El cine y la televisión retoman a los clásicos
Por Sofía Castaño
Los clásicos son las obras que a lo largo del tiempo vuelven a visitarse en diversas formas y continúan teniendo vigencia, es decir que siguen provocando en su audiencia un efecto significativo. Lo que a veces olvidamos es que ese efecto no necesariamente es el mismo que provocó el clásico en sus contemporáneos. Sin duda es más fácil encontrar las diferencias entre el público original de Shakespeare y el lector actual, pero para pensar las diversas formas en que los lenguajes audiovisuales citan y retoman a los clásicos, podemos comenzar por una zona gris: un clásico cinematográfico retomado por la televisión sólo unas décadas más tarde.
CSI Crime Scene Investigation y ‘Rashomon’
En la sexta temporada de la serie de televisión policial CSI Crime Scene Investigation el episodio titulado Rashomon se estructura como una sucesión de relatos en primera persona, mostrando diferentes puntos de vista sobre una misma escena del crimen: durante una boda, la madre del novio fue asesinada y, por un simple error, la Policía perdió toda evidencia física. El título y la serie de relatos hacen referencia al film Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), en el que tres hombres se encuentran por casualidad al buscar refugio de la lluvia en el mismo sitio. Dos de ellos acaban de observar y participar en un interrogatorio sobre la misteriosa muerte de un hombre en el bosque, y le cuentan lo que escucharon al tercero. Los testimonios se contradicen entre sí y por lo tanto ninguno es del todo convincente. Lo que prima es la sensación de haber sido receptores de una sucesión de mentiras. Cada relato comienza verbalmente pero pronto se convierte en imágenes, por lo tanto la desconfianza se extiende al relato cinematográfico: no sólo oímos a personajes mentir sino que observamos cómo el cine también miente. Esta alerta hacia el espectador es el sentido último del film, y se refiere no sólo la desconfianza hacia nuestros semejantes sino principalmente a la imposibilidad de conocer la verdad: “Cuanto más oigo, más confuso estoy”, declara uno de los personajes.
El sentido que propone el episodio de C. S. I.… es justamente el opuesto: la sumatoria de datos lleva al conocimiento de la verdad. Aunque esta idea se construye principalmente a través del argumento, los aspectos audiovisuales colaboran al evitar que el espectador dude del relato televisivo: si bien los personajes tiñen sus recuerdos de impresiones personales, el espectador puede distinguirlas de la ‘verdad objetiva’ del relato televisivo ya que cada uno de los ‘recuerdos’ tiene una particular composición, amplitud y movimiento del plano. En enorme contradicción con el clásico que cita, este episodio (y en general toda esta serie de televisión) retrata la verdad como algo que, lejos de tener caras incompatibles según cada sujeto, es pasible de ser conocida a través del relato de seres humanos.
Lisístrata en Chicago
Chi-Raq hace explícita su cita a Aristófanes a través de Dolmedes, un personaje que mantiene una conexión directa con el público, hablando a cámara y comentando la acción. En cuanto comienza el filme, Dolmedes anuncia que esta es una historia creada por Aristófanes en la antigüedad y que el filme la lleva al actual Chicago (llamada “Chi-Raq” en analogía con Iraq, por contar tantas muertes anuales como una zona de guerra). Si bien Chicago y la Atenas de Aristófanes tienen en común el problema de la violencia que está devastando su sociedad, Chi-Raq debe marcar su distancia con el humor de Lisístrata porque este hoy se vuelve inaceptable: se narra la historia de un grupo de mujeres que se niegan a tener sexo con sus parejas para forzarlos a firmar la paz con sus enemigos. En un contexto de violencia en el que las mujeres también son víctimas de la violencia sexual, no traer a colación este problema podría considerarse una omisión imperdonable. Pero al mencionar a Aristófanes, Chi-raq se desliga hasta cierto punto de esa omisión.
La cultura griega antigua forma parte de nuestro bagaje cultural incluso si nunca leímos su literatura. Desde el llamado complejo de Edipo hasta el caballo de Troya: los personajes míticos y legendarios griegos son también nuestros. Chi-Raq no se limita a buscar una complicidad erudita de los especialistas sino que apela al conocimiento generalizado de ‘lo griego’. Por eso el enfrentamiento que desata el conflicto es entre troyanos y espartanos (estos últimos popularizados en la última década por la saga 300) y aparecen personajes con nombres populares –Edipo, Cíclope y Apolo–, aunque su presencia no tenga ni la más mínima rigurosidad mítico/histórica. Estas referencias no sólo funcionan en un aspecto cómico, sino que también remarcan todo el tiempo que estamos viendo una ficción, de la misma forma que lo hacen las frecuentes apelaciones de Dolmedes al espectador.
