Por Nelson Díaz.
Cinco años después de haber publicado Tristano muere -novela cuyo personaje remite a la ópera Dialogo di Tristano e un amico, de Giacomo Leopardi- Antonio Tabucchi (1943-2012) publicó El tiempo envejece deprisa, un volumen de nueve cuentos que, según afirmó entonces, intentaba ser un homenaje al ya mítico Nine Stories (Nueve relatos) de J.D. Salinger. Esperada reedición de un gran narrador.
Las historias transcurren en Hungría, Polonia, Rumania, Berlin y Nueva York, donde sobrevuela la saudade, ese término portugués, que carece de traducción al español, aunque la aproximación más cercana sería una mezcla de tristeza y añoranza por el pasado o por la incertidumbre del futuro. Los personajes, disímiles entre sí, aunque la figura del militar aparece en varios de ellos, tienen un nexo en común. Son seres abatidos, vencidos por el tiempo, que necesitan, de una u otra, justificar su destino.
Así, en “El circulo”, la estructura se basa en un largo monólogo interior, donde una mujer de treinta y ocho años -seca “como el desierto”-, tras varios años casada, en medio de una reunión familiar, se plantea por qué nunca tuvo hijos. El reloj biológico que corre deprisa, al igual que el título del volumen, la llevará a revivir los recuerdos de su familia. Recuerdos que conoce a través de la voz de familiares ya desaparecidos.
Esta segunda voz (la de los familiares desaparecidos) oficia de contrapunto al interlocutor, situación que se repetirá en “Nubes” y “Entre generales”. El primero relata el encuentro en una playa de una adolescente peruana de doce años y un ex militar de cuarenta y cinco años, participante de una de las últimas guerras en Europa, que ha padecido radiaciones de uranio en Kosovo. El hombre tiene el don de adivinar el futuro mirando las nubes (lo que se conoce como nefelomancia), “arte” que intentará practicar la joven, mientras le hace preguntas existenciales al hombre.
En “Nubes”, uno de los protagonistas también es un militar Se trata de un general húngaro que le cuenta a un hombre en Nueva York su reencuentro con un colega ruso. En realidad, se trata de un pacto implícito entre el narrador y el receptor. Terminada su lectura, al lector le quedará la idea de que la historia de marras es un invento del húngaro.
“Los muertos a la mesa” -uno de los relatos más sólidos del volumen- transcurre en Berlín, donde un anciano, en el ocaso de su vida, recorre algunos lugares de la ciudad y observa a la gente mientras recuerda a la República Democrática Alemana antes de la caída del muro. Y si bien goza de un buen pasar económico, su vida carece de sentido, ante la ausencia del “enemigo”. Finalmente, decide visitar la tumba de Bertolt Brecht, a quien espió durante años, para confiarle un secreto.
El mejor relato es, paradójicamente, el segundo en orden de aparición. Se trata de “Clof, clop, clofete, clopete” (extraños neologismos para dar una idea del sonido del goteo), donde un hombre convaleciente durante una noche en un hospital reconstruye, en su memoria, distintos fragmentos de su historia mientras las gotas del suero y la morfina van cayendo en la habitación de una enferma.
El tiempo envejece deprisa, publicado por Anagrama, demuestra que el talento y el oficio del autor de Sostiene Pereira.