Los caminos de la memoria
Por Fernando Sánchez
“¡Desgraciada memoria que obligas a saber por qué rutas hemos llegado a ser lo que somos!”
W. Gombrowicz
Qué es la memoria sino el rastro que nos empeñamos en dejar con cada paso que damos en el camino que recorremos; el camino que, sinuoso o lineal, tejemos día tras día para llegar a algún lugar, o a ningún lugar. Qué es sino el relato que queda luego de la inercia, la inercia que se antepone siempre a la perfecta expresión del movimiento. La memoria no es el acto de recordar, pues, invirtiendo la idea del poeta, la memoria está llena de olvidos. No es tampoco el mero espacio físico en el cual almacenar las vivencias, ni la palpación del pasado, ilusión vana. La memoria es, para decirlo en cercanía a Francisco de Quevedo, lo que arde y busca perpetuarse, aun desde las cenizas.
Mauro Martella sostiene que si algún día perdiera la memoria podría rearmar su vida al ordenar cronológicamente sus fotos. Desde aquella que su padre tomó con una Kodak Signet de 35 mm el día en que nació, allá por 1975, hasta las que en 2012 y 2016 fue filtrando a diario para su proyecto Bisiesto. Esas fotos trazan, más que una vida, una búsqueda constante de lo simple y lo grandilocuente, de lo cotidiano y lo extraordinario, de lo efímero y lo perenne. Ahí, en esa búsqueda, radica la persistencia de la memoria.
En ese momento, en el que todavía quedaba un mundo por descubrir, Martella aprendió de su padre a sacar fotos con la misma cámara que lo retrató en sus primeras horas de vida. Fotos como las que cualquiera, con un dispositivo como ese, podría hacer. “Él fue el primero que me enseñó. Nunca trabajó como profesional, pero le encantaba la fotografía. De él, de ahí, creo, surgió mi amor por la fotografía, aunque al principio no me lo tomara como algo tan en serio”, cuenta. A esa edad, muy pocas cosas se toman en serio.
Lo que siguió parecía entonces el camino evidente para un joven que, amén de su introversión, pretendía trascender los marcos estrechos de una ciudad pequeña. Se vino a la capital a estudiar Diseño Industrial y ya no se fue. “Para alguien que venía de Flores significaba la carrera más loca. Diseñás objetos, cualquier cosa. Pero estando ahí me di cuenta de que no era lo mío. Además, ni en Flores ni en Montevideo había campo laboral para algo así”, explica. Abortada esa posibilidad, Martella cambió de rumbo y se volcó al diseño publicitario y a estudiar Comunicación. Sin embargo, tampoco esa sería una parada definitiva. El Montevideo finisecular le abría las puertas de un universo más cautivador: las artes escénicas.
—Me adentré en el teatro y en la danza como productor. Era la persona encargada de resolver los problemas, tenía que tener contactos por varios lados y, cada vez que se precisaba algo para la obra, debía saber a dónde recurrir. Ahora con la fotografía también me pasa eso: mi trabajo como productor siempre estuvo vinculado a las artes escénicas, y desde hace unos años también a la fotografía.
Una fotografía que nació en las redes
El auge de internet, ya se sabe, trajo nuevas formas de interacción social. Formas en las que no se precisaba el contacto físico para establecer vínculos y que abrían una infinidad de posibilidades. Las conexiones comenzaron a establecerse y las personalidades virtuales a crearse. Una de las plataformas germinales fue Fotolog. En esa red, hoy ya en desuso, cada usuario podía subir una foto por día y con ella escribir un texto, seguir a otros usuarios y comentar sus imágenes diarias. Mauro Martella devino en un abanderado de estos territorios. Su cuenta, con sus fotos, aún permanece abierta.
—Con la llegada del Fotolog me hice una cuenta, en 2004, que comenzó a ser un tímido registro de la movida cultural en la que me veía inmerso, y de a poco comencé a compartir fotografías con un perfil más cercano a lo artístico que a lo documental o social. Era una edad conflictiva, una suerte de adolescencia tardía, en la que producía solamente para buscar aprobación. La necesidad de subir fotografías a diario me llevó a salir más, a fotografiar nuevas cosas, y a aprender. Todo eso se fue retroalimentando y potenciando, y casi sin pensarlo, encontré esa voz que no tenía, comencé a expresarme mediante la fotografía, y fue ella la que me sacó de esa vida social acotada y me colocó en el otro extremo. Hoy no puedo concebir la fotografía sin el soporte de las redes. Mi fotografía nació y maduró allí.
