Por Sofía O`Neill.
“Hay un misterio en la fotografía. Es maravillosa su cualidad de permanecer latente e invisible sobre su propio soporte hasta que se revela. Esa espera me sigue alimentando”, dice Carolina Sobrino, fotógrafa, docente y futura maestra, al tiempo que afirma que realizar la práctica de magisterio significó recorrer un camino iluminado.
Sobrino vivió cinco años en Lanzarote, España, y en 2010 regresó a Montevideo. Es una persona muy expresiva, con una sonrisa especial y contagiosa, así como un sentido del humor y una forma de ver las cosas muy particulares. En la colección Engelman-Ost se pueden apreciar algunas obras de su autoría. A través de su lente, Sobrino se las ingenia para introducir a su mundo a todo aquel que muestre interés por su arte.
Nació en Montevideo en 1969. Su padre, Juan Alberto Beto Sobrino, era actor de teatro. Su madre, maestra jubilada, se llama Alicia Barrios. Es la mayor de los cuatro hermanos y creció en el barrio La Blanqueada.
Su familia, cercana a sus intereses, acompañó su crecimiento y le dio libertad, de manera que sus padres valoraron su forma cambiante de ver el mundo. Su hogar siempre estaba lleno de amigos de distintas edades, por lo que el diálogo, las charlas y las risas con las personas adultas eran algo común durante su crecimiento.
En su casa había cajas con fotografías de viajes, bautismos, bodas y eventos familiares, entre otros acontecimientos. Pasaba horas mirándolas. Cuando volvieron de viajar por Europa, sus abuelos le regalaron su primera cámara Kodak de caset 120.
A continuación, un resumen de la charla que Sobrino compartió con Dossier.
¿Dónde te formaste?
Mi formación tiene que ver con la fotografía, el arte y la docencia, y esos espacios se entrecruzan. Me formé con maestros como Diana Mines, cursé Foto Club, recorrí algunos momentos Dimensión Visual, los espacios de fotografía, también formé parte de la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC) y de los estudios que ahí se realizan. Actualmente estoy trabajando y en contacto con un sector de la fundación que se dedica al cine experimental. Me estoy vinculando con el Laboratorio de Cine FAC a través de estudios, de autores, de filósofos latinoamericanos y de la imagen en movimiento.
¿Quiénes son tus referentes?
Creo que fue la curiosidad la que me llevó a la fotografía. También mi incapacidad de expresarme a través del dibujo o del volumen, limitantes que la fotografía resolvió. Claro que al conocer la fotografía, el vínculo con esa técnica termina transformando el pensamiento hacia esa manera de escribir, fotográficamente hablando: ahí entran otras profundidades que se traducen probablemente en arte.
Estás vinculada con Foto Club, CDF, FAC, Dimensión Visual, Aquelarre y también con artistas…
En cada uno de esos rincones la fotografía se hace posible desde hace muchos años; otros son más recientes. Es donde vive y late la fotografía, todavía vemos pasar negativos, puede prenderse alguna ampliadora y la fotografía tiene un estadio líquido. Son rincones de esta ciudad que conservan una cantidad de historia porque, además, Fotoclub, por ejemplo, es un lugar en el que se desarrolla una vida social paralela a la fotografía que te vincula con esas maneras y tiempos de pensar en algo que nos interesa. Entonces hay mucho afecto, técnica, aprendizaje, conocimiento; además de muchísimos autores, bibliotecas. Son lugares disfrutables para todo el mundo, para los que nos gusta pensar y hablar sobre fotografías es una cuna permanente.
¿Cuándo te relacionaste con la fotografía?
Sucedió en ese momento de la vida en el que terminás el liceo, te toca elegir qué carrera vas a seguir y Diana Mines se cruzó en mi vida en una visita familiar en La Paloma y los comentarios acerca de su trabajo me generaron curiosidad. Los cuentos de mi hermana más pequeña sobre qué hacía esa señora que había llegado en bicicleta por la playa me dieron curiosidad: “Una señora rara que sacaba fotos raras”. Un domingo de almuerzo familiar, en la sobremesa y de charla con algún amigo que andaba por ahí, retomé ese tema y ese domingo llamé a Diana para empezar. Después fue la fotografía la que me atrapó. Yo la dejo, le doy esa personalidad a la fotografía, a esa imagen que está siempre latiendo por ahí por algún rincón de mi ser preparándose para ser disparada.
¿Cómo trabajás con la imagen?
