Por Carlos Dopico.
Después de su exitosa gira por América del Sur y Europa, el líder del Cuarteto de Nos conversó sobre el pasado distópico y el futuro prometedor de una banda sin fronteras.
Con cuatro décadas en la escena musical, dieciséis álbumes de estudio publicados y miles de kilómetros a cuestas, el Cuarteto de Nos goza no sólo de saludable longevidad, sino del mejor momento de popularidad en su carrera. La reciente gira con Lámina Once llevó al grupo por distintos rincones de América del Sur y Europa, convocando audiencias jamás pensadas. Entre otros hitos, colmaron el Auditorio Nacional de México (sólo Zitarrosa y Drexler lo habían hecho) y el Teatro Caupolicán de Santiago de Chile, superando en cada escenario las diez mil personas. “El que diga que llegó a algún lado está presumiendo de un falso deseo”, sentencia Roberto Musso con absoluta claridad. Sin embargo, no disimula la enorme satisfacción de la conquista artística de nuevos territorios: “Ahora estamos triplicando los números que teníamos y ha pasado en simultáneo en todos los países”.
Aquel grupo de culto en el under universitario, cuyos integrantes se vestían de viejas para salir a escena y celebraban en canción todo tipo de incorrección política, ha encontrado hoy un público más amplio fuera de la aldea.
2024 les traerá varios aniversarios importantes: cuatro décadas de su debut discográfico –aquel que repartía los surcos con Alberto Mandrake Wolf–; treinta años de Otra Navidad en las trincheras –el disco que les posibilitaría abandonar el under para recorrer todo el país y establecer su independencia discográfica–, y dos décadas de El Cuarteto de Nos –el álbum en el que establecieron su relación artística con Juan Campodónico–. En la gira del disco Otra Navidad en las trincheras, “cruzando el puente de Fray Bentos destapamos una botella de champagne y brindamos por las diecinueve capitales de la vuelta ciclista [risas]. Era un hito en aquel momento, realmente”, recuerda Musso aún sorprendido de aquella trascendencia que celebraba a los treinta.
Hoy, con 61 años recién cumplidos, el líder del Cuarteto de Nos, mantiene encendida la llama compositiva de aquel grupo que fundara con su hermano a principios de los años ochenta. “Lo importante es seguir siendo una banda novedosa”, subraya. Si bien no reniega del pasado, para Roberto, el Cuarteto de Nos actual es el que inventaron tras la publicación de Raro y la serie que conformó con Bipolar y Porfiado. Sin embargo, sobre Tajo, la ciudad donde desde la gesta ubicaron a todos los personaje de su fértil imaginario, Roberto rescata: “Yo creo que la idea de Tajo está vigente en Lámina Once. ‘La ciudad sin alma’ perfectamente podría ser Tajo”.
El más reciente trabajo discográfico del grupo, Lámina Once, inspirado en el famoso test de psicodiagnóstico de Rorschach, plantea de forma lúdica una nueva forma de vernos y presenta nuevos protagonistas en su infinito universo de personajes.
En 2024 se cumplen cuatro décadas del debut discográfico. ¿Qué significa para ustedes estar dentro de las bandas más longevas del rock uruguayo?¿Está en agenda algún evento celebratorio? ¿Sabés que me doy cuenta por vos? [risas]. Con el Cuarteto, de todas formas, rara vez hemos festejado o celebrado aniversarios como hitos para hacer un show conmemorativo. El Cuarteto tiene eso de especial, distintas etapas de iniciación. Antes jorobábamos con que éramos la única banda que tiene tres o cuatro primeros discos: el disco con Mandrake, que se discutía si contaba o no; Soy una arveja [1987], que es nuestro primer disco completo; otro fue Otra Navidad en las trincheras [1994], por el que mucha gente supo del Cuarteto, y Raro [2006], que para la gente que no conocía el Cuarteto, sobre todo en el exterior, fue definitivamente el primer disco. Siempre me ha gustado tener la mirada hacia adelante. Cuando tengo canciones nuevas por hacer, siempre la prioridad ha sido esa antes que la mirada más en la nuca o conmemorativa. Pero no se descarta para nada. Sobre la longevidad, no veo la cantidad de años como un mérito en sí misma.
Pero perdurar, macerar un repertorio y reunir distintas generaciones seguramente lo sea.
