Por Soledad Gago.
El Ballet Nacional del Sodre (BNS) estrenó la temporada 2022 con uno de los ballets clásicos por excelencia. Con coreografía de Sara Nieto y dirección de María Noel Riccetto, la compañía nacional sigue sólida.
Quizás haya que decir esto: que Giselle es uno de los ballets más hermosos, delicados y brutales de todos los tiempos. Quizás haya que decir esto: que Giselle, cuando se hace como debe hacerse ‒con una técnica sólida y una interpretación desgarradora‒, resulta tan emocionante como estremecedora. Quizás haya que decir esto: que Giselle tiene tres momentos ‒la muerte de Giselle, las Willis y Albretch bailando hasta el cansancio‒ sobre los que recae todo el peso de la historia, como si esos instantes pudieran sostener todo lo demás.
El BNS, bajo la dirección de María Noel Riccetto, eligió esta obra para arrancar la temporada 2022, después de dos años en los que se pudo hacer muy pocos ballets completos y las temporadas estuvieron enfocadas en obras formadas por piezas pequeñas y aisladas. Y hay un público ‒el que más sabe de ballet, el que sigue al BNS desde hace años, el que llena todas las funciones‒ que lo agradece. Porque la Giselle del BNS, que cuenta con coreografía de Sara Nieto, tiene todo lo que necesita y un poco más: toda la belleza que merecemos después de tanta oscuridad.
Era miércoles 16 de marzo a las ocho menos cuarto de la noche y la sala Fabini del Auditorio Nacional del Sodre empezaba a completarse, aunque las entradas no estuviesen agotadas. Aún hay un protocolo para evitar los contagios de coronavirus: hay que utilizar tapabocas y mantenerlo durante toda la función, hay que respetar el asiento libre que queda después de dos ocupados, hay que aguardar al final de la función y salir respetando un orden determinado. El público terminó de acomodarse, se apagaron las luces, apareció desde el foso el maestro Martín García, director invitado por la Orquesta Sinfónica Nacional, recibió un aplauso, la orquesta empezó a sonar, se levantó el telón y lo que sucedió a partir de entonces fue un viaje a otro mundo.
En la función de esa noche el reparto tuvo a Careliz Povea estrenándose como Giselle, a Ciro Tamayo como Albretch, a Guillermo González como Hilarion, a Mirza Folco como madre de Giselle, y a Lucía Giménez como Mirtha.
El primer acto de la obra transcurre en una aldea de viñedos. Lo que sucede, sucintamente, es que Albretch, un conde que se va a casar con la hija del príncipe, se disfraza de aldeano para hacerse pasar por uno más y conquistar a Giselle, una chica del lugar. Ella se enamora y se juran amor eterno. Pero entonces llega Hilarion, que también está enamorado de Giselle y sabe de la mentira de Albretch. Le devela a ella el engaño de su prometido y Giselle, enferma y débil de salud, no soporta la traición y la mentira y enloquece, mientras baila hasta morir con el corazón roto.
El momento de la muerte de Giselle fue quizás ‒aunque también hay que mencionar el Pasant Pas, una danza que dos aldeanos hacen para el príncipe y su hija‒ el más conmovedor de la primera parte. No por la muerte en sí, sino por todo lo que sucede alrededor: por una madre que se retuerce de dolor viendo a su hija morir, pero, sobre todo, por la manera desgarradora y salvaje que tiene Albretch de llorarla.
Es en ese momento en el que toda la historia recae sobre el cuerpo y, sobre todo, el rostro de Ciro Tamayo: cuando el bailarín español se tira al suelo, frunce el ceño, toma la mano de Giselle y llora de una manera que viene de algún lugar en el que la tristeza existe: una no tiene más opción que creerle, que entregarse a su dolor, que llorarlo.
El segundo acto, por su parte, fue sublime: uno de esos momentos que elevan a cualquier persona. Allí, Hilarion y Albretch lloran a Giselle en su tumba cuando son “atrapados” por las Willis, almas de mujeres que murieron por amores no correspondidos y que, cada noche, desde la puesta del sol y hasta el amanecer, se vengan de todo hombre que quiera entrar en su mundo, obligándolo a bailar hasta morir. Hilarion muere en sus brazos, mientras que Giselle, a pesar del dolor, decide proteger a Albretch y bailar con él hasta el amanecer para salvarlo.
Como en el final del primer acto, lo de Tamayo fue desolador de una manera bellísima: bailó con la fuerza de una piedra, cayó exhausto, volvió a bailar y volvió a caer, lloró, rogó que lo dejaran ir y todo lo que sucedió en el escenario tuvo que ver con él.
Careliz, que quizás en el primer acto estuvo algo más insegura, en esta segunda parte, haciendo a una Giselle que está entrando a la hermandad de las Willis y que está completamente rota, bailó con una técnica perfecta a la vez que delicada y suave.
Este segundo acto tiene, quizás, el momento más sublime de todo este ballet: la danza de las Willis. El cuerpo de baile del BNS es prolijo y sólido y ha sido, desde hace varios años, una de las principales características de la compañía. En este caso, el mérito es todo de las bailarinas: no hubo una pierna más arriba que la otra, un brazo más abierto que el otro. Fueron un cuadro blanco y simétrico: perfecto.
Quizás haya que decir esto: que al final una queda con el corazón un poco partido. Quizás haya que decir esto: que el ballet como arte es tan perfecto que logra hechizar a cualquier persona. Quizás haya que decir esto: que Giselle fue un momento de esos que elevan la existencia, la sostienen, la llenan de emoción y después la dejan flotar.
FOTOS GENTILEZA DEL BNS