Esponjas y vinagre
Por Nelson Díaz
Las crónicas de Gabo
Las crónicas de viaje, a veces encaradas como un diario o bitácora de viaje, son un género periodístico en el que el texto –sobre todo si el autor, además de periodista, es un talentoso escritor– porfía el paso del tiempo. Decir que Gabriel García Márquez (1927-2014) fue un gran periodista y escritor es una obviedad, por lo que la edición de De viaje por Europa del Este (Editorial Sudamericana) representa un acierto. El volumen recoge once crónicas escritas a mediados de la década de 1950, cuando el joven colombiano visitó la vieja Europa, mientras París oficiaba de centro de operaciones de muchos intelectuales y artistas del mundo.
El Nobel de Literatura 1982 recorrió el bloque socialista conformado entonces por Alemania del Este, Polonia, Hungría, Checoslovaquia y la Unión Soviética, y recaló en algunas de las principales ciudades –Varsovia, Praga, Budapest, Moscú y Berlín–, lo que supuso una experiencia necesaria para el periodista e infiero que para el novelista que vendría con el tiempo. Es que cada una de las crónicas, incluso las de ciudades o países donde imperaba el régimen socialista, lejos de estar demodée, mantiene una saludable atemporalidad. No hay secreto en esto. Gabo retrata los ciudadanos, sus costumbres y la arquitectura con la precisión fina de un bisturí, el oficio de periodista y el talento de los grandes escritores.
En ‘Berlín es un disparate’, escrito en primera persona, narra la convivencia contradictoria entre capitalismo y comunismo en esa ciudad: “El único rastro de Europa en Berlín Occidental es la chamuscada catedral con una torre despuntada por las bombas. Los nor tea- mericanos, como los niños, tienen horror de los murciélagos. En lugar de apuntalar los pocos paredones que quedaron en pie después de la guerra y hacer con ellos una ciudad de remiendos, aplicaron un criterio más higiénico y mucho más comercial: borrón y cuenta nueva. El primer contacto con esa gigantesca operación del capitalismo dentro de los dominios del socialismo me produjo una sensación de vacío. Hay calles que parecen trasplantadas en bloque desde Nueva York. En algunas partes la voracidad comercial va más aprisa que la técnica y se han instalado los grandes negocios un año antes de que se retiren los andamios”.
O cuando se detiene en una Varsovia devastada por la guerra que intenta ponerse de pie. “La reconstrucción de Varsovia es un esfuerzo nacional con muy pocos antecedentes. El gueto es ahora una plaza desierta y pelada, lisa como una mesa de carnicería. Así estaba el centro de la ciudad la mañana de su liberación. No sólo no había ciudad; no había ni siquiera polacos”.
A través de estos textos, que valen per se como relatos, el lector podrá descubrir el embrión de lo que sería años más tarde –y sobre todo a par tir de la publicación de Cien años de soledad en 1967– el mayor exponente del realismo mágico y uno de los mayores escritores en lengua española.
La alegría de leer
Semana agitada. Complicada. Alguien cuenta las horas que lo separan del sábado. Ese día, como tantos otros sábados, tendrá a su disposición dos o tres relatos, seleccionados especialmente por Jorge Luis Borges y Ulyses Petit de Murat. En la intimidad de su casa, la lectura se transforma en un oasis. Una escena similar a la descrita se multiplicó durante años, a partir de 1933, en miles de hogares argentinos cuando el diario Crítica venía acompañado de la Revista Multicolor de los Sábados, un suplemento cultural de ocho páginas, ilustrado a todo color.
Crítica fue fundado en 1913 por el uruguayo Natalio Botana, que en pocos años lo posicionó como uno de los diarios más vendidos junto con La Nación. Botana, que sabía de prensa, pensó en un periódico que reuniera notas de corte popular con un amplio despliegue cultural. Así surgió, junto con el diario, Crítica Magazine, dirigida nada menos que por Raúl González Tuñón. Esa primera experiencia duró 29 semanas, hasta que el poeta renunció. Botana decidió entonces convocar a Borges y a Petit de Muray. El 12 de agosto de 1933, los ejemplares de Crítica vinieron acom- pañados por primera vez por el suplemento. Poco tiempo pasaría para que se convirtiera en un clásico de los sábados.
Es que ambos jóvenes, Borges tenía 33 años y Petit de Murat 26, encerrados en la redacción del suplemento, en realidad un cuarto en la azotea del diario, pasaban horas y horas seleccionando el material a publicar y en muchos casos oficiaron de traductores de algunos relatos. En las páginas de la Revista Multicolor de los Sábados se publicaron cuentos de Gilbert K. Chesterton, O. Henry, Norah Lange, Rudyard Kipling. Charles Dickens, H. G. Wells, Marcel Schwob, Jack London, Anton Chéjov. Philippe Soupault, Ernest Hemingway, Mary Sinclair y Juan Carlos Onetti (con el relato ‘La total liberación’). El propio Borges publicó algunos de sus relatos.
Cuentos para leer los sábados es una selección de los relatos publicados, en un compendio realizado por el narrador y ensayista Álvaro Abós –que además es el autor del prólogo–, doblemente bienvenido. Primero porque rescata una época dorada de la prensa, cuando los suplementos culturales eran los protagonistas, con un equipo de redactores y colaboradores que hoy sería impensable. En segundo lugar porque, a contrapelo del mercado editorial en el que los libros de cuentos han sido relegados, funciona como una selección notable de relatos que 82 años después puede leerse y disfrutarse todos los días de la semana, incluso, claro, los sábados.