Obviamente sí, pero la gran transformación del Cuarteto, justamente, ha sido estar vigente ahora. Quizá, sin esa transformación no estaríamos hablando de los cuarenta años del primer disco con Mandrake. Para mí, lo importante es seguir siendo una banda novedosa, seguir saliendo de gira y tener hoy un público que no había nacido en aquel momento. Que sean pibes de veinte años habla de una salud muy importante en cuanto a la transformación de la banda. Está buenísimo lo de los años, pero le doy más valor a la vigencia y tener a esta altura de la vida un repertorio totalmente nuevo.
De aquellos seis temas del debut, dos eran de tu autoría: ‘Cucos SRL’ y ‘Totalmente normal’. Por entonces ya hablabas de “normalidad”, un concepto que el Cuarteto volvió a retomar dos décadas después con ‘No quiero ser normal’. La rareza, la anormalidad, la anomalía son conceptos en los cuales el Cuarteto se ha refugiado muchas veces. ¿Por qué?
Por que éramos y somos así. Nuestra descripción es “El Cuarteto de Nos, una banda de rock rara”. Es perfecta la definición. Nosotros éramos el team raro en el colegio. No nos gustaba la música de moda, no vestíamos ni nos cortábamos el pelo a la moda. El sábado en la noche, en vez de ir a bailar, nos íbamos con Tavella y con Riki a ver La canción es la misma, de Led Zeppelin, que daban a medianoche en el Liberty. Eso quedó reflejado en la manera de componer y se fue desarrollando con el correr del tiempo. Hoy veo los chiquilines que se acercan al Cuarteto y me veo en ellos, en esa búsqueda de lo diferente, de lo que no está en el prime time.
Eso genera una inclusión. Quizá no fueran tan conscientes en los primeros tiempos, pero sí en una perspectiva contemporánea.
Creo que estaba, aunque como vos decís en el inconsciente o en el subconsciente, ese lugar de pertenencia al que un montón de gente se sentía atraída o contenida en los shows del Cuarteto. Sabían que ahí podían escuchar cosas que no decía el resto, más allá del “rock”. Sin dudas, esa identificación con las letras se dio en menor proporción a fines de los años ochenta, luego en los noventa con una explosión muy grande en Uruguay, y que de un tiempo a esta parte estamos viendo en toda América Latina. Quizá eran temas más universales de lo que nosotros pensábamos. No lo hacíamos en los noventa, pero hoy hacemos los meet & greet, esos encuentros que son más que sacarse la foto con el artista. Llega la gente, veinte o treinta en cada lugar, y mantenemos una sesión de charla. No sabés lo qué es. Las historias de cómo llegan al Cuarteto en Honduras, Guatemala, El Salvador, México, Colombia… Algunos te dicen que les salvaste la vida, que sacaron del coma a una con tus canciones, otros con frases tatuadas de las letras… Todos tienen en común eso de no sentirse identificados con el afuera. Quizás el mundo real y contemporáneo no es el lugar para ellos.
‘Cinturón blanco’, de Lámina Once
No es un juego, ni estoy loco.
Sólo es mi intención llamar la atención
y que alguien llegue y me pregunte
¿por qué estoy como estoy y qué me pasa hoy?
¿Y qué me pasa hoy? ¿Y qué me pasa hoy?
En 2024 se conmemoran treinta años de Otra Navidad en las trincheras, el disco que hizo del Cuarteto de Nos una banda nacional, antes de trascender fronteras. ¿Qué recordás de aquel proceso?
Lo primero que recuerdo es estar haciendo un disco del que nunca imaginamos la trascendencia que tendría. Es como decís, primero fue local; fue llevar una banda del under montevideano a ser una banda masiva en todo Uruguay. Para nosotros era increíble. Recuerdo que cuando llegamos a Río Negro, en Fray Bentos, completamos el show número diecinueve. Cruzando el puente destapamos una botella de champagne y brindamos por las diecinueve capitales de la vuelta ciclista [risas]. Era un hito en aquel momento, realmente. Pero te digo que toda la trayectoria del Cuarteto de Nos se hizo en cada paso, sin medir los deseos de lo que sucedería después. Otra Navidad… fue un disco concebido por nosotros haciendo lo que se nos cantaba en aquel momento. Por entonces fue un cambio radical, pasar a ser un grupo masivo del país.