Para que se entienda un poco mi proceso, mi manera de ver consiste en que cuando pienso en la fotografía la hago en forma muy diferente de lo que puede ser producir una imagen. Una imagen, aunque sea un trozo material de papel, tiene una representación dentro. No todo es fotografía para mí, porque la fotografía tiene, de alguna manera, esos tiempos de latencia, silencios, esas esperas, ese azar, por más que gran parte de la carrera fotográfica ha sido apropiarnos, imprimir la imagen, no dejarla ir. En ese proceso también hay muchas maneras de llegar a esa fotografía. Muchos tiempos que controlar, ratos que esperar, que son lecturas que se agregan a la imagen como capas.
Aunque también tenés otras formas de trabajar.
Sí, también trabajo la fotografía desde el punto de vista comercial. Además de la creación, trabajar la imagen desde un punto de vista personal, artístico, es un camino de la fotografía. Por eso digo que la fotografía y el arte, en cierto sentido, “surfean la misma ola”. La fotografía se independiza, a su vez, del arte; puede tener como recurso otros usos potenciales más comerciales y forman parte de las cosas que hago: un catálogo para algún artista, algún evento social, que también me encanta. Independientemente de que la fotografía se ramifique por otros recorridos del arte, yo me vinculo directamente a través de la fotografía.
¿Hay diferencia entre impresión y revelado?
Hay una cuestión líquida en la fotografía y de misterio en el laboratorio que no se vive, ni corporal ni psicológicamente, igual que en una pantalla. La fotografía digital requiere de sus tiempos, reflexiones, y de una sapiencia de esa manera de observar a través de una pantalla. Tiene sus tiempos, sus aproximaciones y sus distanciamientos. Lo analógico también demanda tiempos, en un espacio particular como el laboratorio, en revelados y en un rollo sin revelar, que es un silencio absoluto, pero a su vez hay algo “vivo” dentro esperando para salir. Se genera una cantidad de complicidades con la materia, como supongo que pasa en otros ámbitos del arte. Al producir esa imagen, los tiempos que se suman proporcionan más lecturas. La fotografía analógica es una manera de escribir y pensar la imagen que, de alguna forma, se vuelve fotografía. Personalmente, la experiencia del laboratorio es muy sensual.
¿Cuándo te sentís fotógrafa?
Fotógrafa me siento en todo momento, pero no estoy todo el tiempo sacando fotos. A veces las escribo, las dibujo. A veces dejo que se junten dos o tres para poder trabajarlas, para poder creer en esas fotos, entender un poco qué mensajes me están dando, hasta que empiezan a “hablarme” de otra manera, y hago esas tomas otra vez y vuelvo a tener mi diálogo con ese mensaje, con ese discurso. Las cosas ahora mismo se están entrecruzando con deseos de trabajar en ámbitos donde se multipliquen un poco las intenciones y, mezclado a eso, la posibilidad de crear desde el punto de vista artístico y seguir produciendo mis obras con mis ritmos, con esos tiempos. Fotógrafa y artista todavía van muy de la mano para mí, porque es el recurso que utilizo para entrar en el territorio del arte.
¿Qué te llevó a retomar tus estudios?
Eso fue como consecuencia de la pandemia [risas], después de inventar muchísimas cosas para hacer en el camino. Para mí fue una gran lucidez darme cuenta de que tenía una carrera empezada desde joven y que seguía ejerciendo de otra manera, más a nivel de talleres, de secundaria, y vinculada siempre a las estrategias de producción artística o de fotografía. Me di cuenta de que me podía recibir de maestra: eso me obligó a volver a la escuela para hacer el último año que debía de práctica y fue un camino de lucecitas.
¿Cómo fue tu experiencia en la docencia?
Desde el punto de vista docente, hice las prácticas correspondientes a los años de Magisterio en la escuela Brasil y Adolfo Berro, con muy buenas docentes, con un trabajo interesante, sobre todo un cambio de las posturas respecto de la lectoescritura. Luego, trabajé mucho tiempo en primaria y en secundaria. En el primer ciclo de secundaria lo hice con estrategias de introducción artística. Ejercí también en Lanzarote, con algún taller de fotografía del municipio del pueblo. Trabajé con adultos, hicimos talleres para docentes a través de Puerto Contento. La docencia siguió acompañándome. Quería cerrar esa etapa que me implicó mucha alegría. Hay mucho para hacer y mucha receptividad.
¿Y la docencia con niños es muy diferente?
