Columna de Fotografía
El punto ciego
por Agustín Paullier
Pantaleón, sus anotaciones y otras vidas
Pantaleón Pantoja fue un capitán del ejército peruano al que, debido a su intachable ética y expediente, le fue encomendada una misión secreta en la remota ciudad de Iquitos, en la selva del Amazonas: debía entretener al destacamento que se encontraba allí. Para eso creó el Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, un eficiente servicio de prostitución. Las visitadoras, como escribe Mario Vargas Llosa en su libro, se encariñaron con el capitán, al que llamaban Panta.
La historia de varios hombres que han cargado con este nombre llega hasta nuestros días; relatos en tiempos y lugares lejanos que con el paso del tiempo se tiñen de misterio y fantasía. En Panta Astiazarán parecen confluir extractos de esas historias que lo precedieron, que dieron origen a un hombre que podría haber vivido todas esas vidas y que en el transcurso tomó fotografías y garabateó palabras para dejar su huella en este mundo.
Pantaleón Astiazarán fue el abuelo de Panta, del que no sólo heredó su nombre, sino también su profesión de médico. Se recibió, aunque ya sabía que no era lo suyo, y ejerció durante unos años. El oficio que ha pervivido durante más tiempo (55 años) desde que ese nieto era adolescente fue el de la fotografía. Pantaleón también fue un médico que nació en el siglo IV, trató al emperador Galeón Maximiano y murió como un mártir cristiano.
Panta es de esos fotógrafos que respiran imágenes; no sale de su casa sin la cámara y a cada metro ve algo y lo registra. Prueba de ello es su blog, al que sube todos los días una imagen de su archivo, cada una acompañada por un texto, una anécdota o una reflexión. Al salir de su última exposición, Retratos informales, en el Museo del Gaucho, le tomó una fotografía a una bicicleta que descansaba sola en la noche montevideana, atada a un poste, y escribió: “Al salir la otra noche del lugar adonde se lleva a cabo mi exposición de retratos, vi este pingo amarrado a un palenque aguardando por su dueño. No era de extrañar, tratándose del Museo del Gaucho”.
En una de las fotografías se puede ver al general Liber Seregni sentado en el pasto, relajado, con la cabeza gacha y la mirada clavada sobre una hoja de papel en la que está retratada su propia cara sonriente junto a unas letras que lo postulan como presidente. Panta Astiazarán fue guardaespaldas de Seregni por aproximadamente un año, lo acompañó durante la campaña electoral de 1971. Fueron sus cualidades como karateka (en su adolescencia salió campeón rioplatense de karate) y la decisión de Seregni de rodearse de una seguridad sin filiación política, lo que lo llevó a formar parte de su círculo íntimo. Después trabajó durante quince años como buzo en plataformas y embarcado, en el Mar del Norte, en las costas de Gabón y de Brasil. Años después, escribió el libro Cuidando al General.
La serie de retratos seleccionados parece un muestrario de actores relevantes de la cultura uruguaya –y también de algunos que han pasado por el país–: pintores, escritores, políticos, músicos, críticos. Es inevitable no rememorar los retratos que Henri Cartier-Bresson realizó de personajes similares de la cultura occidental. Cada imagen está acompañada por su pie de foto, escrito a mano, lo que le aporta mayor intimidad y lo acerca más a un preciado recuerdo de la memoria que a una ficha de un archivo.
El escritorio de Idea Vilariño es grande y robusto. Sobre él se ven un par de ceniceros, una cajita, un aprietapapeles, dos portalápices desbordados, alguna libreta de notas, unos libros apilados con cuidado y una lámpara que apenas ilumina la habitación de cortinas cerradas. Hay mucho espacio, mucho vacío entre esos objetos y los brazos de ella, que se estiran hasta unos puños cerrados que evitan apoyarse sobre la madera. Su mirada está extraviada en alguna parte al costado del fotógrafo, sus labios apretados tensan su piel alrededor; detrás, la biblioteca.
El pintor Zoma Baitler parece buscar un matiz en la paleta de prueba junto a unos tarros que supieron guardar dulce de leche y ahora se encuentran atiborrados de pinceles. En el fondo se percibe un retrato de Pedro Figari y otro del Che Guevara. El rostro sonriente de José Cúneo se encuentra mitad iluminado y mitad en sombra, como sus lunas. Con muchos de los retratados lo une una amistad o al menos cierta afinidad; con otros, son conversaciones, encuentros en los que se comparte y hay cierta entrega de ambos lados. Pantaleón también fue un pintor en el siglo XII y un artesano mexicano en el XIX.
Panta cumple con esa condición de ser un fotógrafo de culto para las generaciones mayores, mientras que para las menores es un nombre que si tienen suerte han escuchado y cuya obra es en gran parte desconocida. Por eso, en tiempos en que el exceso de producción, el exotismo y la falta de empatía dominan la fotografía contemporánea, esta muestra resulta tan revitalizadora como una bocanada de aire frío proveniente de las corrientes del sur. Pantaleón en griego significa “el que se compadece de todos”.