El último Fogwill
Unos días después de que Fogwill visitara Montevideo en 2010, en el marco del Festival Ñ realizado en el Centro Cultural de España, falleció en Buenos Aires. Era el 21 de agosto, tenía 69 años, y Fowgill a secas –sin el Rodolfo Enrique que lo antecedía– ya se había transformado en un mito en vida. Sociólogo, docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, exitoso director de empresas de publicidad y marketing, se dio a conocer con Los pichiciegos, novela publicada en 1983 y ambientada en la guerra de las islas Malvinas.
Desde entonces, la figura de Fogwill fue creciendo. A relatos como el notable “Muchacha punk” y novelas como Vivir afuera y La experiencia sensible se les sumó una lengua filosa, un humor corrosivo y una lucidez crítica (contra los militares, la democracia, el peronismo y otros íconos argentinos) que lo elevaron a la categoría de enfant terrible de las letras argentinas. Tras su muerte, su hija, la actriz y cineasta Vera Fogwill, se encargó de ordenar y clasificar el disco duro de la notebook del escritor. Así, en 2013 fue editado La gran ventana de los sueños, que recoge los apuntes que Fogwill tomó, obsesivamente, durante años, de su actividad onírica (lo hacía apenas se despertaba, ante el riesgo del olvido), porque estaba convencido de que era materia prima valiosa para su literatura.
Ahora la edición de La introducción viene acompañada de dos noticias antagónicas. La buena es, obviamente, el placer de leer otra vez un libro nuevo del argentino. La mala es que no habrá más Fogwill. Su hija ha dejado claro que no queda material inédito. Ante esto, que de alguna manera nos predispone como lectores, sabedores de que la nouvelle –de menos de 130 páginas– es la despedida. Acaso entonces, con esa predisposición, La introducción se presenta como una novela crepuscular. Al comienzo, un hombre viaja en ómnibus y en taxi (para bajar el costo del traslado) hasta el barrio Nuevo Flores dos veces por semana a un complejo deportivo, Las Termas de Flores, a ejercitarse, sobre todo nadando, y a descansar.
Ese ojo clínico que Fogwill supo desarrollar en varios de sus libros aparece desde el comienzo, con el viaje en ómnibus, cuando el personaje se entretiene en mirar las nucas de los pasajeros, intentado inmiscuirse, bucear en sus pensamientos. No obstante, por momentos, cuesta concentrarse en las disquisiciones del personaje, especialmente en las primeras 30 páginas. A partir de la llegada al complejo deportivo, ese ojo clínico cambia el ángulo de lo que percibe, y aparece una detallada descripción de los ejercicios físicos de rutina de los cuerpos de una clase social media alta y alta que poco sabe (o no le importa) lo que ocurre en la llanura.
El cuerpo, el cuidado del cuerpo, pasa a ser un tema excluyente. Perpetuar la apariencia joven es casi una metáfora de perpetuarse en el poder, o algo cercano a él. “Ese cuerpo: algo que no existiría si no fuese por la permanente vigilancia e insistencia del instructor. Durante los primeros ejercicios de patadas imaginó un piquete de instructores en huelga: mujeres y hombres llegan a Las Termas para su sesión de gimnasia y los encuentran con sus pancartas y obleítas reclamando aumentos o mejoras en sus horarios y condiciones de trabajo. Se saludan. Las mujeres los besan. Alguno intercala una broma o un chiste que pocos alcanzan a comprender. Después se cambian y, fieles a la rutina, bajan al salón de gimnasia. Están allí, sin instructores ni asistente. Una mujer trata de hacer ejercicios de estiramiento, dos hombres empiezan a caminar sacudiendo los brazos y haciendo rotaciones de hombros para liberarse de las tensiones musculares de una jornada de oficina. Los demás hablan. Cambian ideas: todos quieren saber qué pasará, si habrá sesión, si alguien reemplazará a los ausentes.
El personaje, a lo largo de la novela, repite que va a Las Termas “para eludir cualquier pensamiento”. Para suerte de los lectores, no deja de pensar y diseccionar ciertos comportamientos sociales.
La introducción, de Fogwill. Alfagura, 2013. 125 págs. Distribuye Penguim Random House.
Un misterio llamado Ferrante
Su primer libro publicado fue L’amore molesto en 1992 y traducido cuatro años después al español, pero con Los días del abandono (I giorni dell’abbandono, 2002) Ferrante se hizo más visible a partir de la película homónima dirigida por Roberto Faenza. Sin embargo, se convirtió en un bestseller en toda Europa con la saga Dos amigas, integrada por las novelas La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida.