Además de las tácticas que mencionamos (a las que se suman los diálogos en verso y el absurdo e inverosímil final feliz), este filme recurre a estrategias no tan ampliamente conocidas del teatro griego antiguo. Los hechos de violencia física nunca eran representados en escena a través de acciones, sino mediante símbolos como manchas rojas que representan la sangre y el asesinato. Siguiendo este modelo, en Chi-Raq la muerte de una niña que podría haberse convertido, con la exhibición de su cadáver, en un golpe bajo que ganara la piedad del espectador, se representa simplemente mediante un bulto cubierto con un paño blanco manchado de sangre, y más tarde a través de la sangre en la calle que su madre intenta limpiar.
El culto es parte de toda dramática griega antigua, ya que el teatro se presentaba en el contexto de festividades religiosas. Pero además las historias que el teatro (principalmente la tragedia) llevaba a escena siempre incluían un aspecto religioso, ya que hablaban de épocas en que los dioses intervenían activamente en el destino de los hombres. Este aspecto de la cultura griega es a veces difícil de incluir en una industria cultural que, como vimos en el caso de C.SI.… insiste en un pensamiento racionalista. Un ejemplo claro es Troya (Wolfgang Petersen, 2006), la versión del siglo XXI de la mítica guerra. En la tradición griega e incluso romana, esta guerra tuvo una enorme participación de los dioses. Por ejemplo, en Ilíada, el poema homérico que narra un breve fragmento de la guerra, cuando Héctor (príncipe troyano) sale al campo de batalla, Apolo guía su espada tomando él mismo su brazo. Sin embargo, en la película el príncipe rechaza, incrédulo, toda relación con los dioses. Héctor es un personaje positivo y, como tal, en una cultura racionalista no puede ser presentado como partícipe de lo que hoy consideraríamos superstición.
Pero Chi-Raq no le da la espalda al culto. En el teatro griego lo religioso se unía a lo político por ser la oportunidad en que la ciudad se reunía ante un escenario que hablaba de sus conflictos actuales incluso si los protagonistas eran héroes de tiempos lejanos. Aunque Lisístrata no tiene en su argumento ningún aspecto religioso, Chi-Raq retoma esta unión entre la política, la religión y la participación ciudadana al convertir la misa por la muerte de una niña en un espectáculo en el que hay música, bailes y un orador que habla a los fieles y los incita (no sólo con su elocuencia sino también con una recompensa monetaria) a dar información que lleve a descubrir al asesino. Lejos de la incredulidad que muestran los protagonistas de Troya, la religión se muestra como un ámbito de encuentro para la comunidad, de forma análoga a su función en el contexto del teatro antiguo.
El poder del humor
Los clásicos nos son sólo obras a las que volvemos, sino también aquellas que, desde tiempos más o menos lejanos, iluminan nuestro presente. La sospecha que instaura Rashomon no sólo ante los relatos de los hombres sino también ante el relato cinematográfico hace aún más evidente las estrategias televisivas para convertir a su audiencia en receptores crédulos y pasivos. Lisístrata es desde hace tiempo un antecedente conflictivo de la comedia porque su argumento puede considerarse hoy la frivolización de complejos problemas de violencia y de género. Sin embargo, Chi-Raq logra devolverla a su lugar de clásico al tratarla como la historia de algo imposible de conseguir. Por supuesto que las mujeres no podemos lograr la paz mundial simplemente negándonos a tener relaciones sexuales, pero eso no significa que no haya nada que podamos hacer. A través de su humor, de su juego entre lo antiguo y lo actual y de la incómoda posición en que ubica al espectador entre la distancia y la cercanía, Chi-Raq promueve un ejercicio crítico en su audiencia. Como comedia, no niega el final feliz, pero al volverlo tan absurdo (asesinos que confiesan sus crímenes, empresas multinacionales que garantizan empleo, paz mundial) impide que el espectador se mantenga pasivamente en esa felicidad. Ni una huelga de sexo ni una película sobre la violencia lograrán la paz mundial, pero ambas pueden llevarnos a preguntarnos qué otra formas tenemos de hacer que la paz sea posible.