Confinados
Uno. La “nueva normalidad” es un eufemismo. No existe. Pero insiste. Instalada cómodamente en la maraña de discursos despierta el apetito eufemístico, el hambre por las frases y nombres impactantes, y se repite hasta el hartazgo. “Nueva normalidad”. Insiste. Persiste. Obsesiona. Insiste aunque no exista. Es una contradicción. De tanto insistir, sin embargo, cobra vida y revuelve ansiedades. ¿Qué es? ¿Cómo es o cómo será? ¿Cómo seremos en esa “nueva normalidad”? ¿Qué será del arte en esas condiciones? ¿Cómo será la vida cotidiana? ¿Cuáles serán las experiencias excepcionales?
Lo que sí existió y amenaza con quedarse un buen rato más es el confinamiento, el encierro. Y con ellos, el miedo. No te asomes. No te muevas. No me toques. No me beses, no me abraces. Quedate lejos, a metro y medio, a dos, a tres. El Otro, otra vez, dejó de estar lejos, o muy lejos, en los confines del planeta. Está cerca, a metro y medio, a dos, a tres. Está en mi casa, en la vereda, durmiendo en la calle, en el refugio que está en la esquina, en la plaza. ¡Que no se acerque! ¡Escóndanlo!
¿Arte? ¿Música? No es prioritario ahora (¿ahora?, ¿nunca?). Hay que mover perillas. ¿Perillas? ¿La perilla del arte, de la cultura? No es prioritario, no cabe en el shopping, no cabe en la “nueva normalidad”. ¿Qué hace, entonces, la gente que hace arte? Están confinados, desmovilizados ¿Tanto así? En última instancia, está el negocio de la virtualidad, las pantallas omnipresentes, las líneas de códigos que mueven “cosas” de un extremo a otro de la geografía en red. Que se arreglen como puedan. “Los artistas sabrán cómo revolverse”. ¿Revolverse?
¿Es posible crear en semejantes condiciones? ¿Cómo se da –cómo se daría– a conocer los resultados de la creación tras las rejas del confinamiento-nueva-normalidad? ¿Qué significa crear en esta suerte de distopía? ¿Qué hay para decir? ¿Qué pasa –qué pasará– con los lenguajes? ¿Cómo sonará la música de la “nueva normalidad”? Urgencia, tensión, crisis, disonancia, resignificación. Nadie lo sabe. O sí. Otra contradicción.
Dos. Alien –sí, Alien, no es un error de tipeo– es inmune al virus. Su sistema inmunológico tiene una fortaleza improbable, pero al menos luce impecable en la ficción. Alien, entonces, sale a interrogar al arte, a la música, en plena pandemia, con todos los interrogables encerrados, confinados. Espacio y tiempo no son problemas para él o para ella, si es que alguien siente la necesidad de atribuirle un género a Alien. Circula, interroga, escucha, descubre. Y trata, quizás en vano, de hacerse preguntas típicamente humanas. Algunas respuestas, tras recorrer pantallas y rutas virtuales, aparecen. No son verdades ni posverdades. Son, como el arte, nuevas interrogaciones: motores para más preguntas.
Tres. ¿Qué es una obra musical? ¿Qué es una canción? ¿Qué es un disco? Seguramente usted al igual que Alien, imaginará muchas respuestas a estas preguntas. Seguramente los críticos, así como los músicos, tendrán otras tantas. ¿Coincidirán? Quizás sí haya algunos puntos de encuentro o de coincidencia. Sin embargo, estas preguntas son solo simples –y hasta banales– en apariencia; hay una ingente cantidad de realizaciones –de bienvenidas realizaciones– que las vuelven más complejas, inquietantes, y descartan toda suerte de certeza y de estructura o modelo de escucha bien asentado y “seguro”, piensa Alien.
