COLUMNA El punto ciego
por Agustín Paullier
Vestir el espacio
Según algunos referentes de las artes visuales del medio local, De cajón es como una pequeña bienal. Es un lugar donde se disponen objetos y se maneja el espacio, es una exposición de artes visuales, no sólo de fotografía. De cajón es una obra de Guillermo Baltar a través de la creación de otros: “Se trata de vestir el espacio con la obra de los demás”.
Desde sus comienzos, hace ocho años, De cajón es un espacio en el que conviven distintos formatos de representación visual –fotografías analógicas, piezas audiovisuales, instalaciones de gran volumen e imágenes digitales–. Coexisten autores que realizan su primera exposición con referentes que lo hacen a menudo: “Me parece más interesante darle espacio a gente que no tiene la posibilidad de exponer. Hay mucha gente joven y mucha gente nueva. Trato de moverme por fuera de lo institucionalizado”, confiesa Baltar. De cajón es la obra de un curador por la que han pasado unos 150 autores y en la que ya se está trabajando para su décima edición.
Baltar se ocupa con precisión del montaje de cada obra, se debe generar un buen diálogo entre contenido y forma: “No tenés que ir a una marquería para hacer un marco y que esté bien presentado; uno lo puede hacer con sus propios recursos y hacerlo bien”. Ese fue el caso de Carolina Muniz: elaboró dos álbumes de cartón para desplegar su diario de fotos que atesoró durante diez años, en el que lo manual, lo íntimo y lo lúdico conviven de manera armónica. El curador le propuso montarlos en unas cajas rectangulares cubiertas de vidrio, adheridas a la pared donde un espejo refleja el reverso del álbum. Eduardo Roland, con su obra Delmira, optó por una instalación similar, al ubicar dentro de una pequeña caja cubierta de vidrio una foto de la poetisa del 900, junto a un casquillo de bala y, reflejado sobre un espejo, un corazón rojo. Roland es músico, poeta y artista visual, y en este sentido es un buen ejemplo del eclecticismo de los autores que participaron en De cajón, donde se han visto trabajos tanto de diseñadores gráficos como de escultores.
Solange Pastorino se quebró el tobillo y registró el proceso de recuperación, desde la placa de rayos x, con los clavos que sostienen al hueso, pasando por la cicatriz, hasta la silla de ruedas y las muletas. Las fotos de su obra Maleolo –salvo tres de ellas que se ubican en la pared– se encuentran adheridas a una estructura metálica, con fierros y tornillos, que por su hieratismo semejan la sufrida movilidad de la autora.
Como ejemplo de la variedad de representaciones que participan en De cajón, en esta oportunidad en la sala Podestá de la Fundación Unión, convivieron la instalación Dos que se encuentran, de Guillermo Lockhart, una pila de ladrillos sobre los que se proyectan imágenes que apenas se perciben como una alegoría de un muro que se construye entre la fotografía y las artes visuales. Frente a esta instalación, Paul Aenlle optó por la fotografía analógica revelada parcialmente con pinceladas, en las que se dejan ver una serie de arquitecturas abandonadas, con su inevitable estética de un melancólico devenir. Enfrente, se encuentran los azulejos con serigrafías impresas de Gabriel Lema. A su lado, Néstor Pereira muestra una serie de fotografías en las que continúa con una línea de imágenes movidas, desenfocadas. Esta vez recurre a la saturación de los colores, predominando el cian y el naranja que se alternan en paisajes, retratos, hasta lograr abstracciones que encantan el ojo y la imaginación. En la misma sala se exhibió una imagen de Luciana Damiani titulada Amigo imaginario, en la que se ve a una persona cubierta por una sábana blanca de la que asoman sólo los pies y las manos. Su obra, con un estética muy cuidada –semejante a la publicitaria–, retrata escenas de una infancia y adolescencia entre lúgubre y aterradora, sin dejar de lado el aspecto lúdico, propio de la edad.
Mauro Martella expuso un adelanto de la segunda edición de su proyecto Bisiesto. Este fotógrafo se impuso la tarea de tomar fotos todos los días del año y luego elegir la mejor de cada jornada. De enero a marzo se suceden capturas de unas vacaciones en Brasil, de paredes descascaradas y rostros de carnaval, monocromáticas o saturadas de color, el agua que avanza sobre un pueblo y una bici pintada de blanco atada a una columna. En el mosaico de fotos pegadas a la pared, se encuentra una del propio montaje que armó para la exposición, en un giro metadiscursivo: esa fue su foto del día.
De cajón celebra el arte más que la fotografía, incita a la producción más que al resultado, invita a quienes dan sus primeros pasos y a que los mayores se distiendan, propone salirse de los moldes y experimentar. Baltar actúa como el espejo que refracta un haz de luz hacia zonas que se encuentran en la sombra.