CUENTO DE VERANO
Por Carlos Diviesti
Los héroes y heroínas de Eric Rohmer muchas veces no superan los veinte años; los de esta película ya pasaron los treinta, pero conservan ese espíritu adolescente, entre lúdico y conflictuado que tan bien le sienta al cine. Vito, Francesco y Luis, los héroes de Jonás Trueba, metidos en una van que les queda apretada, se van para Francia por algún motivo. Antes de irse Vito le pregunta a la mesera del bar cómo se pronuncia rêve y la mesera, de quien cualquiera podría enamorarse a primera vista, lo corrige. Francesco, cuando paran a comer por ahí en el país vasco, está más pendiente de su teléfono celular que del sándwich o de prestarle atención a sus compañeros. Luis parece el más risueño y a quien los pelos (como también dice Chus Gutiérrez en una entrevista del diario) le dan felicidad. ¿Adónde van en esa van que tiene stickers pegados escritos en francés o en alemán? El primero que devela su motivo es Francesco, o mejor dicho, Renata devela el motivo, porque es ella quien va a buscarlo a la van en Toulouse. Y luego Luis con Isabel, quien parece que tiene un amorío en Annecy, y más tarde Vito. Y sí, el motivo es el amor, el amor lejano, el amor perdido, el amor ideal. Y bien lo dice Luis en una comida, no es lo mismo la emigración que el exilio, y bien lo comprende Vito cuando se encuentra con su amor en París: el amor está en todas partes salvo en uno mismo.
Así de leve es LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS, pero no confundir levedad con un globo lleno de aire. Si nos dejamos llevar por los créditos finales, Jonás Trueba indica que esta película es el resultado de haberla armado sobre la marcha durante ese verano en el que se fueron a Francia (seguramente a un festival de cine), y con el libro del mismo título de Edward Hallet Carr en la guantera de la camioneta. Pero no, es difícil de creer que haya sido así y nada más. En LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS hay muchas ideas planeadas de antemano, como la de incluir la figura del romántico (el artista del movimiento así llamado) en la figura del iluso, y dejarle la revolución contra las ilustraciones de siempre a la mujer (las mejores citas son a textos de Natalia Guinzburg, una romántica italiana del siglo XX), porque la mujer se sacará la ropa cuando quiera. Y los actores, quienes tienen los mismos nombres que sus personajes, no construyeron los personajes de manera improvisada. En cada uno hay tantos matices como piden las situaciones, y tanta verdad como les permite la ficción que se va construyendo de a tramos, como al relatar un viaje. Sí, claro que se parece mucho a Rohmer, sobre todo en esa magnífica secuencia en la que Vito le confesará su amor a la chica francesa que conoció el verano pasado, y ese parecido le sienta de maravillas a la película de Trueba. Es ahí donde LOS EXILIADOS ROMÁNTICOS se vuelve más interesante, cuando se vuelve cuento y no se deja llevar por la obviedad de la música (de una chica que toca la guitarra y canta canciones sin demasiado trino). Y es entonces cuando descubrimos que si esta película perdurará en la memoria, como las montañas azules al atardecer, es porque a todos nos pasa que a cierta idea del amor y a ciertos momentos de la juventud, esos momentos en los que no es necesario tomar decisiones, habremos de exiliarnos inexorablemente alguna vez.