicos. Es una cuestión de toque, de swing, de articulación y remate de las frases. Y otra más: el tratamiento de materiales melódicos, rítmicos y armónicos de muy claro origen tanguero, que se ensamblan con una paleta tímbrica y con toques “fusioneros a la uruguaya”, y otros más cercanos al pop (‘Dance floor Pt1 (Llegando al salón)’ y ‘Dance floor Pt2 (En la pista)’). ¿Una más? La intervención de ‘Don’t Stop ‘Till You Get Enough’, el recordado primer éxito de Michael Jackson, publicado en 1979 en el disco Off the Wall, en la que Di Yorio y la banda swinguean con un sonido negro vibrante, sobre todo en el canto, y con cuidadosos tratamientos de los matices y de paseos por sinécdoques de género fácilmente reconocibles.
Es suficiente. Lo que sigue es escuchar el disco y despreocuparse de las etiquetas. Es jazz, candombe, tango, milonga, milongón, funk o lo que usted quiera.