Trabajar con niños me abrió caminos de ilusión, esperanza y ganas de seguir aprendiendo. La escuela es un lugar donde el afecto es un denominador común con mucho peso, que es muy difícil de olvidar. El afecto cobra una potencia y una fuerza educadora, entra dentro de los espacios pedagógicos de una escuela. Una clase es un lugar pura y exclusivamente de crecimiento, desarrollo de personalidades y un lugar muy sagrado para los niños, porque es donde ellos establecen sus vínculos desde un ejercicio de autonomía. No es ni la casa de mamá o papá, ni de la abuela; es “mi” salón de clase, “mi” grupo de iguales con los que me vinculo, y es “mi” personalidad, interactuando y aprendiendo en ese contexto pedagógico en el cual está muy bueno ejercer el rol docente.
¿En qué proyecto estás trabajando?
Estoy en un momento de mi vida en que las cosas van cambiando, mis hijos crecieron, ya la vida vuelve a darme una posibilidad de un lienzo en blanco. En este momento voy tomando conciencia de que otra vez hay una bisagra en mi vida que me permite volver a elegir. Retomé unos viejos estudios que tenía iniciados, que tienen que ver con la docencia, particularmente para Primaria, Magisterio, en Institutos Normales de Montevideo (IINN). Me encuentro trabajando con fotografía, algo de cine experimental
que estoy aprendiendo a producir y a buscarle el juego, y a pocos meses de terminar mi carrera.
¿Compartís tus conocimientos?
Tengo la ilusión de, verdaderamente, aportar algo a nivel escolar. Espero poder desarrollarlo en la escuela pública, que es lo que me encantaría; y si se expande un poco la idea de la escuela, y van surgiendo proyectos y encuentros con otros profesionales… A veces pasa que terminamos creando espacios de reflexión, de producción por los rincones de Montevideo o del interior del país. Van pasando cosas y suceden a partir de lo que vamos haciendo. Compartir los conocimientos forma parte de los principios de un artesano o un artista en la medida en que la idea se transforma en algo y ese algo cobra vida hacia afuera de un taller o una cámara o un espacio privado. Compartir es comunicar; entonces, en ese comunicar se genera un juego de conocimientos. Es nuestra manera de trabajar una forma más cooperativa, comunitaria de trabajo, de reflexión, producción y apoyo, porque el arte siempre requiere una faceta previa a la realización, además de dinero y tiempo, y manos (a veces). A través de todo eso, a su vez, se van repartiendo conocimientos porque se van generando actividades específicas y ahí surgen como escuelas, en el ir haciendo en grupo.
Hay personas que no comparten sus conocimientos.
Eso es porque la gente no sabe, usa una “recetita” que se aprendió y no la sabe explicar. Llegué a la conclusión de que es así, que no es solamente que la gente no diga. Puede no tener ganas de explicarte en el momento o no tener claro cómo explicarlo o no saberlo y parecer que lo sabe. Por eso trabajo en comunidad, con más gente, compartiendo, de forma bastante horizontal si se quiere. Vas generando como “escuelitas” en torno a los que conocemos. Si planto, aprendo de la vecina cómo plantar el malvón; y de la otra, cómo podar el limonero; y del otro, cómo tengo que carpir. Son pequeñas escuelas que se van dando. Es una actitud de vida.
¿Cómo entra esa noción de compartir en la docencia más formal?
Compartir el conocimiento es un lleva y trae, es una ola que va y viene, es una onda que se multiplica y se expande. Ser docente de primaria es un trabajo muy profesional. En un lugar donde el afecto es necesario, voy para ahí; por lo menos, no tengo que cortar el afecto. Voy, estoy ahí. Ya me encontraré con la directora de malhumor y la paralela que faltará tres meses y yo me haré cargo de las dos clases, ese tipo de cosas. Ya veré. Por lo pronto, dentro de la clase con los niños me parece que hay pila de cosas que salvar. Algo hay que hacer en esta vida, algo importante que cambie un poco el panorama de la desgracia, de la impotencia.
¿Por qué hacés fotografía?
Las fotos surgen de la vida, de la vida de uno, de la autovida; creo que también en ese compartir uno va aprendiendo de todos y de todas, todo circunda. La fotografía me pareció un camino donde podía dialogar conmigo misma, con los demás, comunicarme y comunicar; y también es un encuentro con un otro.
¿Cómo es tu forma de trabajo?
