EL DIARIO DE AYER
William Lyon Mackenzie King (1874-1950) fue Primer Ministro de Canadá entre 1921 y 1930, y entre 1935 y 1948. Como el gobierno de Canadá es una monarquía parlamentaria federal, Mackenzie King gobernó bajo los reinados de George V, Edward VIII y George VI, monarcas del Reino Unido. Esto puede indicar la importancia del personaje protagonista de esta película, pero no nos encontraremos al verla con una película histórica como, por ejemplo, aquella égloga a Winston Churchill cuyo retrato interpretara Gary Oldman en Las horas más oscuras, tan apegadoa un realismo producto de la corrección política del momento.
William Lyon Mackenzie King (1874-1950) fue primer ministro de Canadá entre 1921 y 1930, y entre 1935 y 1948. Como el gobierno de Canadá es una monarquía parlamentaria federal, Mackenzie King gobernó bajo los reinados de George V, Edward VIII y George VI, monarcas del Reino Unido. Esto puede indicar la importancia del personaje protagonista de esta película, pero no encontraremos una película histórica como, por ejemplo, aquella égloga a Winston Churchill cuyo retrato interpretara Gary Oldman en Las horas más oscuras, tan apegadoa un realismo producto de la corrección política del momento.
La película de Matthew Rankin está más cerca del martirio de San Sebastián visto desde el prisma gay del Sebastiane de Derek Jarman, o de la instalación de los fastos de la muerte en La muerte de Luis XIV, de Albert Serra, y tiene ese sentido del humor corrosivo propio de la sátira que hiciera célebres a los Monty Python. Porque The twentieth century es una sátira surrealista sobre la historia canadiense, que se permite presentarnos al futuro primer ministro como un onanista consuetudinario, a ciertas figuras de la historia canadiense en sitios anacrónicos respecto de su participación en la vida del país, a las convicciones de un político como producto de sus propias frustraciones, y a la sexualidad del poder como el espacio más resbaloso de las oficinas de gobierno. Porque The 20th. century se niega a mostrarnos la materialidad histórica de Canadá como un compendio de acciones más o menos valerosas, más o menos trascendentes; es un desaforado intento por darle a la Historia una mirada cruzada por interferencias cronológicas y sentidos contrapuestos, cuyo fin sea, tal vez, y a juicio de quien esto escribe, que la mirada del espectador pierda brutalmente la inocencia.
Como proviene de una cinematografía cuya distribución se ve oprimida por sus inmediatos vecinos continentales, quizás este fin no se cumplimente más que entre aquellos que la vean en festivales o como una de las tantas rarezas que circulan por la red. Sería un despropósito que un número mucho más grande de espectadores no conociera una película que construye, con herramientas del cine expresionista, del cine de propaganda de entreguerras, del cine experimental de las vanguardias, y de los grandes melodramas que poblaron las pantallas en la primera mitad del siglo XX, un fresco del siglo pasado que, travestido y a esta altura del siglo XXI, pareciera que estamos condenados a volver a bocetar.