Cuando Stieg Larsson (1954-2004) entregó a su editor el manuscrito de la trilogía Millennium seguro no imaginaba que el suceso editorial que estaba por venir -y que no llegó a disfrutar debido a una muerte prematura- abriría la puerta al boom del policial nórdico. Comenzaron entonces una andanada de traducciones de autores desconocidos por estos lares que se sumaron al gran Henning Mankell, creador de la saga protagonizada por el inspector Wallander.
Esta corriente tiene coordinadas diferenciales del noir estadounidense. El escenario ya no es el Los Ángeles de Chandler, ni la Nueva York de Chase. El protagonista ya no usa sombrero de ala ancha, ni sobretodo oscuro. No bebe whisky en solitario, ni es un nihilista de tiempo completo. En el policial nórdico, además de los gélidos paisajes, el protagonista (investigador) puede ser un policía, un ama de casa o un periodista. Matar a papá, la primera novela de la periodista sueca (al igual que Larsson) Camila Bergfeldt (1980) se inscribe dentro de esta línea. El eje central es la planificación de un asesinato por parte de una hija, ya convertida en mujer, contra su padre.
Pronto el lector sabrá que el motivo del parricidio es la violación que sufrió la mujer siendo niña. La venganza de una víctima que se convertirá en victimaria. Nada nuevo bajo el sol. No obstante, y tratando de zafar del lugar común, Bergfeldt lo plantea desde un punto de vista inteligente. Las tres protagonistas -la inspectora Anna Elier y las periodistas Marie Andersson y Julia Almliden- investigan la muerte de una mujer que apareció flotando en un lago de la ciudad de Skövde.
La primera quiere hallar al asesino, las dos restantes buscan la primicia para el diario de la ciudad. Y las tres también tienen motivos más que suficientes para querer asesinar a su progenitor.
Conforme avanza la investigación de aquel asesinato, e intercalando la vida de las tres protagonistas, una narradora anónima irá planificando el otro asesinato. Una frase escueta, Matar a papá, sostenida por un imán a la puerta de la heladera le recuerda su objetivo desde el desayuno. Y en una libreta irá apuntando los paso a paso de un plan que no debe dejar cabos sueltos. Por momentos, según en qué tramo de la lectura estemos, el dedo acusador se detiene en una o en otra, lo que demuestra cierta habilidad de Bergfeldt para dosificar la información y mantener en vilo al lector hasta la resolución del enigma. También hay tiempo para la moraleja y el dilema ético de si vale la pena convertirse, por venganza, en aquello que tanto aborrecemos.