Un dilema moral
El británico Ian McEwan (Aldershot, 1948) regresa a la ficción –luego de Operación Dulce, que estaba ambientada en plena Guerra Fría– con La ley del menor, una historia en la que el otrora enfant terrible de las letras inglesas plantea un dilema moral que deberá resolver la protagonista. Fiona Maye, magistrada del Tribunal Superior de Justicia, es una profesional respetada e intachable, especializada en derecho de familia. Ha dedicado su vida a impar tir justicia y se muestra segura ante cada fallo. En la intimidad de su hogar las cosas son diametralmente opuestas. Su matrimonio con Jack naufraga en un limbo, apenas intercambian las palabras necesarias para mantener la convivencia y la imagen en eventos sociales. De hecho, Jack, al borde de los sesenta años, le pide permiso (así de educados son los británicos) para mantener una primera y única relación extramatrimonial con una veinteañera llamada Melanie. Por supuesto que Fiona le niega el visto bueno y Jack abandona la casa. Así están las cosas cuando a Fiona le encargan el caso de Adam Henry, un muchacho sensible e inteligente, que tiene leucemia y que, como sus padres, es testigo de Jehová.
Los médicos llegan a la conclusión de que la única forma de salvar su vida es con transfusiones, pero el muchacho se niega. El tema es que aún no ha cumplido dieciocho años y la decisión deberá dirimirse en el tribunal que preside Fiona. A partir de ese momento, la jueza comienza a visitarlo en el hospital, hablan de poesía y cantan, mientras Adam toca el violín. Se establece una relación cordial, humana, pero Fiona deberá fallar según lo establece la Ley del Menor. El interrogante, para la protagonista, para los lectores puestos frente a una situación similar, se transforma en un dilema moral. ¿Hacer cumplir la ley, y con ello probablemente salvar una vida, o respetar la decisión personal basada en creencias religiosas?
Escrita en tercera persona, el autor de Sábado, Expiación y la magnífica y polémica Amor perdurable –que narra la historia de una persona que sufre el síndrome de Clerambault– logra una novela depurada y profunda, que indaga en los dilemas éticos y las responsabilidades morales. La ley del menor habla del lugar en el que la justicia del hombre y la fe se repelen y de las decisiones que adoptamos y sus con- secuencias en nosotros y los demás.
Valer la pena
El poeta argentino Juan Gelman (1930-2014) llevó una vida marcada por la poesía y el dolor, y se transformó en un referente de la poesía latinoamericana del siglo XX. A casi dos años de su muerte –falleció el 14 de enero de 2014–, acaba de publicarse Gelman. Un poeta y su vida, del argentino Hernán Fontanet.
Se trata de una exhaustiva biografía en la que poesía y vida se entrecruzan, borran fronteras imaginarias y se mezclan. Gelman fue hijo de inmigrantes ucranianos de origen judío, asentados en el barrio bonaerense de Villa Crespo, donde creció leyendo a Pushkin y componiendo pequeños versos para Ana, un amor de la niñez que lo condujo involuntariamente a la poesía. Escribir poemas fue para Pique Taquito –como lo apodaban sus amigos– un todo: un consuelo, una pasión, una forma de vida y de sobrellevar el destierro y la desaparición de sus hijos Nora Eva y Marcelo Uriel, así como de su nuera María Claudia García, durante la dictadura militar argentina. Su búsqueda sin claudicaciones le permitió encontrar a su nieta Macarena en Uruguay. La joven nació en cautiverio poco después de que su madre fuera secuestrada en Buenos Aires y trasladada ilegalmente a Uruguay, entre agosto y diciembre de 1976, y en 2002 recuperó su identidad después de la investigación realizada por organizaciones de derechos humanos de ambas márgenes del Plata. El poeta vivió en el exilio en varios países hasta que en 1976 se radicó en México, un “extraordinario lugar”, según afirmó en varias opor tunidades, donde se nacionalizó. Allí, más allá de que ya era un periodista y poeta reconocido, se convir tió en una de las plumas fundamentales de la literatura iberoamericana, en la voz del destierro, cuya obra y acciones se enlazaron con la voz de la justicia. Su obra le valió, entre otros premios, el Juan Rulfo 2000, el Premio Ibe- roamericano de Poesía Ramón López-Velarde en 2004, el Reina Sofía de Poesía 2005 y el Cervantes en 2007.
De viaje por Europa del Este, de Gabriel García Márquez. Editorial Sudamericana, 2015, 147 págs. Distribuye Sudamericana.
Cuentos para leer los sábados. Elegidos por J. L. Borges y U. Petit de Murat para Crítica. Prólogo de Álvaro Abós. Alfaguara, 2015, 331 págs. Distribuye Alfaguara.
La ley del menor, de Ian McEwan. Editorial Anagrama, 2015, 211 págs. Distribuye Gussi.
Gelman. Un poeta y su vida, de Hernán Fontanet. Ediciones Aguilar, 2015, 247 págs. Distribuye Alfaguara.