Por Atilio Duncan Pérez da Cunha (Macunaíma).
100 años del samba y la alegría de vivir.
Yo sé que fui un impostor
hipócrita queriendo renegar de su amor.
Por eso déjeme al menos ser
por última vez su compositor.
‘De vuelta al samba’, Chico Buarque
*Nota originalmente publicada en la edición impresa de Revista Dossier 2017.
El 5 de agosto, tras la espectacular apertura de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, un veterano sambista, Paulinho da Viola, subió al escenario para tocar el himno nacional brasileño acompañado por una orquesta de cuerdas. Mientras Paulinho entonaba la canción nacional del “Brasil brasilero”, armonizada a ritmo de un samba lento y reflexivo, uno no podía dejar de pensar que esta actuación, además de una llave de oro de los Juegos Olímpicos, era también un homenaje a los cien años del samba que se cumplen este año.
Paulinho daViola, con 74 años, es un cantor, compositor y guitarrista, hijo del legendario guitarrista César Faria, del conjunto de choro Época de Oro. Fue compañero de nombres ilustres del samba carioca, como Cartola, Elton Medeiros y Candeia, entre otros. Destacado cantor y compositor de samba, influencia directa de grandes compositores contemporáneos como Chico Buarque, es uno de los más talentosos representantes de la llamada Música Popular Brasileña (MPB).
Detrás de los flamantes museos, los paseos marítimos y la villa deportiva que los Juegos Olímpicos han traído a la renovación del puerto de la “ciudad maravillosa”, hay un solitario cocotero en una placita. Ese es el lugar de encuentro, algunas noches por semana, de un pequeño grupo de músicos que, sentados a una mesa y rodeados por cientos de cariocas, cantan a pleno pulmón canciones de samba, en muchos casos centenarias. Ese lugar es Pedra do Sal, situado en el barrio de Saúde, donde se instalaron los primeros negros libres de la esclavitud, cuando la ciudad comenzaba a desarrollarse. Era conocido como la pequeña África y fue poblado principalmente por inmigrantes del norte de la región de Bahía. En este lugar se desembarcaba la sal que llegaba al puerto, de ahí su nombre.
Allí nació y se desarrolló el samba. También el candombe, en los encuentros de los negros montevideanos extramuros, en las reuniones de los trabajadores del puerto, después de la jornada. El espíritu de aquellos esclavos está presente en la Pedra do Sal y se transmite en la música y el baile a una gente que parece sentirlos de otro modo.
Es la Pedra do Sal, entonces, el lugar donde –según la tradición– nació hace un siglo la música que desde entonces se convirtió en parte indisoluble de la identidad brasileña. En este lugar, que ostenta una historia africana muy fuerte, se edificó el templo del samba. Antiguamente, el mar llegaba hasta allí y los esclavos eran obligados a excavar unos escalones en la roca para subir los sacos de sal hasta arriba de la colina.
Este fue un lugar de mucho sufrimiento, pero ahora alberga la música, la alegría y la vitalidad de un género esencialmente brasileño, haciendo ciertos aquellos versos del poeta Líber Falco: “Nunca parió una madre, sin el bautismo del llanto”. Los descendientes de negros de esclavos e inmigrantes llegados de Bahía y de otras regiones del nordeste brasileño pusieron en estas desvencijadas callejuelas la semilla de lo que más tarde se llamaría samba.
La palabra apareció por primera vez hace 100 años, en 1916, cuando Pixinguinha, Donga, João da Baiana y Sinhô, entre otros, compusieron ‘Pelo telefone’. El 21 de noviembre de 1916 es la fecha de registro de ‘Por teléfono’, del compositor Ernesto dos Santos Donga, considerada la primera canción de samba que llegó a un disco, lanzado el 20 de enero de 1917, y que sacó a este género de la marginalidad en la que había nacido. Este primer registro antecede en casi cuatro años a la primera grabación de jazz, ‘Crazy blues’, de Mammie Smith, que se realizó recién en 1920.
Esa música de batería agitada y acompañada de un baile sensual hacía años que se tocaba en las barriadas pobres de Río de Janeiro, donde vivía la comunidad de hijos y nietos de esclavos, recién liberados en 1888, pero cuya música todavía era proscrita, pues se asociaba a los delincuentes y a la mala vida. Pero ese samba inicial nada tenía que ver con las batucadas con las que hoy en día mucha gente identifica al género.
