Por la vuelta
Uno. Meticuloso en el control de cada detalle técnico y artístico de sus ediciones discográficas, buscador incansable y siempre musical, Jaime Roos construyó una extensa obra original que porta las señas y signos de una personalidad artística de aristas múltiples y complejas. Esto no es ninguna novedad y, de memoria y de taquito, los lectores –incluso quienes no han seguido con atención su trabajo– podrían pasar lista de los títulos que se han convertido en íconos de su estilo y piezas de referencia en el cancionero popular de la región; títulos que desde sus lanzamientos devinieron inoxidables, como, entre otros, ‘Brindis por Pierrot’, ‘Amándote’, ‘Durazno y Convención’, ‘Cometa de la Farola’, ‘Los olímpicos’, ‘Adiós juventud’, ‘Luces en el Calabró’. A través de este repertorio, Roos definió una identidad estilística en la que se cruzan una forma singular de frasear, controlar el timbre, registro y afinación vocal, la traducción guitarrística de piques candomberos y murgueros, con la inteligencia al correlacionar elementos del rock con giros y estructuras que provienen de las músicas tradicionales, una poética que abreva de lo urbano para construir imágenes potentes para representar una forma de ser y estar –de habitar– en Montevideo. Como dijo la historiadora Milita Alfaro (autora del libro Jaime Roos: El Montevideano. Vida y obra, de editorial Planeta, 2017): “A Montevideo le gustó la pintura que de ella hizo Jaime, y me animaría a decir que la ciudad, de alguna forma, trató de parecerse a esa pintura”.
Como se anotó antes: nada de esto es una novedad. Sin embargo, viene bien repasarlo para contextualizar el reciente lanzamiento en formato de tres títulos importantes de su producción fonográfica (Siempre son las cuatro, de 1982, Mediocampo, de 1984, y Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón, de 1985), y el lanzamiento de la última entrega de Obra completa, que incluye Hermano te estoy hablando (2009), En vivo en el Río de la Plata (2014) y la compilación Selladas dos (1981-2019).
Dos. Desde las tecnologías aplicadas a la construcción de instrumentos hasta los diseños acústicos para salas de conciertos y al desarrollo de técnicas de registro, edición y reproducción del sonido, han marcado cambios estéticos, transiciones entre modelos interpretativos y compositivos, han moldeado las competencias de los escuchas y han sido claves para la afirmación y desarrollo de un campo comercial.
Aunque esté asumido y naturalizado en nuestras prácticas cotidianas, lo que solemos llamar músicas populares desde el siglo pasado –de Gardel a Madonna; de Sinatra a Los Beatles y a Jaime Roos– no se explican sin esta correlación entre tecnología, economía del capital y creación. Ni qué decir sobre los cambios que hemos experimentado como escuchas a través de los usos de los dispositivos para la reproducción de música en los espacios de socialización más estrechos. En la actualidad nos movemos como peces en el agua entre listas de reproducción que tenemos programadas en los celulares, plataformas como Spotify y Youtube, discos de vinilo de muy alta calidad. Y en este contexto, el casete y el cedé lucen como piezas de museo, por lo menos para ciertas generaciones, y para otras, las más jóvenes, ya se han convertido en fósiles de una era prehistórica.
Estos complejos procesos culturales, sin embargo, no son lineales; no “van hacia adelante”, siguiendo esa suerte de ilusión de avance en una línea temporal inexorable que ha creado el mercado tecnológico. La temporalidad no es otra cosa que un revuelto de líneas y procesos que van hacia atrás y hacia adelante. Y la noción de actualidad no está necesariamente atada a la idea de una experiencia adelantada del futuro. Los tiempos se revuelven. Las listas de reproducción con los últimos hits de la industria se entreveran con los sonidos históricos del blues que fueron recuperados en vinilos fabricados con nuevas tecnologías. Lo que décadas atrás entendíamos como disco, en tanto unidad estética y conceptual, se ha difuminado en la fragmentación virtual. Sin embargo, esta transformación no es irreversible ni única. Con ella conviven prácticas y proyectos que resignifican su valor e incrustan su concepto en múltiples formas de circulación.
