Stormy weather
Gatsby y Ashleigh estudian Artes. Con la excusa de una entrevista a un director de cine, van a pasar un fin de semana a Manhattan, que para Gatsby se plantea pleno de romanticismo y para Ashleigh repleto de nuevas aventuras. Pero llueve. Y aunque siempre que llovió paró, mientras llueve la gente se comporta distinto. Obviamente se pone más húmeda y resbaladiza, pero al mismo tiempo se vuelve más proclive a la introspección, a dejar que aflore el brillo que el sol le opaca, a permitir que la lluvia se lleve toda esa pátina de falsas melodías que no son otra cosa más que puras disonancias.
La trama en este caso es muy poco importante. Los romances cruzados, o el descubrimiento del deseo, o la revelación de quiénes somos, no ocupan un lugar preponderante. Woody Allen hace mucho tiempo que se ha vuelto cínico y amargo, pero esta vez, y aunque no se lo valore en su justa medida, ha resuelto una película que, si fuera la última (que no lo es, porque ya terminó Rifkin’s Festival en España), sería una especie de testamento sobre su juventud en otros tiempos y en otro mundo.
Muy pocas películas en su vasta filmografía tienen como centro a los jóvenes, y aquí esa juventud trémula que se expresa esplendorosa en los cuerpos y miradas de Timothée Chalamet, Elle Fanning y Selena Gomez no sólo remite a los años cincuenta, cuando Allen tenía la edad de sus personajes, sino a los gloriosos años treinta, anteriores al Código Hays, esa nefasta censura encubierta ‒o descubierta, según se mire‒ que quiso moldear, a través de la producción cinematográfica, las pulsiones humanas de acuerdo a lo moralmente aceptable. Un día lluvioso en Nueva York debiera haber sido una película en blanco y negro, claro, pero la luz irreal y dorada de Vittorio Storaro sólo se enfría cuando los personajes descubren el mundo tal como es. Woody Allen, a los ochenta y tres y en plena borrasca, sabe que el mundo y el amor a veces son tan fríos como la muerte. Y, sin embargo, se permite festejarlos y sonreír, aunque las cosas no vuelvan a ser nunca más como quisiéramos que fueran.