Por Gabriela Gómez.
Esta primera novela de la escritora colombiana Vanessa Londoño (Bogotá, 1885) muestra de forma cruda y tenaz la violencia en un pueblo ficticio ubicado en algún lugar de Colombia. A través de cuatro capítulos o partes, se escucha las voces de cuatro protagonistas que, como en un susurro, van contando y dejando plasmada en la memoria las injusticias y crueldades de un pueblo latinoamericano. Hukuméiji es el lugar geográfico donde transcurre la novela, territorio que atrapa por la exuberancia de la naturaleza, su belleza, su frondosidad, su justicia natural, en la que no intervienen los valores del bien o del mal, enfrentada a la realidad cruda, sangrienta e injusta de los hombres.
Pareciera que el tema que conecta estos cuatro relatos es el de contar y también dejar un registro de la historia de sus cuerpos, o más duramente, de las mutilaciones que han sufrido de manos, piernas, ojos, lengua y que los hace continuar para encontrarse con otros aspectos de la violencia: violaciones, hambre, frío, desamparos bajo un clima de constante humedad y lluvia que hace aún más brutal la realidad de estos seres. La prosa de Londoño, a pesar de estos temas tan duros, se mantiene desde la primera página priorizando la poesía, con un manejo exquisito del lenguaje que nos hace recordar al mexicano Juan Rulfo y su novela Pedro Páramo por la forma casi somnolienta de revelar estas desgracias, que tienen como compañía a la constante humedad y la incesante lluvia. “Tengo la sensación de que siempre que pasa algo importante llueve ‒dice uno de los personajes‒, pero a veces me pregunto si lo que sucede, en cambio, es que el acto de recordar desencadena una especie de lluvia sobre la memoria…”.
La realidad de Latinoamérica y más precisamente la vivida en Colombia está retratada en esta imponente novela de menos de cien páginas, en la que se concentra todo el dolor de un pueblo que no ha parado de sufrir los horrores de una guerra civil en la que los más débiles se llevan la peor parte. La violencia, el miedo, la continua inseguridad y el desamparo se traduce en el recuerdo de la partera: “Los pies blandos y anfibios de los bebés se recogen cada vez que uno los toca con la mano desde afuera; como si supieran”.
Los cuerpos son el centro y la razón de ser de esta novela. Sus movimientos, sus ángulos, articulaciones, la circulación de la sangre, los calambres, los huesos que tratan de restablecerse y de aliviar las cicatrices son la razón y el motivo para que la memoria entre a tallar. Es la que perdura y que se desencadena para dejar ver en las heridas la historia animal de estos cuerpos.
Como recuerda Londoño en la introducción a la novela, en una especie de primer paso hacia la ficción y a una definición de su literatura: “La pérdida de la simetría del cuerpo propone otra forma de armonía cuando se comprende que las partes amputadas son materia viva, capaz de generar sus propias trayectorias y propensiones. La literatura, pienso, está en el acto de restituirles la vitalidad a los miembros cortados, y en contar las historias de los cuerpos que persisten en recordar las partes mutiladas y sus fantasmas”.
Vanessa Londoño. El asedio animal. Eterna cadencia Editora, 2022. 96 págs.