Tras Otra Navidad en las trincheras, publicaron Barranca abajo, un disco casi premonitorio de la debacle que vendría tras el éxito. Entre los altibajos en la historia de la banda, ¿en qué momento abandonás tu trabajo remunerado y te dedicás totalmente a lo musical?
Bueno, esos altibajos siempre están en la parte artística, pero eran muy de montaña rusa en aquellos tiempos. De Otra Navidad… a Barranca abajo fue increíble.
¡Con el título del álbum ya avizoraban que el éxito iría en picada!
Sí, claro, lo sabíamos. Mantenerse en la comarca era complicado. Yo creo que cuando salimos con Raro se abrió una etapa mucho más estable, de continuo ascenso; fue la apertura al mundo exterior. Quedaba abierta la interrogante de qué era el Cuarteto, ¿un grupo de Raro para atrás o hacia delante? Para todo el público masivo, argentino, colombiano, mexicano, el Cuarteto eran las canciones de Raro. De hecho, en los shows rellenábamos con algunas canciones anteriores, que ya venían con un corte artístico de mediados de los años noventa. Por suerte, cuando sacamos los discos subsiguientes, Bipolar y Porfiado, se afianzó esa idea. Y verdaderamente fue un ascenso hasta hoy imparable. Hoy nos encontramos en el mejor momento, por lejos, mucho mejor que en Raro.
¿En qué momento soltaste tu trabajo formal como ingeniero de sistemas?
Fue a partir de ahí, cuando comenzaron a venir invitaciones a festivales y shows en Colombia, México… Cada uno en la banda tenía sus ocupaciones y cuando con Bipolar vimos que seguía creciendo, tomamos la decisión. No éramos los típicos músicos bohemios con la guitarrita que dicen “¿Cuándo voy a dejar este trabajo de ocho horas?” Nada que ver. Tenía mi trabajo de ingeniero de sistemas, en un ambiente laboral divino, haciendo lo que quería. La matemática, la lógica y la computación me gustan mucho. Me costó mucho hacer la carrera. Y además, ganaba muy bien.
¿Vas a jubilarte como ingeniero?
Sí, claro. Tengo más de treinta años en eso. Dejar los trabajos fue una decisión que atravesó lo personal, lo grupal y lo familiar. Decidimos hacer la apuesta. No fue fácil; había que saltar al vacío con una familia establecida, muchos con hijos. Era tipo: “Vamos a salir a roquear con la banda de amigos de papá…” [risas]. Con el diario del lunes, fue la mejor decisión.
Para seguir con los aniversarios, en 2024 se cumplen dos décadas de El Cuarteto de Nos, el álbum homónimo que publican en décimo lugar de su discografía. ¿Cuán importante fue para ustedes esa edición revisitada del repertorio que hicieron junto con Juan Campodónico?
Me estás cerrando el almanaque. ¡En 2024 va a pasar algo! [risas]. Te diría que, más que el disco en sí mismo, fue nuestra comunión con Juan Campodónico. Fue nuestra bisagra, el cambio a lo que fue nuestra vida más profesional. Fue un poco también patear el tablero de algo que veíamos que no estaba funcionando como nos parecía que debía ser. Ese monstruo de cuatro cabezas cerrado, de autoproducción creativa, musical y ejecutiva… sentíamos que había llegado a un límite, incluso a nivel compositivo. Ese disco cerró una etapa. Tenía el cometido de ver si el Cuarteto de Nos noventero, reproducido, podía tener algún impacto fuera de fronteras. El disco además traía tres temas nuevos: ‘Hay que comer’, ‘Fui yo’ y ‘No quiero ser normal’. Te diría que esos temas marcaron un poco una vía hacia lo que terminó siendo Raro. Pero aquel disco no tuvo tal repercusión, la tuvo Raro, sin pensarlo. Destaco todo el cambio: el encuentro con Juan, patear el tablero con una producción ejecutiva con Majareta, el relacionamiento con la prensa y trabajar con gente técnica idónea. Había una nueva camada de gente que había estudiado sonido, iluminación, cosas que no había en los años noventa. Armar un equipo fue fundamental. El encuentro con Juan fue decisivo a todo nivel. Aprendí y sigo aprendiendo miles de cosas, cómo grabar un disco, cómo componer, cómo encarar la vida de una banda continuamente en gira. Él venía con esa experiencia del Peyote, Bajofondo…
Los temas que reversionaron en aquel trabajo hace mucho que ya no integran el repertorio del Cuarteto. ¿Te cuesta comulgar con aquellas primeras creaciones?
