Reseña de El monje negro.
Por Eldys Baratute.
Mi primer acercamiento a Antón Chejov fue del todo inconsciente, y ocurrió durante la infancia temprana, a través de un dibujo animado, visto varias veces, que me provocaba sentimientos contradictorios y, sin percatarme, dejaba caer en mi mente ideas, si bien difusas, sobre la fidelidad y el amor.
Lejos estaba de saber que aquellos “muñequitos” se debían a un experimentado realizador soviético: Mikjail Tsekhanovsky, multipremiado por sus películas de animación —los niños no piensan en eso—, y mucho menos que estaba inspirado en un magnífico relato, “Kashtanka”, de uno de los padres del cuento moderno, Antón Pávlovich Chéjov. Todo eso lo supe mucho después, cuando en el instituto me estimularon a leer al autor ruso y en una de aquellas lecturas tropecé con el cuento de marras.
El cineasta se fue apagando en el tiempo, pero el escritor regresaba tenaz, una y otra vez, en selecciones y compilaciones entre las que resaltan en el recuerdo, quizás por su volumen, quizás porque me llegó en la adolescencia, una que bajo el título La dama del perrito, reunía cerca de cuarenta narraciones del autor de “La muerte del funcionario”, “La cerilla sueca”, “Sala número seis” y tantísimos otros cuentos que traían a mí, en contextos y costumbres exóticos, tipos humanos fácilmente reconocibles —si se observa bien al hombre y se consigue eludir lo externo de sus descripciones a veces cinematográficas— en nuestra cotidianidad.
Ahora vuelve a mis manos Chéjov, es decir, sus cuentos, o mejor, ocho de los innumerables que publicó, esta vez gracias al volumen El monje negro y otros cuentos, de Ediciones de la Banda Oriental, escritos hacia finales de siglo, cuando el autor rondaba los cuarenta años y había alcanzado ya madurez no solo estilística, sino vital, existencial, precedidos de un enjundioso prólogo de Milton Fornaro.
No parece haber, en la mayoría de estos relatos, un interés en “cerrar” la historia, en ofrecer un desenlace explícito o contundente a lo narrado. Asistimos a las vidas “sin sentido” de personajes que actúan bien o mal pero no son los tradicionales buenos y malos, sus acciones responden a veces a ignorancia, otras a dejadez, o al estancamiento mental ocasionado por una vida monótona y sin expectativas. Todo ello trasmite, sin que medien frases panfletarias o posiciones militantes, una crítica abierta a la sociedad en que vive este hombre que, más allá de su literatura, intentó cambiar cosas, “deshacer entuertos”, solo que desde lo individual, desde su labor como médico rural, sus actividades en favor de la instrucción de los mujiks y los obreros.
“El monje negro”, abre la selección, una historia en la que la locura sirve de pretexto para reflexiones sobre temas como la trascendencia, el talento, la (in)utilidad de la obra intelectual, hasta hacer difusa la frontera con la lucidez. Destacan otros como “En la patria chica”, donde la mirada hacia el contexto se agudiza, denuncia; hay en esta breve muestra un amplio abanico de caracteres, sentimientos, aspiraciones e inquietudes que han acompañado siempre al hombre, matizados con ironía y hasta humor negro, en donde pareciera a veces que prime la desesperanza, negada por pasajes, flashazos como los de “Incidente ocurrido a un médico”, en donde Koroliov explicita su apuesta por el futuro cuando asegura a Liza que sus hijos y nietos “verán cosas mejor de lo que lo hacemos nosotros. La vida será buena dentro de cincuenta años”.
Ampliamente traducido, es innegable la influencia de Chéjov en autores posteriores que han logrado trascender con su obra, y reconforta, “tropezárselo” otra vez entre el maremágnum de nuevos escritores, dejarse “enganchar”, redescubrir su universo para, a la postre, confirmar que nos habla de nosotros mismos, que siempre hallaremos en sus historias razones para repensar nuestras vidas. Eso tienen los clásicos. A finales del xix el médico Koroliov piensa que sería interesante ver qué ocurre dentro de cincuenta años. ¿Qué pensaría de cuanto sucede en este mundo drásticamente empequeñecido ahora que han pasado más de cien?