Ejemplos de esto son las ya referidas ediciones en vinilo de Siempre son las cuatro, Mediocampo y Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón, que son hitos de una de las etapas más fecundas de la carrera de Roos, y la última entrega de Obra completa.
Tres. Entre los signos que distinguen la práctica musical de Jaime Roos, está la constante revisión de sus composiciones y de sus ediciones fonográficas, lo que se conecta estrechamente con su minucioso trabajo con las distintas tecnologías disponibles para trabajar con el sonido.
En esa línea, el artista se asoció con los sellos uruguayos Bizarro y Little Butterfly para editar en formato vinilo Siempre son las cuatro y Mediocampo, de 1985. A estos títulos se suma Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón, cofirmado con Estela Magnone, que se convirtió después de su lanzamiento en una pieza de culto para coleccionistas y melómanos.
En el año 1992, cuando el formato cedé se imponía en el mercado, Roos lanzó Cuando juega Uruguay, su último fonograma en vinilo (el viejo y querido LP). Pasaron casi tres décadas, varios compilados, nuevas ediciones y otros proyectos, hasta que el artista se convenció –según relatan los responsables de los sellos– del valor de una reedición de parte de su obra en este histórico formato.
En la germinación de este proyecto convergieron al menos dos variables. Una, la cada vez más extendida difusión de la comercialización de vinilos, especialmente en ciertos círculos de melómanos. Otra, el largo y minucioso trabajo de recuperación y remasterización de las cintas y del arte gráfico originales de toda su discografía, que dio forma al ambicioso proyecto Obra completa. “Con todo ese material recuperado en las mejores condiciones resultaba mucho más atractivo volver a publicar en su formato original alguno de sus discos de los ochenta. Y más teniendo en cuenta la posibilidad de fabricar los discos y sus tapas en imprentas europeas de primer nivel, mejorando sustancialmente la calidad de los vinilos editados en la época”, se explica en el comunicado oficial de los sellos.
En una primera fase de este plan editorial, Roos acordó con Bizarro, sello responsable del lanzamiento de la integral Obra completa, la reedición sus dos discos más importantes de los ochenta, con el audio remasterizado y la reedición del arte de tapa original, incluyendo afiches y librillos. Casi paralelamente, en 2019, el sello español Vampisoul, en sociedad con el sello uruguayo Little Butterfly Records, lanzó para Europa un compilado con el título América invertida, que incluía una selección de músicas uruguayas de esa misma década. Esta lista de canciones incluía, y no por casualidad, ‘Tras tus ojos’, que originalmente se editó en el disco Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón, de 1985, con las firmas autorales e interpretativas de Roos y Estela Magnone. Y fue “una pegada”. La canción generó muchísimo interés y elogios de la crítica y del público en el viejo continente, lo que motorizó la idea de dar el siguiente paso: editar en vinilo el disco completo.
Para concretar esta idea, ambos sellos independientes se contactaron con Bizarro para obtener la licencia y publicarlo. Y al igual que para la edición de América invertida, ya editado este disco de Magnone y Roos, la distribución internacional fue acordada con la reconocida empresa holandesa Rush Hour.
Ya se sabe, este tipo de compañías ni son sordas ni están encandiladas con “los éxitos del pop”. Es así que Rush Hour indagó en el resto de la obra de Roos y especialmente en las ediciones en vinilo que se estaban haciendo para la región, con un elogiable tratamiento del sonido de las cintas originales y del arte gráfico, y decidió distribuir más allá de estos confines los discos Siempre son las cuatro y Mediocampo.
“Nunca me hubiera imaginado en los años ochenta que en 2020 se iban a publicar vinilos míos que sonaran mejor que los originales, con la presentación gráfica impresa en una calidad notoriamente superior a la anterior, y además con la distribución internacional que nunca tuve”, reconoció el propio Roos. En pocas palabras, el artista sintetizó lo que se planteó antes: todo se revuelve. Técnica y creación encuentran una productiva conjunción para confirmar que la música es una inefable máquina supresora del tiempo, o al menos de la idea lineal que solemos tener de ese fenómeno que no agota en el inexorable pulso del reloj.