No, me encanta que estén. Me encanta haberlas compuesto, creo que son geniales para la época y el momento en que se dieron. El paso del tiempo hizo que me interesaran otras cuestiones para componer. Hoy no escribiría ninguna canción parecida, pero no por algún prurito, simplemente no se me ocurriría buscar por ese lado la inspiración. No quiere decir que no vuelva a buscarla en cinco años, si sigo haciendo canciones. Me fueron movilizando otras cosas. Ya en Raro ese cambio del Cuarteto en su producción o envoltorio arrancó también desde la canción misma, que para mí es la base de la pirámide de todo proyecto artístico musical.
La canción, esa base piramidal, ¿sigue llegando a la banda en formato de voz y guitarra o de forma más producida?
No, de Raro en adelante aprendí también mucho de Juan a hacer unos demos más escuchables.
¿Armás maquetas completas con sugerencias de instrumentación y arreglos?
Sí, desde Bipolar o desde Porfiado seguro… Armo más las maquetas, con una idea conceptual de para dónde me lleva la canción, incluso en el ritmo. Igual, siempre lo hago más como un receptáculo de ideas que como demo. Después hay que pelar cuestiones, pero sí, ya meto coros que se me ocurren o arreglos de algún instrumento que no usamos. Propongo bastante. Después hemos trabajado con muchos productores más que Juan. La verdad es que ha sido importante para mí ese paso de llegar con demos más desarrollados.
Desde 2004 a la fecha, la concepción de personajes ha sido menos bizarra, menos freaky o estrambótica. ¿Qué provocó ese cambio?
El tema de los personajes siempre está vigente en el Cuarteto. Para mí siempre es una opción interesantísima cuando tengo la idea de hacer una canción. Pienso, ¿qué hay? ¿Es una primera persona? ¿Es un juglar que habla en tercera persona o va a ser un personaje? Eso no ha dejado de estar. Si volvemos a las últimas canciones, están Mario Neta, Benito, Roberto o el Dr. Hermes, ese personaje misterioso. ¿Que abandonamos el freakismo? No sé, creo que ha mutado por lo mismo que te decía de la inspiración.
En los comienzos habían pergeñado la ciudad Tajo, un espacio cartográfico en el que ubicar a los diversos personajes creados en el imaginario del Cuarteto. ¿Salirse de aquel mapa fue también expandir el territorio de sus historias?
Creo que la idea de Tajo está vigente. Lo pensaba con Lámina Once. ‘La ciudad sin alma’ perfectamente podría ser Tajo. El disco quedó después concebido conceptualmente con personajes que habitan esa ciudad. En este caso no tiene nombre ni construcción geográfica porque nos gustó dejarlo al libre albedrío. Cuando hicimos ciudad de Tajo no había internet, ahora podría ser una ciudad física, pero también una ciudad virtual. El tipo que aparece en el cartel con la publicidad de ‘Flan’, riéndose, está en un edificio, en un BMW de internet de ‘La ciudad sin alma’ y el ‘Maldito show’ está ahí, y el ‘Frankenstein posmo’ está ahí. Siempre me gustó concebirlo desde ese punto de vista. Es esa parte lúdica que no hemos perdido. Es como el ‘Contrapunto para humano y computadora’, que es un tema altísimo también en el show. Ese tema tiene una cuestión lúdica del Cuarteto de los años ochenta. Para mí perfectamente podría haber sido.
‘La ciudad sin alma’, de Lámina Once
“En la ciudad sin alma, al argumento y la razón se los tragó la estepa.
En la ciudad sin alma no importa lo que pasa, lo que importa es que se sepa”.
En aquellos años el contrapunto hubiese sido con una TK90.
Claro [risas]. Imagínate que en medio de un festival de rock, como el Quilmes Rock, salga el tipo hablando con una pantalla ya es muy raro, y garpa además…
En Lámina Once volvieron a desarrollar un álbum conceptual para preguntar cómo nos vemos o qué vemos cuando nos vemos. Inspirado en el famoso test de psicodiagnóstico, el álbum lleva por nombre una lámina que no existe, la once, escapando del esquema de esta técnica de análisis. ¿Cómo es el proceso dentro del Cuarteto de Nos? ¿Se discute el concepto, se trabaja en solitario?
