Por Carlos Diviesti.
¿Cómo contar la guerra civil sucedida hace cien años en cierto país, y cuyas brasas todavía arden en los campos intelectuales? Para eso sirven las fábulas, para enmascarar el dolor detrás de una canción o en el cuerpo de un animal inocente.
En Los espíritus de la isla hay una canción, la que quiere componerle Colm a los fantasmas melancólicos que habitan esa isla irlandesa, y hay también un animal inocente, la burrita de Pádraic, o el pobre de Dominic, que no será un animal pero todo el mundo lo maltrata.
Y hay un conflicto sordo entre seres que se consideraban hermanos como Colm y Pádraic, un conflicto que amenaza con transformarse en guerra y que incluso se cobra vidas que no merecen terminar, y que además expulsa a quienes podrían desarrollar los ingenios del pueblo como Siobhán, la hermana de Pádraic, apasionada por la lectura.
El tiempo, como las fábulas, permite observar la historia con una abarcadora lucidez. Martin McDonagh no necesita del Oscar para confirmar su camino a la maestría, y tampoco lo necesitan Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon y Barry Keoghan, para narrar el trágico ascenso del IRA (Irish Republican Army) en la vida cotidiana de Irlanda. Y además no hacen falta los Oscar para recordar cuáles eran los colores previos de una nación aún tiznada por el gris inefable de la muerte.