TIEMPOS MODERNOS
Cada año que pasa el Oscar pierde un poco más de prestigio. Hace mucho, mucho tiempo, que ya no es termómetro del arte cinematográfico ni le mueve el amperímetro a la industria propiamente dicha. Las películas que más dinero recaudan a lo mejor obtienen alguna nominación en rubros menores como Maquillaje y Peluquería, Efectos Visuales o Edición de Sonido pero, excepto el año pasado con la rara avis de Black Panther (Ryan Coogler, 2018), sin dudas la mejor película del lote de las mejores, esas películas no consiguen la tan ansiada nominación como Mejor Película. Y tampoco importa tanto hoy por hoy. La historia del cine que se escribe en el siglo XXI no tiene en el Oscar la medalla al prestigio que supo tener entre los años ‘30 y los ‘80 del siglo XX. ¿O Green Book (Peter Farrely, 2018) es una película que la gente recuerda con cariño en conversaciones de sobremesa, un año después de haber conquistado al hombrecito dorado desnudo?
Sin embargo el Oscar siempre tiene temas de agenda que tratar. Este 2020, que premia la producción de 2019, el Oscar tuvo desde el principio una de sus más firmes candidatas en una producción surcoreana que, desde su coronación en el Festival de Cannes el año pasado, donde ganó la Palma de Oro (a criterio de quien suscribe, el único premio mundial que conserva parte de su prestigio), se ha convertido no sólo en tema de conversación para quienes la hayan visto sino que fortaleció ciertos parámetros a los que Hollywood ya no puede mirar de costado. Parasite (Gisaenchung, Bong Joon-ho, 2019), con mucha más contundencia que Roma (Alfonso Cuarón, 2018) viene a demostrar que Hollywood, hoy, es un cartel publicitario de chapa pintada de blanco clavado en una colina rodeada por una nube de smog. La industria del entretenimiento está anclada cada vez más en Asia, más precisamente en China, Japón y Corea del Sur, y no pasará mucho tiempo para que la industria del cine americano, para sobrevivir, se convierta en socio minoritario de los tanques que se producen cerca del Sol Naciente.
Parasite se merece el Oscar, pero el Oscar como Mejor Película para Parasite pareciera tener algo de rendición. Cuidado, que Hollywood no está dispuesto aún a capitular. ¿Parasite es otra extravagancia? Para algo, como para Roma el año pasado, existe la reformulada categoría de Mejor Película Internacional. Y este cambio de denominación merece un breve análisis. Best International Picture no es lo mismo que decir Best Picture in Foreign Language. ¿Hollywood se resigna, sí, con este cambio de nombre, a darle una entidad más contundente al resto del mundo porque deja de nombrar a sus películas como películas en “idioma extranjero”? Uno tiende a pensar al respecto más que en corrección política en lisa y llana resignación. Las películas internacionales, lentamente, se están transformando en el oxígeno de una industria cuyo vacío de contenido se asemeja a un agujero cada vez más negro. Hollywood se hizo fuerte entre las entreguerras del siglo XX cuando importó tantos artistas valiosos de países diezmados y les dio casa y piscina. Es probable que vuelva a suceder lo mismo, pero ahora, queda claro que el inglés pierde fuerza como lengua dominante, y que a lo mejor haya que recurrir a los subtítulos.
Entonces, es muy probable que después del triunfo de Parasite en los rubros de Mejor Película, Mejor Película Internacional, Mejor Director y Mejor Guión Original, más que el triunfo del universo en la casa de los valientes es un espaldarazo para Bong Joon-ho nomás, la joya de la que hay que apropiarse para sobrevivir. La industria del entretenimiento necesita cabezas abiertas que le den a las películas ese toque que lleve a los espectadores también a reflexionar, como ocurría hasta hace no más que veinte años atrás, y que en la contemporaneidad quedó a cargo del cine independiente. Sin embargo quizás esto no sea la necesidad de educar al soberano, sino una forma de armarse contra la guerra declarada al streaming. La película anterior de Bong Joon-ho fue Okja, producida por… Netflix.
