Por Carlos Diviesti.
Mateína, una distopía uruguaya sobre un futuro que mucho se parece a nuestras peores épocas.
SOMBRAS EN EL PARAÍSO
Dirigida por Joaquín Peñagaricano y Pablo Abdala, Mateína posiblemente sea la primera película distópica uruguaya, si es que El dirigible no se considera tal. En 2045, Moncho y Fico, dos traficantes de yerba mate, droga prohibida por el consenso de las naciones, deciden traer veinte kilos desde Paraguay, desafiando a la ley y sin saber que están a un paso de convertirse en héroes, como le dijo Mascherano a Chiquito Romero antes de los penales en aquel partido contra Holanda en el Mundial 2014. La gente, de manera subterránea, mantuvo la resistencia a la prohibición de la yerba, y que dos vayan a buscarla a Paraguay indica que gracias a ellos los buenos tiempos van a volver. O los malos, porque quizás convenga volver a los malos tiempos conocidos que a los buenos tiempos por conocer. Aunque es una coproducción con Brasil y Argentina, ninguno de estos dos países podría haber mezclado con tanto sentido del equilibrio la sátira y la ridiculez sin perder la mueca de falsa resignación e indisimulable indolencia tan claramente charrúas. Los entendidos sabrán entender lo que voy a decir: Diego Licio, el Moncho, es la reencarnación de Matti Pellonpää, aquel bufo extraordinario que se transformó en el álter ego de Aki Kaurismäki en tantas películas. Solo una máscara como la suya puede mostrar con tanta convicción la transición entre lumpen e ídolo mientras le sacan una selfie con una Polaroid. Uno de mis nuevos favoritos de la pantalla.