Por Eldys Baratute.
Gracias a Ediciones Yaugurú me adentro en el universo del último libro de Cristina Beatriz Piñeyro, Declaración de excedencia, que es igual a desandar los caminos interiores de la autora, o al menos, de este sujeto que se mira, en ocasiones desde una franca introspección, otras como si se asomara a un mundo ajeno, tomando distancia, ¿intentando ser imparcial…? “El tiempo es remoto y es ahora / Necesito recuperar mi amnesia” nos dice nada más asomarnos al pórtico, y ahí mismo sabemos que pisaremos terrenos de angustia, pasajes que sería preferible olvidar, pero no, son parte de un todo que se respira a retazos, ráfagas cortas cuyos impactos dibujan una psicología, un ansia, la carencia o duda del individuo, a la vez que, en su repique, generan para el oído cierta música, un ritmo, signado también por alguna que otra rima aparentemente azarosa, que atrapa el oído: “Con el cuerpo no puedo / Avanzar / No alcanza / Cansa /No tengo lugar y sin embargo / Tanto espacio vacío / Viajo / Quieta / Quieta es la batalla”.
Hay un desasosiego en este modo de quedar fuera de Cristina, que se expresa no solo en las ideas, sino en la forma de exponerlas, en el uso de figuras como la antítesis: “…quedar estarse quieto / (…) / esperando a gran velocidad / como una excedencia en fuga”, en este modo de no sentirse parte ―¿a quién no le ha pasado alguna vez?― del “baile de otros” que sin embargo contempla, aplaude, abraza, con la certeza de que, sobreviviente a la postre, terminará por ocupar su sitio, por hacer su propia fiesta, “encontrar nuestra forma de ser humanos”, mirar atrás, fijarse en quienes ya no están, en cómo lo hacían, con lo que da una singular, sucinta descripción de lo que ha sido la historia humana.
Hay aquí poemas como el XV que son una gota brillante, retrato de la gente común, esos que parecen no tener aspiraciones y tal vez por eso tienen una buena vida, “pedacito[s] de verdad”, gente que llega y vive “sencillita” y así mismo, casi sin notarse, se va, y me llama la atención acá cómo el uso acertado del diminutivo realza la intención, dota el texto de una especie de ternura por esas personas que la mayor parte de las veces pasan inadvertidas.
También apela a la antítesis en el poema XX, aunque esta sea, nos percatamos al final de la lectura, solo gramatical: “Lo que no se mueve / se mueve para siempre (…) / Lo que ya no piensa, / piensa eternamente (…)”, y uno empieza a creer, por los finales de estos primeros versos: “en los corazones”, “en el sol del universo” que asistirá a una cursilería. Pero el siguiente verso “presenta” el tema: “La muerte es siempre / la de otros. / Lo quieto suscita / movimientos concéntricos y expansivos”, y todavía, en tan breve texto, puede aparecer la duda, ¿por qué el adverbio solo en la oración de cierre?, para enseguida comprender que es imprescindible, que es precisamente esa categoría, tan rechazada en general por los poetas, la que además de abortar en este caso el lugar común, ofrece contundencia al final del poema.
“En última instancia, en este libro la voz poética «declara», da cuenta de un proceso de muerte y renacimiento del yo…”, dice Silvia Prida en sus palabras epilogales, y pienso que es cierto, sin embargo, aunque esa muerte sea recurrente, variopinta y tenaz, a lo largo del conjunto, Cristina Beatriz Piñeyro consigue que, una vez terminada la lectura, prime en el lector la idea, el regusto, del renacimiento.