Las canciones las hago en solitario. Nunca he podido… Y ahora que me preguntás, no sé si me gustaría haber podido armar un set de canciones a partir de un concepto. Te miento si te digo que no lo he pensado. ¿Por qué no partir de un título de un conglomerado o de x cantidad de canciones? Nunca lo logré desarrollar. Siempre terminamos partiendo de un conjunto de canciones que, en principio, para mí, no tienen hilo conductor. Siempre hay más canciones que las que entran en el disco y quedan las que más nos gustan a todos. Recién después buscamos el concepto. Yo estoy con las canciones como dos años y en un momento pierdo la noción. Me llama la atención, porque Lamina Once se la mostramos a algunos amigos y nos dijeron: “Esto habla claramente de un tema; está atravesado por un tema”. Cuando me empiezan a hablar, me doy cuenta. Son cosas que yo no había visto. Ahí es que le empezamos a buscar la vuelta, ver cuál es el corte del disco [‘Rorschach’], definir el arte de tapa y decidir cuál es la primera y la última canción del disco [‘Flan’ y ‘La ciudad sin alma’, respectivamente]. El personaje del Test de Rorschach es un típico personaje del cuarteto, un perdedor que no quiere seguir el rebaño, que no quiere ser encasillado, un poco rebelde.
Vos pasaste varias veces por ese test, ¿cómo te fue con las manchas?
Sí, varias veces, antes era un clásico. Ahora se usa para psicotécnicos y test vocacionales. Yo siempre hablaba antes con amigos psicólogos para ver qué decir. Una vez fui con un amigo y él decía: “Veo la humanidad y una luz para florecer después de tanta oscuridad”, y yo veía una albóndiga. Obviamente el trabajo fue para él [risas]. A veces veo verdaderamente el link entre estos últimos discos con el Cuarteto más ochentero que noventero. Esa oscuridad que tenían ‘Andamio Pijuán’ o ‘Soy una arveja’ están un poco también hoy. Claro que he adoptado una forma más florida de escribir, que me gusta más que aquellas que eran un poco más espontáneas, por decirlo de alguna forma. La oscuridad de los personajes es parecida.
¿Quién es tu escucha primera? ¿Laura, tu compañera?
Sí, sí, Laura. Ella es a la que primero le muestro las canciones. Soy muy celoso y no quiero que nadie escuche nada antes, ni siquiera pedacitos. Cuando la escuchan es porque ya está pronta. Tengo que vencer mi autocrítica, y mirá que es dolorosa, dura, y por momentos casi esquizofrénica [risas]. Sé que tengo una experiencia transitada ya, pero, te soy sincero, al momento de mostrar las canciones me da hasta un poco de vergüenza. Las escucho muchas veces antes del demo, le cambio palabras, acentos. Que alguien escuche ya te cambia la percepción. Laura es muy cruda y ruda, y yo se lo agradezco [risas]. Es peor que un productor. Después la canción pasa al grupo y llega al productor. Soy muy permeable a las críticas. Les doy a elegir, sacar, poner o seleccionar el corte de difusión. Cuando le mostré a Laura ‘No llora’ tenía grandes dudas. En ese momento era todo un quiebre para el público del Cuarteto. Y cuando la escuchó y se puso a llorar, enseguida vi que pegaba.
‘Maldito show’, de Lámina Once
El show debe entretener
El show debe divertir
El show debe anestesiar
El show debe continuar
El show debe distraer
El Show debe seducir
El show debe adoctrinar
El show debe facturar
En cada disco, la denuncia social y política parece ser más directa. En Lámina Once hay canciones como ‘Fiesta en lo del Dr. Hermes’, por ejemplo, o ‘Maldito show’ que van al pecho.
Sí, pero no se sabe al pecho de quién [risas]. Sí, es verdad. Siempre me gustó eso. Ahora que pienso, ‘El oriental desertor’ no sé si es menos directa, es más cruda y quizás más lúdica. El tema de las luchas de poder y de qué somos para el sistema siempre me parece interesante. En ‘Fiesta en lo del Dr. Hermes’ me encanta que sean esos dos bandos que creen tener la razón, mientras que un tipo va contando la historia. Ese tipo trata de ser imparcial, pero tira adjetivos que te hacen dudar. Me gusta hablar de esos temas. Me gusta que quede sobrevolando la interrogante. Es muy fuerte porque en cada país el Dr. Hermes es distinto, e incluso están en las antípodas. A mí me gusta mucho también escuchar las distintas campanas. En la pandemia –época en la que fueron concebidas las canciones de Lámina Once– estaba muy metido eso de la polarización y todo el tiempo buscar un culpable. Jueves (2019) fue una especie de premonición de lo que iba a pasar y Apocalipsis Zombie (2017) también.