En efecto, basta con echar un vistazo a sus perfiles en Facebook o Instagram para apreciar buena parte de su labor detrás del lente. Su actividad en ellas podría considerarse frenética, quizá extravagante, definitivamente constante, pero de lo que no hay dudas es de que Mauro Martella sabe usarlas y sacarles provecho.
—Las redes me han servido para mostrar mi trabajo. Con proyectos como Bisiesto, que se va haciendo sobre la marcha durante todo un año, puedo mostrar fotos de a poco y va teniendo sentido porque alimento algo que la gente ya conoce y sigue. Otros emprendimientos, como Narrativa nativa, no los publico en las redes porque son trabajos que no funcionan al mostrarlos sueltos. Las redes también me han sido útiles como herramientas de difusión y promoción. Cuando me propuse hacer 366 retratos en un día, hice la convocatoria exclusivamente por las redes sociales. Por otros medios no hubiera podido llegar a tanta gente. Yo he escrito: “Necesito un traje de astronauta” y me han respondido. Es real esto [se ríe].
Con Narrativa nativa, Martella, Agustín Acevedo Kanopa y Lucía Germano se propusieron conformar un sugestivo catálogo de narradores uruguayos. Seleccionado en los Fondos Concursables para la Cultura 2015, este proyecto pretende abarcar la obra de unos 40 escritores nacionales de estilos muy disímiles y hacer una recreación mediante imágenes. El resultado, prevén sus autores, será publicado en un libro y culminará en una exposición itinerante que recorrerá Montevideo y al menos dos puntos del interior del país.
—Agustín me propuso ser parte de este proyecto a partir de un encuentro muy singular: lo conocí retratándolo en un baño, donde leería unos textos en el marco del FILBA [Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires], del que formo parte como fotógrafo desde su primera edición montevideana. Desde nuestra primera charla dejamos claro que no queríamos los retratos tradicionales, y decidimos recrear con ellas el universo narrativo de cada autor y, en algunos casos, remitirnos a alguna escena concreta de su obra, con ellos como protagonistas. Las fotos son concebidas entre los tres, luego pasan por el aval de los autores, que a veces también sugieren nuevas alternativas. Eso me pone en una postura muy diferente de la que tenía con Bisiesto, donde el azar era la regla principal. Acá no tengo todo el poder sobre la foto. Todo es planificado, hay muchas horas de lectura de la obra del retratado (me estoy volviendo un gran conocedor de la narrativa uruguaya), mucho trabajo de producción y, a veces, también de compleja posproducción. Llegamos siempre a la toma de la foto con una idea muy definida. A su vez, esta búsqueda de recrear diferentes universos me obliga a intentar líneas narrativas y estéticas muy diferentes de aquellas a las que estoy acostumbrado. Desde hace días estamos tratando de ver cómo resolver una fotografía en la que el escritor debe estar inmerso en un entorno en el que todo está invertido. Es el desafío más interesante al que me he enfrentado como fotógrafo y, sin dudas, el proyecto más divertido al que podrían haberme invitado. Acá se mezclan dos de mis pasiones: la literatura y la fotografía. Y en el armado de las escenas hay también mucha cosa que he aprendido del cine.
El cine ha sido, desde el principio, una fuente de alimentación para este fotógrafo. De hecho, su primer trabajo fue en un videoclub de Flores. “Me pagaban para ver y recomendar películas. Ahora lo hago gratis”, cuenta en una serie de publicaciones que por estos días realiza en Facebook para dejar testimonio de “algunas manías, fobias o historias que pocos (o nadie) conocen” sobre su vida. Fue en el cine en donde encontró referencias más concretas para Narrativa nativa, específicamente de directores como Wes Anderson o David Lynch, el film noir, y películas como Nosferatu (F. W. Murnau, 1922). Martella se confiesa admirador de Tim Burton, Xavier Dolan, Terrence Malick, Orson Welles, Baz Luhrmann y Wong Kar-Wai. “Hacia esas diversas estéticas me interesa dirigir mi fotografía”, declara.
Luego de coordinar el catálogo para el Premio Nacional de Artes Visuales, a Mauro Martella le solicitaron que hiciera lo mismo para el primer Festival de Fotografía Fotograma, en 2007. Su labor como fotógrafo y productor ya había tenido cabida en diferentes eventos artísticos. Con esas facetas y también como periodista, trabajó durante cinco años en la revista gastronómica Placer. Varias de sus fotos comenzaron a aparecer en medios nacionales y extranjeros, y su impronta estuvo presente en libros tan diferentes como La cocina uruguaya. Orígenes y recetas y Uruguay: arquitectura de antaño, del arquitecto Alejandro Artucio Urioste.
