La palabra, el misterio, la música
Uno. “Sobre as raízes levantadas”. Un birimbao con misteriosa resonancia. El crescendo de una fila de metales. La guitarra. La voz: “Sobre as raízes levantadas / de mil figueiras arrancadas”. En un espacio de reverberación muy controlada se urde una pequeña trama tímbrica, un estado sónico en suspensión. La voz se lanza y corta el aire con un motivo anguloso y crece, como un grito asordinado, hacia el agudo, dos versos: “Campos neutrais / campos neutrais”. Suspensión y misterio. Un estado ¿neutral?
Vitor Ramil pinta así, sacando el mejor partido a su fino pulso y elaborada estética, un territorio: las raíces, la tierra, el asfalto, el aire de su propio territorio; ese espacio que lo define y que termina de formarse, de amalgamarse con las memorias que van, vienen, palpitan, se revuelven entre sonidos y rostros, paisajes del interior y del exterior.
La canción: ‘Campos neutrais’, la que abre y da nombre a la última edición discográfica de Ramil. Es, sin quizá, la obra, el disco que recoge el repertorio cancionístico gestado en uno de los puntos más altos de la carrera del artista oriundo de Pelotas, Rio Grande do Sul, Brasil, y que materializa sus ya conocidas reflexiones sobre lo que él llamó “la estética del frío” (esta expresión da nombre a una conferencia de Ramil, que tuvo su primera edición en 2004, la segunda en 2009, y que puede leerse en su sitio web (www.vitorramil.com.br), y da un salto más hacia ese encuentro entre el poder de la palabra y el poder de la música para narrar el complejo proceso que va uniendo al ser humano con un mundo posible, con lo que se construye como propio.
Se trata de un proceso, de un trabajo que nunca termina, pero que en el caso de Ramil deja como huellas once títulos discográficos, muchas presentaciones en su lugar, en Argentina, en Uruguay, entre otros, así como en sus novelas Pequod (1995), Satolep (2008) y A primavera da pontuação (2014); el ensayo A estética do frio. Conferência de Genebra (2004); y dos songbooks: Vitor Ramil (2013) y el reciente Campos neutrais (2017), que incluye las canciones del disco homónimo.
Dos. Las músicas –las músicas de Campos neutrais– suelen resistir la empecinada labor de las palabras. Nombrar, clasificar, volver a nombrar, volver a clasificar. Las explicaciones naufragan en el ensayo inconcluso: necesariamente incluso.
¿Qué decir de, por ejemplo, ‘Satolep fields forever’? Es el juego con la inversión del nombre de Pelotas. Es un juego beatlero. Es un trabajo muy interesante con la tímbrica, las disonancias, con eso que parece –y sólo parece– no tener nada que ver con los equilibrios tonales. Es una forma de perderse en esa ciudad, en el lugar propio de Ramil. ¿Qué anotar de la mecedora y calma ‘Laberinto’, con la sutileza de los vientos, con la envolvente guitarra, con la reflexiva actuación de la voz? ¿Y de ‘Angel station’? ¿Y de la tensión que apenas se arma entre la voz y la guitarra en un clima brumoso en ‘Isabel’? ¿Y del milongueo –¿a la Dino?– de ‘Duerme, Montevideo’, y ese ¿homenaje? a las raíces uruguayas de Ramil?
El naufragio en estos casos, claro, no es un fracaso: no es un desastre traumático. Si se aplican los clichés de la mentalidad mercantilista, tal vez lo sea, ya que el producto le dificulta la tarea de etiquetado al vendedor. Alejados, si es posible, de esa mentalidad, la situación es diferente: es el ensayo que tienta la revelación de un misterio, de una intriga, cuya respuesta parece simple, directa, pero al rozarla apenas con la palabra se esfuma en una maraña de posibilidades, de incertidumbres, donde hace la mejor jugada la necesidad de volver a escuchar. El misterio no se abre a todos los esfuerzos comprensivos. Antes que pendiente, el logos queda fascinado con la intriga. Los afectos, las emociones mueven los tejidos musicales: los tensan, los deleitan, les permiten el lujo de jugar con palabras en los confines de la imaginación.
Tres. Campos neutrais está anclado en las vivencias y en las reflexiones sobre una historia personal, sobre un territorio, ese dominio que tras el tratado de San Ildefonso, de 1777, se configuraba como una zona neutral entre los reinos de España y Portugal. Allí se erigió una frontera, un borde denso, variable, físico, de tierra y agua, de hombres, mujeres y casas y campos de cultivo. Y en la frontera se parieron símbolos que pueblan, hasta hoy, un espacio de vida. De allí es Vitor Ramil. Y hurgando en esas vidas y paisajes, nace este nuevo repertorio. Es el resultado de mirar y escuchar lo cercano dislocándolo de la anécdota y del sentido oficial e institucional de patria; es la imbricación sutil, inteligente, de imágenes de tiempos anteriores y de tiempos inmediatos, de sonidos anteriores y de sonidos también inmediatos; es el signo que reactiva un sentido de lo regional, ese que conecta con Uruguay, con Argentina, con Paraguay, con otro Brasil, con el Brasil del sur, con el Brasil donde el frío tiene sus propios sonidos.
Cuatro. Campos neutrais no se escucha de una pasada. Necesita tiempo: otro tiempo diferente al corriente, al del reloj o al del apuro y la fragmentación. Demanda una separación de las cosas que vibran en el orden de lo común, aunque sus referencias sonoras, sus letras, su gráfica y las fotos que encuadran las vidas de esa histórica “zona neutral” revuelvan las cosas del orden de lo común.
Ramil convoca a un colectivo de gran solvencia para dar vida a este proyecto, que es el primero que graba en Porto Alegre. Aquí juegan la voz y las guitarras de Ramil, la percusión del argentino Santiago Vázquez, los metales del Quinteto Porto Alegre que tocaron arreglos de Vagner Cunha, y las participaciones de Chico César, Zeca Baleiro, Gutcha, Carlos Moscardini y Felipe Zancanaro.
Y el repertorio lo compone con quince canciones inéditas, algunas de ellas cocompuestas con Chico César, Zeca Baleiro, Angélica Freitas, Joãozinho Gomes y António Bótto; e integra dos versiones: ‘Sara’, de Bob Dylan, y otra de ‘Tierra’, del artista gallego Xöel Lopez.
Cinco. No hay quinto punto, quinta lectura. Hay sí una invitación a escuchar de adelante y hacia atrás, saltando pistas. Hay una invitación a hurgar en los vientos, las guitarras, las percusiones, las voces de un disco nacido del frío pero encendido por los modos de ser y de pensarse en el territorio propio. Las palabras ya llegarán y, hay que asumirlo, van a intentar ordenarse, pero el misterio que hace a lo artístico ganará la partida.