La forma que tengo de fotografiar probablemente tenga que ver con crear escenas. Estuve vinculada a través de mi padre al teatro, disfruté del teatro, de la escena. Posiblemente, ése sea un juego un poco natural; entonces, intervengo de repente espacios o momentos de determinados períodos de la vida de una persona, como el hecho de vestirse o el pequeño momento de salir del agua y despertar en el aire, de salir de esas escenas, que busco o creo.
¿Cuál es la diferencia entre impresión y revelado?
La fotografía analógica es una gelatina con volumen, aunque vos no lo veas, que tiene materia, se transforma su color y cuando mirás una foto ves la sensibilidad de la emulsión. Lo otro: ves tinta, puntos de tinta. Es como decir “Pinto con acuarela, óleo, acrílico, tinta o luz”. Son cosas diferentes. Miro distintas cosas.
¿Cómo es un proceso de revelado analógico?
Durante un proceso de revelado, primero que nada, al trabajar con materiales fotosensibles, lo que tenemos que evitar es que vean la luz. Entonces, nos metemos en una situación que nos aísla y coloca en un cuarto oscuro, donde vamos a tener que realizar los procesos sin nada de luz y luego podremos incorporar apenas una luz que el material fotosintético no lea; por eso vemos las luces rojas en los laboratorios. Te movés conociendo el espacio y los movimientos. Por ejemplo, la película no puede ver nada de luz. Después, cuando pasamos a imprimir en papel, podemos tener una tenue luz roja o un poquito verde, dependiendo, pero muy bajita. Y en ese espacio los ojos se acostumbran. Tú te acostumbrás a ver lo que necesitás ver en el laboratorio, los contrastes cuando vienen las fotos impresas en el revelador. Es un “huequito” donde uno se mete y trabaja cada una de las fotos o cada trocito de foto, porque con la luz se pinta como con un pincel. Vas eligiendo qué cantidad de luz tiene la hojita del árbol, lo que se ve por atrás del árbol; o sea, vas pintando el cielo, las rocas, el agua, la vegetación, dándole distintos tiempos de luz a cada sector de la imagen. Es como ir pintando con la luz y haciendo que aparezca lo que queremos ver.
¿Algún reconocimiento marcó tu vida?
Lo que hacen mis hijos [risas]. Los reconocimientos más importantes son momentos medio evaluativos que he tenido con mis hijos de la vida. Luego, de algunos alumnos también, y de grandes amigos, obviamente. Tengo fotos en la colección Engelman-Ost, soportes fotográficos de artistas. En Lanzarote hice varias exposiciones. El Museo Internacional de Arte Contemporáneo de Lanzarote se quedó con algunas de mis obras; eso también estuvo bueno, hicimos una exposición y el museo pidió la obra.
¿Tenés algún proyecto en mente?
Debo de tener como quince [risas]. Hace unos días me contrataron para cubrir un casamiento, estoy editando las fotos que eligieron, ya que las tengo que entregar y cobrar mi trabajo. Sacar fotos que se están gestando, que van encontrando las locaciones. Tejer dos buzos, armar una huerta. Me queda sólo el ensayo para terminar mi carrera de magisterio. Estoy en un proceso de producción.
Carolina Sobrino participó de varias exposiciones individuales y colectivas, tanto nacionales como internacionales, dentro de las que se destacan:
1999: Sobre gustos. Country Toys III en el Centro de Exposiciones Subte, con curaduría de Santiago Tavella, y Country Toys II, intervenciones paisajísticas en el Parque Baroffio. Molino de Pérez. APEU.
2000: Formó parte de la primera exposición de fotografía uruguaya en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), junto a siete jóvenes fotógrafos nacionales, en la muestra titulada El ojo mecánico encarnado.
2002: Lab 02. El cuarto invisible en el Centro Cultural de España (CCE), con curaduría de Patricia Bentancur y Fernando López Lage, y Trampas, en el Subte, con curaduría de la argentina Graciela Taquini.
2005: Lab 05. La problemática del género en la producción del arte iberoamericano. CCE, con curaduría de Patricia Bentancur y Ana Tiscornia.
2006: El tiempo dilatado. Siglo XXI, una nueva ética. MIAC, con curaduría de María José Alcántara.
2010: 54º Premio Nacional de Artes Visuales Carmelo Arden Quin.
2011: Tierra ignota. Museo de las Migraciones de Montevideo, con curaduría de Solange Pastorino.
2013: En el lugar de lo dicho. MNAV. Fotograma13, con curaduría de José Antonio Navarrete.