Un ejemplo que descubrió es la edición Instantáneas (mayo de 2020), de la artista uruguaya Ximena Bedó, que puede escucharse en su perfil de Bandcamp. Algunos datos. Es su tercera producción, luego de dos títulos muy recomendables, de dos banquetes sonoros: La cajita (2014) –una obra íntima y explosiva a la vez, llena de hallazgos, de recuperaciones de canciones de tempranas edades, de ese virtuosismo que se goza en la sutileza– y Toda la música levanta vuelo (2019), otro pequeño y gran descubrimiento. Son dos realizaciones que, como bien anota Alien, definieron un perfil estético muy singular, destacado por su inquietud compositiva y talento interpretativo.
Sobre Instantáneas, nuestro personaje improbable descubrió un texto, una anotación urgente, ansiosa, con el pulso y la voz de Ximena Bedó: “Estas son grabaciones instantáneas, impros en audios de Whatsapp, en un grupo donde estoy yo sola. No hay edición, ni producción, ni hartación. Muchas saturan en varios aspectos. Supongo [que] las grabé para estar menos sola. Luego, pandemia mundial mediante, un buen amigo me mandó un grabador y viró un poco la calidad de sonido. Hay también algunos saltos al vacío sobre músicas entrañables ya existentes”.
Lo que se escucha en las quince pistas de esta edición es un viaje, un salto al vacío, como dice Bedó. Sonidos, texturas, “ruidos”. Son estructuras melódicas que parecen no concluir en el lugar esperado, o que levantan la expectativa sobre “algo” que quizás no llegue. Son momentos: furia sonora, de exploración vocal, de desesperación, amor, búsqueda, garra, delicadeza. Expresión de alto voltaje. Un buen cachetazo a lo que se suele esperar de un disco. ¿Un extrañamiento al lenguaje explorado en los discos anteriores? No se sabe. Y quizás no importe. ¿Otro virtuosismo? ¿Virtuosismo? No importa. Instantáneas, anota Alien, es una realización que interpela, que levanta muchas preguntas, y así despabila la escucha, la inquieta, le sacude la comodidad.
¿Dónde está? ¿Dónde se escucha? El dato: en el perfil de Ximena Bedó en Bandcamp.
Cuatro. Que las calles se hayan vaciado y silenciado, que la gente aparentemente se haya desmovilizado es aterrador, piensa Alien. No obstante, quedaron las ventanas: los portales para sortear los decretos de emergencia sanitaria, esos que se entronizaron sobre gentes, trabajos, sensibilidades, dolores, reclamos, inquietudes, placeres. En fin, sobre la vida. Y quedó una vida recluida tras los vidrios con marcos y cortinas.
La creación, pese a todo, a todo eso, no se detuvo; fue el canal de descarga, de supervivencia. La artista brasileña Adriana Calcanhotto, que ha visitado Uruguay en varias oportunidades, usó esas pasiones encontradas y encerradas para parir un disco urgente: Só. Un disco que Alien encontró lleno de emergencias, de rabia y a la vez de delicadeza: ese lenguaje que se disfruta en la calidad envolvente de su voz, en las canciones de morfologías transparentes, en sus juegos de múltiples referencias; en fin, un combo de rasgos que devino marca de estilo de Calcanhotto.
Otra vez los datos: Só fue compuesto, grabado y mezclado durante el tiempo de cuarentena: en 43 días entre el 27 de marzo y el 8 de mayo. Fue concebido con la velocidad de la emergencia; un proceso inverso al de su trabajo anterior, Margem, lanzado en 2019, que le llevó casi una década.
En ambos casos, la personalidad de Calcanhotto desborda riqueza; Só, sin embargo, reclama, inversamente proporcional a su proceso de creación, un tiempo detenido para que la necesidad de pensar –y repensar– la crítica situación social, política y sanitaria de su país que atraviesa la poesía de la artista, se conjugue con un lenguaje cancionístico solvente, original, surtido de gestos y búsquedas sutiles, sensibles e inteligentes. Una búsqueda que alcanza momentos destacados en ‘Ninguém na Rua’, ‘Era Só’, ‘Sol Quadrado’, entre otras.
