Resistentes. Sobrevivientes. Hay mucho camino transitado en la historia de Eté & Los Problems, la banda que lidera con hipercreativa cabeza Ernesto Tabárez (guitarra, voz) desde 2005. Ya fueron Malditos banquetes (Sondor, 2007), Vil (Bizarro, 2011) y Éxodo (Bizarro, 2014). También giras, tensiones, cambios. Un camino quizás épico, sin duda intenso. Sin dudas: creativo, una cualidad no siempre aliada de los erráticos tránsitos de ese algo que suele llamarse rock.
Y el año pasado, con dolores de parto y mucho trabajo “de cabeza” y de “cuore”, llegó Hambre. Un disco de alto voltaje expresivo, con mucho grito contenido, con ideas valiosas en lo poético y en lo musical, también con altas dosis de oscuridad, también con momentos luminosos. Pero, siempre con un tratamiento de la expresividad que acerca a este nuevo repertorio a esa constelación de ideas que construimos no sin dificultad, no sin apuros, no sin dudas, en torno a lo auténtico, a un algo que podría, con prudencia y dudas, llamarse verdad.
Una clave para entender esa idea está en la composición. En sus letras, en sus músicas, que sin misterios alambicados crean mundos de tensa expresividad. Otra clave está en la interpretación, sea en la que hicieron en el estudio para el disco, sea en vivo, sobre el escenario. Y ahí se ensamblan el gesto y la crudeza, la direccionalidad sin ambages que de ahí resulta, aunque no sea posible acudir a un diccionario que diseccione sus sentidos y devolverlos con palabras precisas. Así, cuando Tabárez desgarra de su garganta la palabra “hambre”, un visceral magma de imágenes cae sobre el cuerpo, la cabeza, las miradas, para devorarse todo. Así, todo se devora desde la tapa y el título del disco, desde las inflexiones de la voz áspera y profunda, desde las repeticiones, desde las estructuras simples. Así todo se precipita con poética sabiduría en ‘Fundación’, en ‘Newton’, en ‘Los eucaliptus’, en ‘Cacería’.
Hambre quizás sea inexplicable. Quizás no necesite de otras palabras que las que fluyen en cada canción. Necesita, sí, de la escucha, de poros abiertos, de cerebros que no les teman a los viajes eléctricos –eléctricos sin resacas de lo eléctrico devenido cliché, devenido pose de nene malo–. “La loba tiene hambre”. Ahora, después de Hambre, si quiere hablar de rock… hágalo con confianza.