Hasta finales de los años veinte, el samba era una especie de tango brasileño. No había una batería ni instrumentos de percusión; era más bien un baile de salón. Aquellos músicos de antaño tenían guitarras y flautas, instrumentos que eran muy costosos.
El carnaval de esa época no tenía por banda sonora la cadencia frenética del samba que conocemos en el presente y que convoca a millares de personas a la principal avenida carioca. Eso llegaría después. Hasta entonces los cariocas bailaban polcas, se disfrazaban con aparatosos trajes y pelucas al estilo europeo, y se divertían cantando óperas de Verdi.
El cambio tuvo mucho que ver con la irrupción de Ismael Silva y la gente de Deixa Falar, la primera escola de samba de Brasil, hoy conocida como Estácio-Ismael. Ismael Silva y los suyos, “malandros” de vida bohemia e hijos de la calle, “africanizaron” el samba con más tambores y nuevos instrumentos de percusión. Esta segunda generación era más pobre aún que los primeros sambistas. Eran obreros, trabajadores independientes y buscavidas que no tenían nada más que su talento.
La elite blanca pronto se rindió al ritmo de los tambores, aunque hubiera que disimular, ya que esa música de negros de los suburbios no era bien vista por los sectores socialmente más acomodados. En los salones de las casas de clase media y media alta sonaban de forma exquisita el choro y la polca, pero en el patio de atrás, con sigilo, se formaban las batucadas.
En Río de Janeiro hay una leyenda urbana que cuenta que, con la incorporación de los nuevos instrumentos, los gatos comenzaron a desaparecer de las favelas. Según parece, su cuero era ideal para hacer tamborines.
Carioca, urbano y mestizo, el samba tiene una raíz en la tradición africana, pero también en los instrumentos europeos que ya sonaban en las elegantes fiestas de Río de Janeiro, desde hacía tiempo, gracias a la presencia de la corte de la familia real portuguesa.
Mientras el samba se iba convirtiendo en un árbol con mil ramas, la radio y las compañías de discos, la mayoría con sede en Río de Janeiro, se encargaban de convertirlo en un género de alcance nacional.
En los años 50, una de las ramas floreció, tocada por el jazz, y dio lugar a la bossa nova. La guitarra de João Gilberto, la poesía de Vinícius de Moraes y la armonía de Tom Jobim ayudaron a legitimar el género ante la elite intelectual, haciendo de puente entre lo erudito y lo popular.
Entonces comenzó a escucharse la bossa nova en salas de concierto, teatros, boites, bares, clubes, escuelas, estadios, plazas, playas y quioscos, como una epidemia de los sectores medios. Se oía también en la radio, en el cine, en la incipiente televisión como banda sonora de las novelas y de los comerciales. Apareció una pléyade de jóvenes cantores, compositores, letristas, músicos y arregladores que soñaban con la eternidad: Antônio Carlos Jobim, João Gilberto, Newton Mendoça, Sylvinha Telles, Nara Leão, Roberto Menescal, Carlinhos Lyra, Ronaldo Boscoli, Luizinho Eca, Alayde Costa, Claudette Soares, Baden Powell, Durval Ferreira, Oscar Castro Neves, Luiz Carlos Vinhas, Milton Banana, Sérgio Mendes, Eumir Deodato, Wanda Sa y muchos otros.
Hija del samba, como una ola que se levanta en el mar de Guanabara, nacía una música emparentada con el jazz y con las raíces más negras de Brasil. Pero esa es otra historia; volvamos al samba.
Los primeros desfiles de carnaval surgieron en 1932, durante un concurso organizado por el periódico Mundo Sportivo. La historia registra que ese baile contó con la participación de 23 grupos, ya entonces conocidos como escolas de samba e integrados por unos 100 bailarines cada uno. Esas escolas de samba surgieron en las barriadas pobres, también conocidas como favelas, construidas por los descendientes de los esclavos en los cerros del centro de Río de Janeiro.