¿Dónde está? ¿Cómo se puede escuchar? El shopping virtual se vuelve un aliado: la cuenta de la artista en Spotify y en Youtube.
Cinco. Alien sigue su búsqueda. Encuentra, descarta, busca de nuevo, lee, escucha, recorre. Un hallazgo: un artículo publicado en un medio local le da la pista para una “limpieza de oídos”, anota. ¿Limpieza de oídos?
Tiene que explicarlo para zafar de lo previsible. Así inicia una improbable –¿infructuosa?– lista de esas estructuras asentadas en la escucha occidental, civilizada y “nuevanormalizada”. Armonías, líneas melódicas, texturas, contrapuntos, tópicos, estilos, géneros, formatos. Todo diáfano y disciplinado. “Aquí debe –¡debe!– sonar esto porque está esto otro y aquello de allá”. La regla suena “bien”, “prolija”. Entonces, lo que suena puede ser “visceral”, “moderno”, “suave”, “cálido”, “tierno”, “enérgico”, “heroico”, “seductor”, “patriótico”, “bailable”, etcétera. Todo ordenado. Si no suena así, es “raro”, “experimental”, “un extrañamiento”, “una porquería”, “¡esto no lo escucha ni su madre!”, “un divague”, “se hizo el loquito”, “no lo entiendo”, “es para gente culta”.
Hecha la lista, Alien vuelve sobre el hallazgo. Con el dato del artículo hace una búsqueda en Bandcamp –anota al margen: el lugar de las cosas “raras”, y se ríe–. Asunto: proyecto Matador, de Santiago Bogacz. Título del disco, Matador V. ¿Cinco? Pero este humano –joven, intenso, inquieto– comenzó a subir sus discos a esta plataforma como en 2014. ¡Y sigue insistiendo!
Anota: Matador V no cuadra en la lista. No es pop, no es rock, no es jazz, no es tango. Es un trabajo ideal para amargarle la existencia al empleado que tiene que ubicarlo en algún lugar de la disquería.
Sigue anotando: no es un disco, otro más, del proyecto Matador. Es Santiago Bogacz. Cuidado, subraya, hay que evitar aquí la discusión ontológica, filosófica. Es sencillo: es Santiago. Lo que suena es su pensamiento, su forma de tocar, su forma de entender qué es eso de hacer música.
Él, Santiago, puso toda la carne en el asador: su voz, su guitarra, su técnica, sus sonidos, el mapa de escuchas –las “cultas”, las “populares”, las “tradicionales”–, su formación académica, su sensibilidad para descubrir otras músicas.
Aquí no hay “canciones”. Hay músicas a contrapelo de los esquemas discursivos. No hay un tema al que tratar con variaciones, inversiones, retrogradaciones. Hay texturas, tramas, profundidades, superficies sonoras que disparan las asociaciones hacia los confines de la imaginación. Hay “ruidos”, “disonancias”. Hay masas sonoras que se mueven, pero todas son reconocibles. Hay otro idioma, otras conexiones entre letras, palabras, gráficas, sonidos. Y hay –subraya Alien– una corporalidad intensa, por momentos desbordada. Una corporalidad necesaria, fuera del estereotipo. ¿Cómo se describe esta música? Es una tarea imposible. Acá no hay coqueteos con abstracciones desmedidas. Matador V es un mapa de mundos imaginados y a la vez muy concretos, fascinantes. Otra nota al margen: “¡Es música!”.
Seis. Alien sigue con sus anotaciones; la investigación no se detiene. El confinamiento, apunta, no es una limitación. Eso que algunos humanos llaman el “sistema”, el “poder”, encierra y dictamina qué hacer y qué no hacer. Pero es un intento, nada más. El mercado, la industria, la corporación sanitarista, los gobiernos de turno, ven como amenaza a la creatividad en movimiento. Eso es sólo un fantasma; una entidad tan fantasmagórica como la “nueva normalidad”. La investigación de Alien no se detiene.