El sol sale para todos.
Por Carlos Diviesti.
Giovanni está casado hace como cuarenta años con Paola y tienen una hija, Emma, que se ha puesto de novia y ya no tiene tiempo para sentarse a ver Lola con su padre y con su madre como cuando era chica y su padre, en la víspera de comenzar un nuevo trabajo, se sentaba puntualmente a ver Lola de Jacques Demy con Paola y Emma.
Evidentemente los tiempos han cambiado y Giovanni quiere dar cuenta de eso en su próxima película, esa que el plantón de su hija por el novio (su novio es un viejo más viejo que él) y el plantón de su mujer por la nueva producción que ha encarado (la primera que Paola encara fuera del matrimonio, porque Paola sólo fue productora de Giovanni) lo llevan a pensar que será un desastre. Porque qué más desastroso para el pueblo húngaro, cuando quiso recuperar su autonomía política, que el aplastamiento por las fuerzas soviéticas de aquella revolución que duró menos de veinte días y que hasta volteó el monumento a Stalin, y que el Partido Comunista Italiano se alinee a los soviéticos y le dé la espalda a la troupe del circo llegado de Budapest con tigres, leones, caballos, un forzudo y algunos trapecistas.
Eso es una historia digna de ser contada en una película, no como esa que produce Paola y que lo único que pareciera sostenerla es una violencia de pacotilla y sangre de utilería, una que Netflix seguramente distribuya en ciento noventa países, ¡ciento noventa países!, ciento noventa países homogeneizados en el gusto. ¿Pondrán plata los coreanos cuando el coproductor francés desaparezca con una sonrisa? Claro, así de derivativa es Lo mejor está por venir, dueña de un ida y vuelta por la lucidez y la confusión, la realidad y lo ilusorio, la quietud y la furia, la historia y las conjeturas, el pasado y el presente, y, sin ser una obra cumbre en la filmografía de Moretti, se permite bailar con la más fea de las decepciones y especular con un porvenir brillante y a todo ritmo. Cuánto es eso en los tiempos que nos tocan en suerte, ¿no les parece?