Después de varios álbumes trabajando junto con Juan Campodónico, cambiaron la fórmula de trabajo y comenzaron a hacer un mismo disco con distintos productores y en distintos estudios (Nueva York, Montevideo, Puerto Rico). ¿Cómo les ha ido con esa diversificación de un rol central?
Nosotros hicimos cinco discos con Juan: el de la heladera [El Cuarteto de Nos], Raro, Bipolar, Porfiado y Habla tu espejo. Cinco contando el de gratest hits, digamos. Fue una etapa divina, para mí fundamental. Después nos pareció interesante –él mismo Juan lo planteó– dar un poco de aire para buscar un proyecto diferente. Juan había pasado a ser un Cuarteto más, y lo que nos había pasado en los años noventa se repetía. ¿Cuál era la visión externa del Cuarteto, entonces? Estuvo buenísimo el laburo con Cachorro López, groso de la historia de oro del rock argentino y latinoamericano. Fue un orgullo, además. Cuando empezamos a pensar: “¿Le diremos a Cachorro, o a Visitante?” ¿Conocerán al Cuarteto? ¿Cobrarán caro?” [risas]. Con todos los que contactamos fue: “Gracias por llamarme”. Todos conocían nuestro trabajo y les gustaba: Cachorro López, Héctor Castillo, Visitante [Eduardo Cabra]… Siempre destacan la permeabilidad que tiene esta banda. Hay artistas que defienden su forma, nosotros seguimos las sugerencias. Cachorro viene del rock y pop latinoamericano; Visitante viene de Calle 13, con un pasado caribeño y también mezclas del rap norteño; Camilo Lara, el mexicano que es especialista de música regional mexicana, tuvo aportes fueron increíbles. Trabajar en distintos estudios y sentir que el Cuarteto es una banda súper reconocida es maravilloso.
¿Te sorprende la proyección que alcanzaron o sabías que el trabajo constante finalmente los iba a poner en esa senda?
Nunca sabés nada. Te tirás a un océano que son las aguas del arte y no sabés. Quizás te tirás un día que está tranquilito y al otro te agarró una tormenta y te revolcó para el otro lado o bajo agua [risas]. Son avatares que tienen parámetros que no sabés nunca cuáles son. Sabíamos que veníamos en ascenso y que si hacíamos la apuesta iba a pasar lo que está pasando ahora. Pero que me dijeras que íbamos a tocar en el Auditorio Nacional de México, nosotros solos y agotarlo dos meses antes, o que íbamos al teatro Caupolicán de Chile –que es más grande todavía– para doce mil personas, que agotáramos y se agregara otra función, jamás lo pensamos. Es irrefutable la parte cuantitativa. No lo hubiésemos imaginado. Nunca proyectamos eso de ¿llegaremos a tocar acá algún día? Ni ahí, estábamos contentos con ir haciendo la gira y sumar aforo. Después de la pandemia fue una locura.
¿Cuántas giras llevan hechas hasta ahora?
Desde Raro giramos periódicamente, desde 2007 diría. Pero siempre en ascenso. Muchas veces la cúspide de convocatoria de la banda coincide con el disco más emblemático, que podría ser Raro, pero en el caso del Cuarteto tampoco fue así. Fue la puerta de entrada, pero la convocatoria ha ido en ascenso. Ahora estamos triplicando los números que teníamos y ha pasado en simultáneo en todos los países. En Colombia hicimos el Movistar Arena de Bogotá, una gira por Bucaramanga, Barranquilla, Tunja, Pasto, Pereira, grandes anfiteatros repletos de gente. Nos conoce la gente por la calle. La dimensión afuera es tremenda, son muchos lugares. Estuvimos en Europa con mucho éxito. España funciona como un lugar más de América Latina, pero fuimos a hacer shows en Berlín, Londres, Dublín, repletos de muchos sudamericanos y no uruguayos, sino dominicanos, colombianos, mexicanos, con sus parejas locales.
¿En qué instancia sentiste eso de estar en el momento justo y el lugar indicado?
