El cazador de ciervos
Carlos Diviesti
En El sargento York, Gary Cooper, como el sargento Alvin York del título, obtiene la Medalla de Honor en la Primera Guerra Mundial por dominar las posiciones enemigas a pura estrategia. Howard Hawks, el director de esa película, se caracterizaba por filmar sus historias a la altura de los hombres (a la altura física de una persona, no se metía en cuestiones morales directamente) y evitaba que los movimientos de cámara fueran notorios para no distraer al espectador con tecnicismos superfluos. Lo importante en El sargento York, o en cualquier película de aquellos años (los ’40, los de la Segunda Guerra Mundial, los de todo lo que pasó y modificó el mundo para siempre) era que la gente viera las acciones y escuchara los sucesos. Por eso estas películas quedan grabadas en la memoria colectiva y son referentes no solamente de una época o de una estética, sino de su período histórico.
Alvin York vivió entre 1887 y 1964 en Tennessee; es, por ello, un personaje de la vida real al tiempo que un héroe para sus contemporáneos, más allá del cine. Chris Kyle, el Demonio de Ramadi, también. Chris Kyle vivió entre 1974 y 2013 en Texas, y fue, de acuerdo a las crónicas que lo recuerdan, el francotirador más letal en la historia de las guerras de los Estados Unidos. Aunque ganó estrellas de plata y de bronce, no la Medalla de Honor, por sus servicios a la nación, es considerado un héroe moderno y necesitaba su película. Clint Eastwood la hizo. Se llama Francotirador, un título menos totalitario que American sniper.
De acuerdo a lo que plantea su biografía, Chris Kyle mató cuarenta insurgentes iraquíes en un solo día y a los ocho años era un as cazando faisanes, codornices o ciervos. La película muestra estas habilidades como así también aquellas que le permitieron ser una promesa en los rodeos, y su necesidad de ser un valiente defensor de aquella escala que determina la conducta de la sociedad en la que le tocó vivir, esa escala de los preceptos religiosos y del cinturón en la mesa si el padre se enteraba que ese que los amedrentaba a él o a su hermano no recibía su merecido con los puños llenos de hombría.
El tiempo de Chris Kyle, el de su heroísmo, fue el de la guerra de Irak a comienzos del siglo XXI. Esas guerras tecnológicas y lejanas, con nubes de polvo y enemigos malísimos, dignos de cualquier película de propaganda de otras épocas, tan alejadas de esas guerras mundiales que hoy parecen conflictos románticos. Chris Kyle, emergente de una sociedad menos inocente pero no necesariamente con mayor conciencia o profundidad de entendimiento, murió en manos de otro francotirador en su Texas natal, alguien que estuvo destinado a su misma guerra y que aparentemente sufría desórdenes mentales. Al final la película se encarga de remarcar esos desórdenes mentales con la imagen patológica del evidente asesino, pero no cuenta que Kyle debía enfrentar un juicio que también envolvía al gobernador de Minnesota. La película prefiere bucear en la relación entre Chris y su esposa Taya, en el amor que se profesaban y en la obsesión de Kyle por terminar con su némesis iraquí, apodado Carnicero. Y en las masas que lo vivaron durante sus exequias.
A Clint Eastwood ciertos críticos lo comparan con aquellos viejos maestros del cine como el citado Hawks, o John Huston, o el mismísimo John Ford. Todavía no entendemos bien por qué. ¿Será porque en Los imperdonables filmó unas cuantas panorámicas como en los viejos westerns? ¿O porque en Million dollar baby se mete con la eutanasia sin que se le tuerza un músculo? ¿O porque, como aquellos viejos maestros, glorifique la violencia latente en el ser humano? A lo mejor es por eso, no tenemos una respuesta adecuada para dar. Sí podemos decir que, a diferencia de aquellos artífices del olimpo hollywoodense, Clint Eastwood filma películas con una indudable bajada de línea política (Río místico es quizás la más recalcitrante sugerencia a tomar justicia por propia mano), de impostado compromiso moral (Grand Torino, Cartas desde Iwo Jima), y de soberano aburrimiento o gravedad inútil (Medianoche en el jardín del bien y del mal, Cazador blanco, corazón negro).1
Entonces, ¿qué defiende en última instancia Chris Kyle en Francotirador, los objetivos presupuestos por los mandos o la vida de sus compañeros de equipo? Si es lo segundo, ¿por qué esa defensa se parece más a una justa deportiva que a una escaramuza bélica (si hasta el gran villano del desierto es un atleta olímpico)? Y a todo esto, cuando se nos da por pensar en este asunto, ¿de qué lado está Clint Eastwood, del lado del hombre sin nombre que lo hizo famoso en la trilogía del dólar de Sergio Leone, o del de la pantalla de realidad virtual que propone este videogame harto extendido y vacuo?
Es verdad, no caben dudas: Clint Eastwood a los 84 es el último dinosaurio del cine moderno. El ritmo sincopado de las imágenes, ese que fuerza el crescendo de la estructura dramática del guión, visto a través de sus ojos altera el flujo sanguíneo de nuestro cuerpo. Pero a la hora de razonar la historia que cuenta Clint Eastwood, ¿podemos estar seguros de que es una historia contada por un humanista? Nadie pide que hoy se filme como ayer, pero se extraña demasiado que estos maestros innecesarios (¿necesitamos maestros en esta época?) no hayan asimilado la enseñanza de los maestros verdaderos para reformular el mundo nuestro.
Esa escena en la que Chris Kyle tiene en la mira a un niño iraquí a punto de lanzar una granada, y que por corte directo nos lleva a ver a Chris Kyle niño disparándole a un ciervo, y matándolo, al tiempo que su padre asegura que Chris tiene un don por su puntería y que jamás debe dejar el arma en tierra, ¿habla sobre la puntería, sobre la habilidad del guerrero, sobre la debilidad del inocente, sobre la primacía de la fuerza, sobre qué? ¿Es necesario que Francotirador sea una película belicista o antibélica? No, para nada. Nadie pide metáforas como en La gran ilusión, de Jean Renoir, esa en que los personajes en el campo de prisioneros se comportan como niños para no añorar la libertad. Sí es necesario que sea una película honesta, del todo honesta. Y como Francotirador no propone entretenimiento alguno ni tampoco un evidente discurso de derecha (hubiera sido más saludable la derecha a la corrección disonante), no sabemos responder cuál fue la intención de su realizador. Tal vez, antes de irse, Eastwood necesite encontrar un héroe con nombre y apellido para legar a la posteridad. Con Francotirador, quizás sin proponérselo, en vez de darnos una película para recordar alimente valores falsos y peligrosos, o nuestro propio cinismo.
Francotirador (American Sniper, EE.UU., 2014). Dirigida por Clint Eastwood. Escrita por Jason Hall. Producida por Clint Eastwood, Robert Lorenz, Andrew Lazar, Bradley Cooper y Peter Morgan. Fotografía: Tom Stern. Edición: Joel Cox, Gary Roach. Música: Joseph DeBeasi, Clint Eastwood. Intérpretes: Bradley Cooper, Sienna Miller, Jake McDorman, Mido Hamada. 132 minutos.