El año pasado el streaming hizo su estruendoso debut en los Oscar con una película mexicana. Este año las producciones de Netflix ya son netamente locales, y son además las que mayor prestigio artístico cargan en su metraje. El irlandés (The irisman, Martin Scorsese, 2019) e Historia de un matrimonio (Marriage story, Noah Baumbach, 2019) son dos de los argumentos mejor contados de esta selección, sin embargo no ganarían el premio a la Mejor Película porque Hollywood (al igual que ciertos espectadores, entre los que se incluye quien suscribe) no se doblegará ante el cine en casa respecto del cine en las salas de cine. A Hollywood le costó unos cuantos años darle el premio a la Mejor Película a una producción surgida de la televisión como fue Marty (Delbert Mann, 1955), por lo que Netflix seguirá creciendo y se cuajará de Oscars en algunas ediciones más. Pero todavía no.
Si Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) perdió el premio de la Academia frente a Rocky (John G. Avildsen, 1976) en 1977 fue por esa hibridez entre sociopolítica, drama y tragedia que espantaba al público de a pie, hasta que el público de a pie comprende el sino de ese tiempo y apenas dos años después respalda una producción que conjuga los géneros con cínico patriotismo, como fue el caso de El francotirador (The deer hunter, Michael Cimino, 1978). Este no es año para Joker (Todd Phillips, 2019), más allá de que hayamos expresado por qué no es una gran película desde estas mismas páginas. Los productores de la segunda mitad del siglo prefieren el revisionismo histórico de Argo (Ben Affleck, 2012) al cinismo (bienpensante) del Guasón y su mirada hacia los años ‘70. Que sea la película más nominada de la producción 2019 quizás se deba al impacto local y mundial en la taquilla, como siempre pasó y como siempre pasará. Pero fijémonos que el respaldo a Joker en el Festival de Venecia (donde ganó el León de Oro), más que legitimar una historia surgida del cómic, demuestra aquello de lo que hablábamos. Hollywood, más que antes, observa que el mercado internacional es la mejor manera de salvar la plata más que de ganar prestigio. El furor Joker, incluso con esa carga de pesimismo artificial, tuvo escala planetaria.
¿Jo Jo Rabbit (Taika Waititi, 2019) y su falsa comedia sobre el Holocausto se merecen el Oscar? ¿1917 (Sam Mendes, 2019) y su proeza técnica sin heroísmo se lo merecen más? ¿Érase una vez en… Hollywood (Once upon a time in… Hollywood, Quentin Tarantino, 2019) y su optimismo nihilista tendrían que tener mayores chances? ¿Contra lo imposible (Ford vs. Ferrari, James Mangold, 2019) y su glorioso estilo old fashioned son los mejores depositarios del premio? Quizás la mejor película de la producción 2019 en esta lista arbitraria (faltan tantas películas, como suele suceder) sea Mujercitas (Little women, Greta Gerwig, 2019). Mujercitas, más allá de su mirada aggiornada a la agenda, al clasicismo de su fuente y a ser la enésima versión (entre el cine y la televisión, entre largometrajes y seriales) de la misma, es pura luz, pura construcción de verosímil, puro impulso de sus actores (fíjense si pueden abstraerse de otra cosa que no sea la imagen de Saoirse Ronan, ¡Florence Pugh!, Timothée Chalamet y Louis Garrel cuando están en pantalla), y, por fin, puro relato.
Y sí, la decadencia de Hollywood empezó cuando dejó de preocuparse por las historias que cuenta. Y hoy, cuando la literalidad hace estragos en la imaginación, ver cómo se construye el tiempo sobre una tela blanca debiera no ser un escape ni una razón de estado, sino la mejor manera de comprender el propio curso en la vida de este mundo.