Sin techo ni ley
Estados Unidos suele ocultar sus desigualdades sociales y económicas detrás del cada día más despierto “sueño americano”. La crisis que sacudió al país en 2008, tan grave como la de 1929 aunque todavía sin perspectiva histórica, dejó arruinados a muchos trabajadores en edad de jubilarse que vieron cómo el fisco les ejecutaba las hipotecas y los dejaba sin casa, por ejemplo. Muchos de ellos murieron por la angustia derivada de la corrupción del mercado y muchos otros decidieron irse.
Irse a ninguna parte, pero irse con la casa a cuestas. Rodar con su casa por las rutas del medio oeste en caravana, vivir con los trabajos temporarios y manuales que empresas como Amazon tiene reservado para ellos en épocas como la de Navidad, no pensar en el retiro ni en los años dorados que les queden por vivir. Pero como dice Jessica Bruder en País nómada ‒la crónica de estos desclasados del siglo XXI, tan parecidos a los que retrató John Steinbeck en Viñas de ira hace casi cien años–, “ser humano, ser humana significa anhelar algo más que la mera subsistencia. Además de alimento y cobijo, necesitamos esperanza”.
Nomadland, la película de Chloé Zhao que se basa en el libro de Bruder, ficciona parte de esa investigación, pero ni la noveliza ni la jibariza, en cualquiera de los múltiples tópicos en los que podría hacerlo, que sin duda la conducirían a la corrección política. Aunque Fern (el personaje que encarna Frances McDormand con una profundidad inusitada, y que merecería todos los premios que ya ganó por composiciones mucho más epidérmicas) es una construcción ficticia, muchos de sus compañeros de ruta ‒con sus nombres o con nombres inventados, no importa tanto‒ son los mismos que brindaron testimonio en la crónica de Bruder, lo que le da a la película un extraño aire de verdad, tan desusado en el cine estadounidense.
En muchos aspectos, por su libertad, Nomadland recuerda a ciertas películas de Agnès Varda; quizás se deba a que Chloé Zhao es una mujer china inmigrante en aquel país, una mujer que observa sin prisa el mundo que la rodea, y que tal vez se deje llevar desnuda por el agua de un río y no por los mares de palabras que son incapaces de expresar la tristeza en el fondo de los ojos.