En 2009 Martella pudo concretar su primera exposición personal, Anclados, como parte de la segunda edición de Fotograma. “Durante mucho tiempo saqué fotos en el límite entre el mar y la tierra, y para esta muestra jugué con eso: los desechos del mar en la tierra y los desechos de la tierra en el mar”, refiere. Sin embargo, el gran reto llegaría con Bisiesto, un proyecto que comenzó en 2012 y que todavía sigue en pie. Ese año Martella se propuso sacar fotos todos los días y seleccionar una a diario. Como era un año bisiesto, finalmente fueron 366 las imágenes seleccionadas.
—Cuando empecé con el proyecto, consistía en salir a la calle y ver con qué me encontraba, sin planear nada, dejándome guiar por el azar. Después, más avanzado el año, no sabía en lo que iba a terminar, si sería una exposición o algo más. Entonces me plantearon la idea de hacer un libro. Llegué al final del año con un volumen importante de fotos, unas 80.000. Cuando me invitaron a participar en una muestra colectiva en la embajada de México, presenté por primera vez parte de ese trabajo.
Bisiesto luego se mostraría en varios espacios de Montevideo y del interior, y la experiencia se repetiría en 2016. El libro, del que ya hay adelantada una versión, será editado por Criatura Editora. Martella persiste en el registro fotográfico diario con cualquier tipo de cámara a su alcance, ya sea la modesta Cannon Power Shot A1000, con la que hizo las primeras imágenes, o con la de un amigo cuando la suya se rompe. Concibe este ejercicio como una forma única de explotar la creatividad.
—Sacar fotos todos los días es un entrenamiento del ojo fotográfico, pero sobre todo de la imaginación y la creatividad, porque, luego de un tiempo, los temas comienzan a repetirse y uno comienza a exigirse y debe tomar otros caminos, probar otras cosas, salir de la zona que conoce. Una vez, por ejemplo, salí a la Ciudad Vieja a sacar fotos, no encontraba nada y me fui a la terminal de ómnibus de Río Branco y me tomé el primer bondi que salía. Terminé en Santiago Vázquez, donde logré las imágenes de ese día.
Desde hace algunos años Mauro Martella trabaja como productor en el Centro de Fotografía de Montevideo (CdF). Esa labor le ha permitido tener un contacto privilegiado con lo que se produce en Uruguay y lo que hasta acá llega desde otras partes del mundo, tanto en las diferentes muestras y talleres organizados por esa institución como en los diferentes festivales y eventos instaurados en los últimos tiempos. Considera que en el país “hay un montón de muy buenos fotógrafos, propuestas muy interesantes y bien resueltas, pero en proporción es muy reducido el desarrollo de proyectos fotográficos sólidos, ya sea con un concepto interesante detrás, con originalidad, con compromiso o interés social, o con una carga reflexiva o teórica importante”.
Para Martella, seguidor de artistas del lente tan diversos como Henri Cartier-Bresson, Walker Evans, David LaChapelle, Annie Leibovitz, Josef Koudelka, Sebastião Salgado y James Mollison –por mencionar solamente algunas de sus referencias–, los fotógrafos uruguayos deben mirarse más entre sí.
—En el Río de la Plata hay algunos proyectos fotográficos interesantes, originales y muy bien elaborados, como La creciente y Otsuchi, de Alejandro Chaskielberg; Dr. Oxman, de Martín Pérez; Héroes del brillo, de Federico Estol; L’aliénation, de Santiago Barreiro, y Xiec, de Christian Rodríguez, entre otros muchos que es imposible citar.
Martella destaca todo lo hecho hasta ahora por el CdF y las posibilidades abiertas a los fotógrafos para producir y exponer su obra. Desde el antiguo Fotograma hasta su sucesor, el reciente Montevideo Uruguay Festival de Fotografía (MUFF); desde los numerosos espacios creados (salas, fotogalerías a cielo abierto, llamados abiertos anuales) hasta la línea editorial CMYK, dedicada a libros de autor, fotolibros, investigaciones y publicaciones a partir del archivo del propio CdF.
—Anualmente, instituciones y escuelas de fotografías convocan a expertos extranjeros para dar charlas o realizar exposiciones. El intercambio regional es cada vez más amplio, y todas las condiciones están dadas para que quienes están interesados en la fotografía adquieran herramientas para potenciar y difundir sus proyectos, y familiarizarse con lo que está sucediendo en la región y en el mundo.