Los dos primeros títulos de la saga –La amiga estupenda y Un mal nombre– circulan en Montevideo y ofician como
En la segunda entrega, Un mal nombre, la acción es retomada donde finaliza la primera. En el casamiento de Lila, de dieciséis años, con Stefano. Así, el volumen se centra en este matrimonio, que desde el principio –incluso antes, desde el final del primer libro– ya se adivina condenado al fracaso. Lila, como es evidente debido a su personalidad indomable, se niega a convertirse en una esposa obediente, y con la decepción provocada por la inesperada transformación de Stefano, madura, pasa de una niña a una joven atrapada, rodeada, pero a la vez incontrolable. Por otro lado, Lenú tiene un papel más pasivo. Con la llegada de la adolescencia crecen los desencuentros entre las dos amigas y siguen caminos diferentes. Lila se casa, se queda en el barrio y empieza a llevar la vida propia de una señora adinerada, mientras que Lenú no tarda en volver a quedarse soltera, va “tirando” con trabajos temporales y mal pagados, pero sobre todo estudia con el anhelo de huir del barrio, de su vecindario, de la ordinariez, de su propio origen y de su amiga Lila.
Habrá que esperar cómo continúa la saga de Lila y Lenú y hasta qué punto el fenómeno Elena Ferrante es realmente fruto del talento de una escritora o escritor, y no una jugada de marketing bien pensada.
La amiga estupenda, de Elena Ferrante. Editorial Lumen, 2016. 386 págs. Traducción de Celia Filipetto. Distribuye Sudamericana.
Un mal hombre, de Elena Ferrante. Editorial Lumen, 2016. 554 págs. Traducción de Celia Filipetto. Distribuye Sudamericana.
El ángel oscuro
Joy División gozó del estatus de banda dark “de culto”, sobre todo a partir de la muerte de Curtis, aunque en las pocas presentaciones en vivo la figura de su vocalista, con sus letras oscuras y nihilistas, magnetizaba a los presentes. Con movimientos temblorosos, bruscos, parecía estar en trance o al borde de un ataque de epilepsia.
Ahora la editorial Malpaso publica Ian Curtis. En cuerpo y alma, un delicado volumen que recoge todas sus letras en edición bilingüe y con facsímiles de sus manuscritos. El hecho es de por sí significativo. En las “víctimas” del rock (como el llamado Club de los 27) lo que importa más es lo de afuera. En el caso del cantante de Joy División la atención se centra en su interior, en ese universo lírico que supo crear, acompañado por la atmósfera musical proporcionada por el resto de la banda.
Así, se ha rescatado el archivo personal que dejó tras su muerte. El volumen no es una antología de los textos de Curtis, sino un rescate de las libretas donde apuntaba las letras que se reproducen como facsímil. A medida que se leen los textos y se escuchan las canciones, cobran presencia el dramatismo opaco y el encriptado contenido político de sus letras. Sólo con eso bastaría para atesorar en la biblioteca este volumen, que tiene una espléndida presentación, pero hay que agregar que se completa con un montón de material que se encontraba, al momento de su muerte, en esa habitación azul donde escribía. Esos papeles son presentados en un prólogo por la que fuera su esposa y autora de su biografía oficial, Deborah Curtis. El prólogo tiene per se valor testimonial y literario. Es un retrato en el que se palpa el temblor en cada palabra: cómo conoció al adolescente Ian Curtis en un balcón, cómo buscaron poco a poco una intimidad, su pulcritud al trabajar, cómo vinieron los malos momentos. El segundo prólogo, de Jon Savage, asiste al proceso de gestación de ‘Love will tell us apart’, sus capas de melodía y su letra, su fértil contacto con la literatura, su forma de trabajar en los ensayos. Apenas unos cuantos párrafos entre todo, pero más jugosos que una biografía de quinientas páginas.
El resto también es parte del tesoro. Octavillas, recortes de prensa, su primera entrevista, el capítulo dedicado a su biblioteca, donde se reproducen las portadas de sus libros. Desfilan sus autores favoritos –Arthur Rimbaud, Antonin Artaud, Michael Green, Andy Warhol, Aldous Huxley, Fiódor Dostoyevky, Jean-Paul Sartre, Friedrich Nietzsche–, lo que resulta esclarecedor para entender su mundo estético y sus textos. En este sentido, su esposa señala que la lectura que ejercitaba con voracidad era también para él un período de trabajo, y que no aceptaba que se le molestara.
También hay cartas de fanáticos, algunas tan desvalidas que resultan estremecedoras y llevan a pensar cómo, casi cuatro décadas después, las sensaciones que despierta el músico de Manchester entre sus seguidores siguen siendo básicamente las mismas. Quizá las mismas que despiertan la figura y el recuerdo de Kurt Cobain, porque su obra nace en las aguas que le bullían por dentro, en lo que no se dice. Y el misterio siempre embelesa.
Ian Curtis. En cuerpo y alma. Edición a cargo de Deborah Curtis y Jon Savage. Traducción de Daniel Gascón. Editorial Malpaso. 237 págs. Distribuye Océano.