Al momento de decidir apostar por América Latina. Cuando tuvimos la chance de ir más a Europa, a mercados que consumieran más rápidamente y te dieran euros, no lo hicimos. Preferimos hacer América Latina. Creíamos que el concepto, las letras del Cuarteto iban a tener más relación en esta región. Era un público menor, pero más latente y con potencial de crecimiento. Arrancamos tocando en México y Colombia, a lugares más chiquitos y sacrificamos eso de irnos un mes a Europa. Eso sí, nos benefició un montón. La pandemia también insidió, se multiplicó el público. Vemos una generación que no existía en los shows, pibes que hoy tienen catorce o quince y que tenían once o doce antes de la pandemia. Vemos que les vuelan la cabeza ‘Flan’, ‘Rorschach’, ‘Mario Neta’ o el ‘Contrapunto para humano y computadora’. Son canciones que les llegan muy cerca y que hablan del encierro, la soledad…
‘Flan’, de Lámina Once
Insultos, sirenas, alarmas que suenan.
Todo se discute, nada se argumenta.
Gente que puso un imán en su brújula.
Gente que grita escribiendo en mayúscula.
¿Eso tiene que ver con tu perspectiva paternal, gracias a Federica?
Sí, claro. Fede es un poco más chica, pero era muy loco verla con nueve años estar haciendo las clases por zoom. Era la primera vez que no tenía respuestas para darle. Antes, más o menos, siempre tenía respuestas, de dónde venimos, a dónde vamos, u otros temas filosóficos. Pero en la pandemia, cuando me preguntaba qué iba a pasar, me quedaba sin respuesta.
El mercado latinoamericano ya lo han transitado con frecuencia. También han tocado en Europa. ¿Qué intentos han hecho en Estados Unidos?
Es un gran debe para nosotros. Nuestro foco fue más al latinoamericano. Fuimos en 2004. Hicimos una gira, pero muy de colonias uruguayas. Ya veo que 2024 se está poniendo intenso, y quizá es el año que se da ir para ahí. Sé que nos va a ir muy bien, pero estamos armando la gira lo mejor posible. Estuvimos hasta en República Dominicana, donde hicimos un Hard Rock Café lleno de gente. Fijate que tampoco es un lugar donde el rock tenga peso. Estuvimos en Panamá, Nicaragua y El Salvador, tocando en anfiteatros como el Teatro de Verano repletos. Ahí está el efecto Raro. Mucha gente treintañera acumuló ganas de ver al Cuarteto desde que salió Raro, que eran jovencitos. No sabés la cantidad de gente que te agradece que vayas, como en El Salvador o Guatemala, porque directamente no llegan artistas internacionales. En Colombia o México somos medio locales. Claro que somos uruguayos y lo decimos siempre, pero ellos nos confiesan que el Cuarteto de Nos labura como quizá no labura un artista emergente colombiano de rock. Eso acercó un montón de público, de hecho hay mucha gente se toma un avión de una ciudad a otra para ir a los shows. Que vayas a su ciudad lo sienten como un mimo.
El estribillo de una de tus canciones más emblemáticas, ‘Yendo a la casa de Damián’, ilustra un poco el proceso histórico de la banda, la que no siempre tuvo esta aceptación masiva y alcance internacional: “¿Por qué me cuesta tanto llegar?”.
Con los años que tiene esa canción, no es casualidad que el cierre de los shows sea ella. Es el último tema de los bises.
¿Sentís que les costó llegar?
Que está costando llegar. No llegamos a ningún lado [risas]. El que diga que llegó a algún lado está presumiendo de un falso deseo. Siempre digo que el que diga “Llegué”, está frito. ¿Qué preferís, un día aburrido o de nuevos desafíos? ¿Cuándo decís que llegaste? ¿A dónde? Para mí la frase fue tomando potencia con el correr de los años. Cuando hice la canción, la frase “¿Por qué me cuesta tanto llegar?” la veía como algo que redondeaba muy bien la canción de esa persona que no sabe bien a dónde va ni por qué. Pero no la vi con tanto significado. A cualquier joven o persona latinoamericana nos cuesta siempre llegar. Y la gente la ha adoptado. Pero es como vos decís, hay un paralelismo con la historia misma del Cuarteto. Tiene la ambigüedad y contradicción que me encanta que tengan las canciones. No está ni bien ni mal, te deja experiencia.