Banzai.
Por Carlos Diviesti.
Imagínense a dos hombres de contextura física grande, de más de un metro ochenta de estatura y ciento cincuenta kilos, con el pelo largo recogido en alto, casi desnudos, enfrentándose en el círculo de un dojo de arcilla y arena, en cuclillas, sostenidos por las puntas de los pies, la mirada aguda en el semblante del otro rikishi, y que a punto de clavar el puño en la arena lanzan su carga inicial en un combate de fuerza donde deben desestabilizar al oponente para hacerlo caer o para sacarlo del límite de la liza. Eso es todo. Eso es el sumo, al menos para la mirada occidental.
Sin embargo, es otra cosa. En este documental de Eiji Sakata (presentado en el festival virtual de cine japonés del JFF Theatre), que sigue en la preparación para los torneos de enero y mayo a Gotaro Goeido y Ryuden Goshi (dos rikishi ampliamente reconocidos en Japón, cuyo nombre real deja de tener importancia cuando se transforman en luchadores profesionales), comprenderemos el valor ritual definitorio que tiene el folclore japonés, y por qué estos hombres, a quienes nuestra mirada en este lado del mundo vería casi como obesos mórbidos monstruosos, ridículos y hasta infantilizados a causa de su vestimenta, son el resguardo del honor samurái y de las tradiciones más atávicas del país y su región de influencia.
Más que un arte de la guerra, el sumo circula alrededor del sintoísmo, la religión indígena del Japón, y sin subrayados didácticos innecesarios, Sakata nos induce a investigar por qué un aspirante a yokozuna debe llevar una vida casi monacal dentro de un establecimiento en el que entrenan diariamente y donde viven, de acuerdo al rango, en comunidad o en austeras habitaciones que casi parecen celdas.
Y también Sakata nos permite asentir o disentir con los matices que Goeido o Ryuden aportan respecto a su preparación: mientras Goeido se siente empequeñecer luego de cada combate y cada día a lo largo de la quincena que dura el torneo, y les recomienda a los aspirantes a futuros rikishi ser estoicos en todos los órdenes de la vida, Ryuden sostiene que el poder del sumo reside en no abandonar nunca el sueño de ser cada día más fuertes.
Y mientras tanto, Sakata también nos muestra que ser agradecido con estos luchadores que se prestaron al retrato de la cámara, puede derivar en una cena en la que treinta de ellos comen lo que comen doscientas personas, y que a la producción le puede costar algo así como 800.000 yenes… o cinco mil dólares.