Por Carlos Dopico.
Aquellos tipos maquillados, vestidos grotescamente de vaudeville y hasta alzados en tacones de buen tamaño fueron la expresión más salvaje del Nueva York de los 70.
Lo que hacían era un protopunk, una muestra visceral que más tarde influiría a toda una camada de artistas, desde Los Ramones a los Sex Pistols, o The Damned a Guns n’ Roses. Con un vivo demoledor y ruidoso, pletórico de aullidos y distorsión, las muñecas de Nueva York se plantaban con un atractivo desenfreno, fiel reflejo del caos que por aquella década vivía la ciudad. New York Dolls, imponía un espíritu pendenciero y convertía aquel sórdido contexto en parte de su propuesta artística y estética.
Pero al momento de grabar, embebidos entre drogas y alcohol, perdieron las riendas del proyecto y dejaron que el reputado Todd Rundgren de Mercury Records ordenara el caos y depurase la sonoridad, virando los momentos de hard rock en un pop potente y limando las estridencias en una propuesta más radiable. Eso, que a priori podría prometerle mayor caudal de escuchas, hizo que en su momento, el público no identificara con lo que estos travestis forajidos prometían en vivo. Por tanto el disco, como muchas otras veces, gozó del aplauso de la crítica pero no del impulso de ventas.
A pesar del descontento de la propia banda con la mezcla, el disco se transformó con los años en material culto, reuniendo piezas fundamentales del género como: “Personality Crisis”, “Trash”, “Bad Girl”, “Jet Boy” o incluso la particularísima versión de “Pills” de Bo Diddley.