Otra tragedia americana.
Por Carlos Diviesti.
Las cuatro películas que componen la saga de Toy Story (1995, 1999, 2010, 2019) tienen, entre otros entrañables personajes, el protagonismo absoluto del vaquero Woody y del astronauta Buzz Lightyear, resumen de los caracteres más representativos del cine de género durante el siglo XX, que edificaron el heroísmo en la pantalla y que tanto le deben a la literatura barata y de bolsillo. Entre ambos, y a través de la cada vez más sorprendente técnica de animación que les da vida, no solo consiguieron instalar a Pixar como la mayor usina de ingenio que diera Hollywood en los últimos cincuenta años (la otra podría ser Lucas Films, la empresa que la desarrolló a partir de 1984 como The Graphics Group, pero Pixar no redujo su ingenio solo a las mejoras técnicas para el sonido y la imagen, sino que lo llevó al plano narrativo y hasta, si se permite la posible exageración, al plano filosófico). Pixar, previo a su fusión con Disney en 2006, produjo títulos que hoy no solamente miran los niños como nuevos clásicos infantiles, sino que, y es lo más probable, sean sus padres quienes a través de Mike y Sully, Nemo, Dory y Marlin, Remy, Linguini o la increíble familia Parr, hayan extendido la inocencia crítica de su propia infancia. Pero a medida que pasaron los años, y esa fusión con el monstruo del entretenimiento le fue desdibujando la identidad, Pixar comenzó a dar pasos en falso que desembocan en este triste blockbuster llamado Lightyear. Claro, los pasos en falso de Pixar jamás transformarán sus películas en bodrios insalvables por los que Luxo quisiera estar apagada para no presentarlos; y la tristeza que produce Lightyear no se debe a que sea decepcionante en sí misma, sino a otros factores que intentaremos analizar brevemente aquí.
Buzz Lightyear, guardián espacial, comete un error que obliga a su tripulación de guardianes y científicos a permanecer en un planeta, planetoide o satélite sin nombre, hasta que Buzz logre conducir la nave más allá de la velocidad conocida. Cada intento por alcanzar esa velocidad, en la vida de Buzz como piloto de la nave, representa no más que cuatro días, pero en la vida de sus compañeros varados son más o menos cuatro años; esta situación no solo lo lleva a perder sus afectos, también permite que se edifique una nueva civilización humana en ese sitio. Y ahí se queda el ingenio. Lo que para Pixar podría haber sido una película sobre la obsolescencia de la tecnología o sobre el rencor que producen las frustraciones en la vida de cualquiera (¡en el tráiler inicial de la película se escuchaba ‘Starman’, de David Bowie/Ziggy Stardust!), para Disney se reduce a una aventura espacial que remeda títulos que van desde Star Wars a Tron, desde Viaje a las estrellas a Interestelar, y que quisieran emular ciertos pasajes de las tres Volver al futuro. Pero lo de triste blockbuster que planteábamos en el párrafo anterior no se debe a la incongruencia o al alcance real de esta película, sino que con Lightyear quedan en evidencia las necesidades de uno y de otro estudio, cada vez más ‒hipotéticamente‒ divorciadas. Disney necesita desarrollar productos adecuados a la agenda social y política de la coyuntura, y el ingenio de Pixar (ese que conjuga figura y fondo, argumento y superobjetivo, acción y metáfora) necesita profundizar esa agenda para entregarle a los espectadores experiencias comunes y a la vez absolutamente personales. La expectativa por Lightyear era inmensa, alimentada al comienzo de la película con la leyenda que indica que esta es la película que llevó a Andy a pedirle a sus padres un muñeco de su nuevo héroe. Esa es la tragedia del título de esta nota: Pixar necesitaba hacer una película de 1995 en 2022; Disney necesitaba una película que generara divisas en las salas para no relegar las producciones de Pixar al mercado del streaming, como ya sucedió con producciones como Soul, Luca o Red. Pixar necesitaba contar que la evolución tecnológica no puede remplazar la experiencia humana; Disney necesitaba colocar una aventura espacial que, en 3D y 4D, abarrotara el candy bar antes de la función y, por qué no, durante ella. Pero claro, la tragedia es artística. Disney y Pixar son dos gigantes que pelean por el poder: por eso el mayor villano de Lightyear (cuando los villanos pareciera que deben quedar diluidos en la figura del oponente) es uno que tanto se parece, anquilosado y resentido, a uno mismo.