Relocos y repasados, película del director uruguayo Manuel Facal
Alguna vez el director Peter Bogdanovich, con ese aire canchero un poco insoportable que le caracteriza, afirmó que puede haber buenas películas, pero no todas son “necesarias”. Más allá de esa riesgosa consideración, el estreno en la plaza local de de Relocos y repasados, del joven director Manuel Facal (es casi treintañero, y con eso, en un país con el rango etáreo del nuestro, el autor se podría decir que está en la pubertad), constituye un evento necesario, justamente. Y lo es porque le hacía falta semejante bocanada de frescura a una escena no siempre tan atrevida.
La película arrancó a filmarse en marzo del año pasado y, créalo estimado lector, está ante un sacudón en la configuración del cine Uruguay. Facal se puso al hombre una película de género (hacer comedia, ya se sabe, es asunto serio y si se trata de adolescentes, peor) y como si fuera poco la instala en una Montevideo reconocible pero “fumona”, alucinada, paranoica.
Arranquemos por el principio. Un par de amigotes están clausurando el verano de la forma más tranquila posible: prendiendo un porro. Aclaración necesaria: la película no peca de oportunista ni de casualidad, el propio director ha reconocido que la idea surgió de una experiencia personal. Se trata de Andrés (Santiago Quintans) y su inseparable ladero Elías (Joaquín Tomé), que están quemando el asunto herbáceo sobre el puente de la calle Sarmiento, ajenos a lo que se les viene. Al otro día a Andrés lo despierta la asfixiada voz de Elías que le dice, teléfono mediante: “Marihuana, cocaína, LSD, éxtasis y ketamina”. Andrés no entiende nada y al rato se entera que su compinche, mientras volvía a su casa, se tropezó con una cajita, en realidad una jabonera rosada, conteniendo las substancias ya señaladas a la espera de que alguien las consuma.
Otra cosa que logra el autor en su primer largo es dinamitar esa imagen pulcra y esterilizada que la publicidad le ha tirado arriba a lo que se supone dirigido a un público joven masivo. Acá no hay una visión de shopping center, existe sí un estudio certero de las características de un grupo de gente que forma parte de esta sociedad, generalmente hipócrita cuando se trata de hablar de jóvenes y drogas. De todas las posibilidades para moldear su historia, el autor optó por esa forma a la americana de hacer comedia, léase por ejemplo Super Cool (2007, Greg Mottola). Pero encontró un tono bien montevideano y muy surrealista para hacer su historia, y eso ya es como hacer un gol en la hora. El elenco, muy rendidor, fue conformado por un casting online en el que quedaron seleccionados actores profesionales y amateurs, y donde lo importante fue la espontaneidad y no tanto el factor técnico. Ello le aporta una cuota aparte de potencia a una película ya de por sí rupturista y exonerada de toda demagogia.