DOSSIER CRÍTICO / MÚSICA
Lenine y María Gadú
La desnudez imaginada
Algunas formas de exponer la desnudez se han plegado muy bien a las prácticas de desintegración de las fronteras entre lo público y lo privado, convirtiendo la pulsión de mostrar en una suerte de primera y última razón de ser y estar en el mundo. Esta asociación nada ingenua ha despojado a la desnudez de toda densidad simbólica para confinarla en la mera delectación espectacular de la superficie (puro foreground), la piel; un proceso eficaz (y simple en apariencia) que facilita su conversión en producto sujeto a los movimientos y reglas del mercado.
La interacción significante, la producción de discursos sobre y con ese estado, queda así pulverizada. Ya no hay necesidad de narrativa alguna, ya no queda lugar para la ideología; ni la sustitución, ni el misterio, ni lo sagrado tienen sentido, ya que todo se agota en la díada estímulo-respuesta. Los ejemplos pululan en prácticas tan diversas (pero asimiladas por este fenómeno) como la publicidad (un caso: las piezas que promocionan modelos de automóviles), algunas producciones para televisión (el formato reality show es paradigmático), en los usos histéricos de las redes sociales, y en muchos productos reconocidos de la música pop.
Lo dicho no viene a cuento de algún trasnochado (y pseudomoralista) alegato contra la exhibición del cuerpo. Sólo es un disparador para oponer el sentido que puede tener la desnudez más allá de sus significados más obvios e inserta en un inteligente y la vez (muy) sencillo planteo artístico como el pergeñado por Lenine y María Gadú para el espectáculo Cantautores.
Los músicos brasileños, asumiendo sin ambages la representación de dos generaciones de la MPB (Música Popular Brasileña), llegaron al Teatro Solís de Montevideo a mediados de mayo para iniciar una gira regional. Y lo hicieron con un equipaje mínimo: sus voces, guitarras y una despojada puesta en escena. Antes de los dos conciertos programados (14 y 15 de mayo), Lenine dejó en claro el sentido de la propuesta: “Será una oportunidad de conocer la canción desnuda, de la manera en que fue creada” (la idea, que acompañó con distintas formulaciones la promoción del espectáculo, fue repetida en varias entrevistas concedidas a medios locales y después en el desarrollo del concierto). El resultado fue un espectáculo intenso, entrañable, que a partir del swing y el carisma de ambos músicos, el planteo formal se convirtió en una invitación para estimulantes y muy disfrutables juegos interpretativos.
Cuestión de mínimos
La idea de conectar la imagen del despojamiento con la intimidad del hecho creativo, y a esta correlación potente con la figura tradicional del cantautor (el mínimo: voz y guitarra), no es otra cosa que la activación de una doble función icónica: el signo que remite a un objeto con el que comparte algunas, y sólo algunas, de sus cualidades. La selección deviene aquí factor medular. Sólo algunos de esos rasgos compartidos importan para movilizar las traducciones, las interpretaciones (en fin, nuevos signos) kinéticas, emotivo-afectivas, intelectuales, que correrán por cuenta de los receptores. Y la inteligencia y sensibilidad para exponer tales rasgos será, justamente, lo que estimulará las inteligencias y sensibilidades que completarán los sentidos.
Lenine y Gadú compusieron un espectáculo a partir de ese principio. Jugaron con lo mínimo para lograr el efecto más profundo. La desnudez se materializó en el despojamiento musical, y la intimidad se re-presentó en la relación evocativa de la voz con la guitarra. El propio Lenine orientó esa evocación al plantear que es así, en esas condiciones mínimas, que ambos componen sus canciones: un elemento adicional que operó como subrayado, pero que perfectamente se podía haber omitido, ya que en las performances de ambos (tanto a dúo como por separado) estaban los ingredientes clave para llevar la recepción por los derroteros de la imaginación que no están condicionados por lo inmediato más prosaico.
Un trabajo con lo no dicho, las sustituciones, las metáforas, fue posible así, a partir de un ensamble de elementos como el swing guitarrístico catalizando herencias afro a través del funk, interpretaciones vocales sueltas, aireadas e intensas (desmarcadas de las réplicas de la imagen del cantautor que canta “chiquito” y “blandito”) que potenciaban los encadenamientos de imágenes y juegos referenciales en las letras, más las fluidas interacciones de los cuerpos en escena a partir de un guion muy básico (cantaron juntos, después cada uno hizo un set personal y cerraron a dúo). Lo rítmico fue, finalmente, lo que le dio unidad a este ensamble. Una suerte de articulador narrativo que engarzó climas, vuelos melódicos líricos, la íntima relación entre silencios, notas y acordes insinuados en un gesto percusivo característicos de un enérgico fraseo funk. Al mismo tiempo, fue el disparador para interacciones corporales del público (las affordances de Gibson) y remisiones que podían ir hasta las tensiones entre modernidad y tradición (las marcas de identidad afrobrasileña, los préstamos y fusiones entre el jazz y géneros de la MPB), o hasta el mundo íntimo de la creación, focalizando, quizás, en los juegos exploratorios de la voz y la guitarra en la búsqueda de una idea compositiva.
Lo mínimo para un elogio, la riqueza simbólica. La desnudez como despojamiento, pero también como frontera real y potente entre lo privado y lo público, y como materia para encarnar un cruce de experiencias artísticas de dos generaciones que siguen movilizadas por la búsqueda de lenguajes personales.
Lenine y María Gadú.
Fecha: miércoles 14 de junio, 21 horas.
Lugar: Sala principal del Teatro Solís.
Organización: Jazz Tour.