Los primeros desfiles tuvieron lugar en la zona portuaria de Río, cerca de donde vivía esa población pobre, creadora del samba, un género que tardaría décadas en ser aceptado por las clases medias y altas de Brasil. A diferencia de lo que ocurre en el presente, en los desfiles de los años 30, los bailarines hombres usaban traje, y las mujeres, disfraces sencillos y bastante recatados, sin enseñar demasiada piel; no se usaban vistosas carrozas.
Los hombres y las mujeres desfilaban en grupos separados, una tradición que ya no se sigue, con excepción de las “bahianas”, un grupo de mujeres mayores que toda escola de samba tiene y que van vestidas con los ropajes típicos que usaban las esclavas en el siglo XIX en el estado de Bahía, con faldas amplias y el pelo recogido.
La popularidad de estos desfiles creció rápidamente. Las escolas de samba se organizaron, crecieron en tamaño y se profesionalizaron. A comienzos de los años 80 el carnaval comenzó a congregar a cientos de miles de personas por la avenida Presidente Vargas, la principal arteria de la ciudad, ante lo cual las autoridades decidieron construir un recinto para evitar excesivos congestionamientos en la ciudad. Ese recinto, conocido como Sambódromo, se inauguró en 1984 y fue diseñado por Oscar Niemeyer, el arquitecto de los edificios públicos de Brasilia, lo que dio paso al espectáculo, pleno de colorido y producciones de costos millonarios, que es televisado en decenas de países en la actualidad.
Del margen al centro del escenario público
Yo estaba sin sacar ni poner
un pobre de espíritu al desdeñar su favor.
Por eso, mi samba, el triunfo es suyo,
porque cuando de una vez por todas
yo me vaya
y el silencio me venga a abrazar,
usted sambará sin mí.
‘De vuelta al samba’, Chico Buarque
Como ha ocurrido con otros géneros musicales populares y ciertamente identitarios de los países de la región (el tango, el candombe y la murga), el samba fue una música originalmente de los suburbios, asociada a malvivientes y malandrines.
Las características modernas del samba urbano carioca se establecieron hacia fines de 1920, a partir de las innovaciones introducidas en dos frentes: por un lado, un grupo de compositores de bloques carnavalescos de los barrios Estácio de Sá y Osvaldo Cruz; por otro,y compositores de los morros de la ciudad, como los de Mangueira, Salgueiro y São Carlos. A medida que el samba carioca se consolidó como expresión musical urbana y moderna, fue difundido a gran escala en la radio, llegando a otros morros y barrios de la zona sur de Río de Janeiro, donde se aposentan los sectores medios y altos. Si bien había sido criminalizado en sus orígenes, por pobre y por negro, comenzó a conquistar al público de clase media.
En 1930, un grupo de músicos liderados por Ismael Silva fundó la primera escola de samba, Deixa Falar, en el barrio Estácio de Sá. Ellos transformaron el género para que encajara mejor en el desfile de carnaval. En esta década la radio difundía esa música originalmente brasileña y daba popularidad al género por todo el país, con el apoyo del presidente Getúlio Vargas, hasta que se convirtió en la música oficial de Brasil
En la década de 1960, con la instauración de la dictadura militar y el derrocamiento del gobierno constitucional de João Goulart, los músicos de bossa nova empezaron a prestar atención a la música hecha en las favelas y al revulsivo legado del samba original. Muchos artistas populares fueron descubiertos o redescubiertos en ese período: Cartola, Nelson Cavaquinho, Velha Guarda da Portela, Zé Keti y Clementina de Jesús grabaron sus primeros álbumes.
El destino del samba es brillar con propia luz
En los años 60, jóvenes de la clase media y media alta salieron a recorrer, con sus guitarras a cuestas, las fiestas de los ambientes sofisticados de los apartamentos de la zona sur, de
Así, artistas como Beth Carvalho y João Nogueira salieron de los barrios elegantes de la elite carioca y fueron a explorar los suburbios. A Beth se la conoce como “Madrina del samba” por haberles dado la alternativa a jóvenes talentos y por haber sacado del olvido a compositores como Nelson Cavaquinho y Cartola, que desde sus humildes casas del morro de Mangueira escribieron algunas de las letras más hermosas de la historia de la música brasileña. Gracias a Beth, hoy son reconocidos como grandes genios de la historia musical del país.
