Los de arriba, los de abajo
En Parasite, Bong Joon-ho no habla de clases sociales o de la riqueza y la pobreza intrínsecas a cada una de ellas. Habla de “parásitos sociales” y no los critica; busca comprenderlos. Porque estos parásitos no son bichos que viven de los otros (solamente): son organismos que ascienden o descienden, según estén en el sitio que les corresponda o vayan al que desean llegar. Además, en esta película, lo parasitario, lo larvado, no es lo que cada individuo genera per se, sino lo que el capitalismo inocula en ellos. Claro, podríamos decir, parafraseando ciertas estrategias de campaña política, “es el capitalismo, estúpido”, y con eso quedarnos tranquilos. Pero no. Bong Joon-ho filma una película en la que cada guiño percibido en el guion, aunque provenga de Oriente, es un cachetazo al mundo occidental.
Eso es esta película: un cachetazo a mano llena, quizás porque, a diferencia de las grandes obras del antiguo mundo helénico, el enemigo está en lo dual y lo múltiple que habitan en uno mismo, no en el mundo que poblamos ni en la voluntad del firmamento. Que una familia pobre quiera pasar al cuarto a una familia rica, o que la familia rica se aproveche hasta la náusea de la familia pobre, tiene su correlato en esa familia trunca que pugna por sobrevivir. ¿Es la ignorancia de los ricos la que favorece la iniquidad de los pobres? ¿Es el exceso material lo que genera la animalización del espíritu? ¿Son los valores desvirtuados los que permiten la atomización del intelecto? Interrogantes que genera una película como esta, pero que (¡gracias a Dios!) no se formulan explícitamente en las dos horas de metraje. Parasite es un entretenimiento tan inteligente y tan fabulosamente puesto en escena (basta ver cada espacio vacío en el cuadro para que la ubicación de un personaje lo llene de contenido), que la historia de estas dos (¿tres?) familias nos mantendrá en vilo hasta que descubramos cuánto huele a podrido en el mundo.