Columna El punto ciego
por Agustín Paullier
La belleza del otro, de João Ripper
“Yo es otro”: fotografía humanista
Una vela a punto de extinguirse ilumina el rostro de un hombre que la contempla con los ojos apenas abiertos y una media sonrisa que oscila entre la admiración y una resignada melancolía. No recuerda su nombre completo ni el de sus padres, el de la estancia donde trabaja o el de su patrón, del que es casi un esclavo. Sus únicas pertenencias son un par de viejas bermudas. Eso puede verse en una foto que João Ripper tomó en el estado de Pará, Brasil. Parece de otra época, pero, sorprendentemente, es de 2002.
Ripper se ha dedicado durante más de treinta años a fotografiar a los más desprotegidos de Brasil, con la intención de alejarse de los estereotipos creados por los medios de comunicación, que se enfocan en la carencia, la violencia y el dolor, dejando de lado a la persona que se encuentra tras esas caracterizaciones. En cambio, opta por retratar la vida cotidiana, la belleza y la alegría de cada persona, independientemente de la condición social que la cataloga como trabajador rural, indígena, habitante de favela.
En la fotografía es frecuente caer en la tentación de lo exótico, de lo lejano, desdeñando aquello que es considerado propio. Se desea descubrir al otro para terminar de encontrarse a uno mismo. Este tipo de fotografía suele estar representada por la documental, que en tiempos recientes ha adquirido diversos nombres más específicos: fotografía humanitaria, activista, comprometida. Puede haber matices entre ellas; lo cierto es que comparten la pretensión de humanizar al otro, acercar lo que percibimos lejano, ir más allá de los estereotipos, aunque a veces se caiga en ellos. Este tipo de fotografía pretende cambiar el mundo, aunque es consciente de que no está a su alcance; sin embargo, en su esencia se encuentra la posibilidad de modificar a quienes la observen.
El término “fotografía humanista” surgió a partir del trabajo encargado por The Farm Security Administration luego de la depresión económica de 1929, cuando asignó a un grupo de fotógrafos para registrar los efectos de la crisis en las zonas rurales de Estados Unidos. El proyecto se convirtió en un hito de la fotografía documental y les valió el reconocimiento a Dorothea Lange, Walker Evans y Gordon Parks, que con la curaduría de Edward J. Steichen expusieron el resultado bajo el nombre Años amargos. Fue Steichen quien en 1955 consolidó el término “fotografía humanista” con la magna exposición The Family of Men, considerada “la mayor muestra de todos los tiempos” y declarada Memoria del Mundo por la Unesco. En el catálogo de la exposición escribió que la fotografía “fue concebida como el espejo de los elementos y emociones universales en la cotidianidad de la vida –como el espejo de la identidad esencial de la humanidad a lo largo del mundo–”.
“La dignidad aparece en el momento en que documentamos momentos de dolor y de alegría”. Es en momentos de felicidad, de adversidad, de cariño en situaciones dolorosas, en los que Ripper encuentra la belleza y la esperanza. Por ejemplo, la fotografía en la que se ve a una mujer besando en la mejilla a un hombre, ambos descalzos y sosteniendo grandes rastrillos con los que juntan madera para tirar a los hornos que se ven detrás de ellos. Es el cariño de una pareja común de trabajadores carboneros. Capta la belleza y el sentimiento común a cualquier humano, en el amor de una madre rodeada flanqueada por sus dos hijos que estallan en carcajadas, en una imagen en la que se ven paredes de barro sostenidas por hileras de palos de madera: se lee que pertenecen a una comunidad de exesclavos.
En uno de los textos que acompañan la muestra en la galería a cielo abierto del Centro de Fotografía en el Parque Rodó, Ripper lo explica así: “Todos somos soñadores, pero raramente se difunden los sueños realizados de las poblaciones más pobres. No se cuentan sus varias historias, sólo se muestran historias de ausencias o violencias”. En algunas de las imágenes Ripper hace interpretaciones de sueños de alguno de sus retratados a partir de historias populares, como la que niños indígenas de la comunidad Pau Preto, en Minas Gerais, cuentan sobre el compadre del agua.
Ripper fue más allá del acto fotográfico y se comprometió a transformar la realidad a partir de la imagen. Creó Imagens do Povo, un centro que forma fotógrafos provenientes de las favelas y los inserta en el mercado laboral, registrando aspectos sociales desde su propio punto de vista.