Si los primeros sambistas fueron duramente perseguidos por las autoridades, en los años 60 el samba tuvo que hacer frente al azucarado ye-yé de la Jovem Guarda de Roberto Carlos y compañía. El samba siempre ha estado perseguido de cerca por la música estadounidense, por lo que Beth Carvalho, junto al sambista João Nogueira y otros artistas, lanzaron como contraataque el Clube do Samba, un movimiento de resistencia cultural regado con litros de cerveza, cachaça y carcajadas entre amigos.
Desde el lado musical, hoy en día enfrenta también otras competencias y amenazas, como el “funk carioca”, una creación de los suburbios de Río, nacida en el entorno del narcotráfico. Estos nuevos ritmos han ido desplazando al samba como vehículo de expresión de las clases populares con su ritmo pegadizo y sus controvertidas letras, en muchos casos con grandes dosis de machismo y violencia.
Nuevos ritmos y nuevas músicas se apoderan de los suburbios donde el samba fue rey, pero aunque algunos se alarman frente a la embestida de los grandes centros culturales de Estados Unidos y Europa, otros creen que, como en un viejo samba de los años 70, “el samba agoniza, pero no muere”.
100 Años de Samba
por Hadil da Rocha-Vianna, Ex Embajador de Brasil en Uruguay
Para celebrar la fecha, el gobierno de Brasil, por medio del Ministerio de Relaciones Exteriores y del Ministerio de Cultura, ha programado diversas actividades a lo largo del año. En el mes de julio, la Embajada de Brasil en Montevideo tuvo el gusto de invitar para una presentación en esta capital a la renombrada cantante Roberta Sá, representante de la nueva generación de la música popular brasileña, con gran éxito.
Asimismo, en las ceremonias de apertura y de clausura de los Juegos Olímpicos Rio 2016, el samba formó parte de la celebración, siendo cantado por grandes sambistas brasileños, como Paulinho da Viola, Martinho da Vila y Zeca Pagodinho.
La palabra “samba”, según algunos historiadores, es de origen africano, derivando de semba, término de la lengua quimbundo que significa “ombligo” o “plegaria”. Para muchos pueblos bantúes la música tenía un carácter religioso en una especie de ritual
El samba nació en los comienzos del siglo XX en Río de Janeiro, la entonces capital de la República, entre la población más pobre de la ciudad, que se reunía en la Praça Onze y en la Pedra do Sal, antiguo mercado de esclavos, considerada la cuna del samba carioca, en una región que sería conocida como Pequeña África. En esa comunidad se destacó la actuación de Tia Ciata, en cuya casa se compusieron numerosos sambas, por autores importantes como João da Baiana, Pixinguinha, Sinhô y Donga.
Como expresión de la cultura afrobrasileña, el samba descendió de otros géneros musicales considerados sus ancestros directos, como el lundu y el maxixe, mezclándose después con elementos de la cultura europea. Además, se diversificó en estilos como el samba de roda de Bahía y el chorinho, con instrumentos musicales como la cuíca, el pandeiro, la viola, la flauta, el cavaquinho, el reco-reco y el agogô, y en los ranchos o blocos, origen del actual carnaval carioca. Fue en 1928 que se fundó en Río de Janeiro la primera escuela de samba, Deixa Falar.
A partir de 1930, el samba conquistó espacio creciente en el naciente mercado cultural brasileño, ganando las ondas de la radio y siendo difundido por todo el país. En las décadas siguientes, otros géneros se crearon a partir del samba, como partido-alto, pagode, samba-enredo, samba-rock y la bossa nova, con grandes cantautores como Antônio Carlos Jobim, Vinícius de Moraes, João Gilberto, Jorge Benjor, Tim Maia y Chico Buarque. Con el tiempo, el samba se convirtió en uno de los principales símbolos de la identidad nacional brasileña, como el fútbol y el carnaval.
“Quem não gosta de samba bom sujeito não é” (A quien no le gusta el samba, no es una buena persona) dice una famosa canción brasileña. Se puede decir que el samba, mucho más que un estilo o género musical, es la síntesis de la diversidad de aspectos del alma y del corazón brasileños, evidenciando lo que tenemos de más genuino: la alegría de vivir.