Por Nelson Díaz.
A este ritmo, Julio Cortázar (1914-1984) va a tener más libros póstumos que en vida. Como conejos de la galera, su primera esposa y albacea Aurora Bernárdez (con la que se casó en 1953) sigue sacando papeles del baúl del cronopio.
Entre los póstumos se encuentran Diario de Andrés Fava, Adiós Robinson y otras piezas breves, Imagen de John Keats, Correspondencia Cortázar-Dunlop-Monrós y Papeles inesperados (Alfaguara, 2009) y ahora es el turno de reeditar Cartas a los Jonquières, publicado por Alfaguara.
Este volumen, compilado por Bernárdez y Carles Álvarez Garriga, reúne ciento veintiséis cartas, trece tarjetas postales y un recorte publicitario que el escritor le envió al matrimonio Jonquières y a su hija Maricló, a la cual le dedica el poema “Maricló y la luna”.
Las cartas fueron conservadas en el archivo familiar y encontradas por Rocchi tras la muerte del pintor, fallecido en París en el 2000. Con un dejo intimista, escritas casi semanalmente, a veces a mano, a veces a máquina, las epístolas pueden leerse en su conjunto como un recorrido fragmentario y diario íntimo a la vez de los primeros años de Cortázar en la ciudad de las luces.
París distaba de ser una fiesta, a juzgar por algunas de las epístolas donde Cortázar revela sus penurias económicas y la ambigua nostalgia que sentía por Buenos Aires.
Así lo confiesa en una carta dirigida a Eduardo, fechada el 8 de noviembre de 1951, recién arribado a Francia: “Sabes, me cuesta todavía recobrar el equilibrio. No me fui bien de Buenos Aires; después de haber creído que saldría de allí con pena pero sereno, ocurrió que me fui muy poco tranquilo, rodeado de sombras, incapaz de quitarme de los ojos (al menos como espectáculo) la imagen de todos ustedes en el barco y el muelle” (…) “Si París me tragó ya los cinco sentidos, no pudo aún sacarme del pozo personal en que vivo… La sola contemplación de un sobre, o el olor del papel, me devuelven a latigazos a Buenos Aires. No estoy triste de estar en París. Está bien, y ahora sé que es necesario que esté aquí”.
Las más de cien cartas no están exentas de sus escarceos estéticos, los problemas a la hora de traducir a Poe “aunque ha sido una gran experiencia y me ha divertido mucho”), el origen de Historias de cronopios y de famas y de la piedra fundamental, y rupturista, que supuso Rayuela. El 30 de mayo de 1952, el autor de Bestiario le escribía a María: “Me han nacido unos nuevos bichos que se llaman cronopios. Mis enemigos insistirán en que la historia precedente moja su pan en Zenón de Elea o en Franz Kafka. Que reconozcan al menos que me busco víctimas reales”.
Las misivas revelan un Cortázar íntimo y personal y a un escritor y lector contumaz, obsesionado las ideas estéticas y literarias que lo acompañaron en vida, ajeno a toda poser tan frecuente entre los creadores.